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de chillido. Sus pupilas han huido hacia el fondo y penetran al interior de sus glándulas desde las que gotea levadura como sangre. Hijas del barroco. Se infla la masa en la artesa, se llenan de vapor los baños, se ruborizan los vinos, por el cielo galopan puerquitos de nubes, relinchan las trompetas ante el peligro físico. ¡Oh acalabazadas, oh excesivas, duplicadas al rechazar los vestidos, triplicadas por la impetuosidad de la pose, grasosos platillos de amor! Sus flacas hermanas se levantaron antes, antes de que alboreara en el cuadro. Y nadie las vio avanzar en fila por la parte trasera del lienzo. Desterradas del estilo. Con las costillas contadas y pies y manos que parecen de ave. Con sus omóplatos salidos intentan levantar el vuelo. El siglo trece les daría un fondo dorado. El veinte, una pantalla a color. El diecisiete, en cambio, no tiene qué darle a las planas. Pues hasta el cielo es protuberante, protuberantes los ángeles y protuberante dios: un bigotudo Febo que en un corcel sudoroso irrumpe en una alcoba hirviente.

EPITAFIO

Aquí yace, como la coma anticuada, la autora de algunos versos. Descanso eterno tuvo a bien darle la tierra, a pesar de que la muerta con los grupos literarios no se hablaba. Aunque tampoco en su tumba encontró nada mejor que una lechuza, jacintos y este treno. Transeúnte, quita a tu electrónico cerebro la cubierta y piensa un poco en el destino de Wislawa.