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En París, en un día matinal hasta el ocaso, en París como en París que (¡oh, santa ingenuidad de lo descrito, ayúdame!) en un jardín junto a una catedral de piedra (no construida, no, tocada en un laúd) en pose de sarcófago se ha quedado dormido un clochard, un monje secular, un renegado. Si es que tenía algo, lo perdió, y no quiere recuperar lo perdido. Le deben todavía el salario por la conquista de las Galias, ya no le importa, se ha resignado. Y en el siglo quince tampoco le pagaron por posar como ladrón de la izquierda, lo ha olvidado, ha dejado de esperar. Gana para vino tinto pelando a los perros del rumbo. Duerme con cara de inventor de sueños con el enjambre imaginario de su barba al sol. Las grises quimeras se despetrifican (volátidos, bajogueros, monógalos y palomíferos, hongorranas, derrepentes, cabezapiernas y multiespecímenes, allegro vivace gótico) y lo ven con una curiosidad que no sienten por ninguno de nosotros, sensato Pedro, activo Miguel, ingeniosa Eva, Bárbara, Clara.

LAS MUJERES DE RUBENS

Titánides, fauna femenina, desnudas como estruendo de toneles. Hacen su nido en lechos aplastados y duermen con la boca abierta en forma