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Además, estaba muy ocupado escribiendo cartas, una ardua tarea. La primera, a Tito Pomponio Ático, fue escueta, y en ella le informaba de que el imperator Marco Antonio, triunviro, le agradecería que mantuviese sus narices fuera de los asuntos de Marco Antonio y no tuviera nada que ver con Fulvia. La segunda fue para Fulvia, para informarle de que se divorciaba de ella por su conducta impropia, y que se le prohibía ver a los dos hijos que había tenido con él. La tercera fue para Gneo Asinio Pollio para preguntarle qué estaba pasando en Italia y para que tuviese la bondad de tener preparadas a sus legiones para marchar hacia el sur en el caso de que a él, Marco Antonio, se le negase la entrada al país por el populacho partidario de Octavio en Brundisium. La cuarta fue para el etnarca de Atenas, dándole las gracias por la bondad y la lealtad (implicada) hacia los romanos correctos; por lo tanto, le complacía al imperator Marco Antonio, triunviro, regalarle a Atenas la isla de Aegina y algunas otras islas menores cercanas a ella. Eso bastaría para poner contentos a los atenienses, se dijo.

Podría haber escrito más cartas de no haber sido por la llegada de Tiberio Claudio Nerón, que le hizo una visita formal en cuanto hubo instalado a su esposa y a su hijo bebé en un buen alojamiento cercano.

– Edepol! -exclamó Nerón con una expresión de asco-. ¡Sexto Pompeyo es un bárbaro! Aunque, ¿qué otra cosa se podría esperar de un miembro de un clan de pretenciosos de Picenum? No tienes ni idea de lo que es su cuartel generaclass="underline" ratas, ratones, desperdicios que se pudren. No me atreví a exponer a mi familia a la inmundicia y a la enfermedad, aunque no era lo peor que podía ofrecer Pompeyo. No habíamos abierto ni siquiera nuestros equipajes antes que algunos de los libertos convertidos en almirantes estuviesen rondando alrededor de mi esposa. ¡Tuve que cortarle una rebanada del brazo de uno de esos tipejos! ¿Te puedes creer que Pompeyo se puso del lado de aquel desgraciado? Le dije lo que pensaba de él, y a continuación puse a Livia Drusilia y a mi hijo en el siguiente barco a Atenas.

Antonio escuchó aquello mientras que a su cabeza le venían vagos recuerdos de lo que opinaba César de Nerón; «inepto» era la palabra más amable que César había encontrado para describirlo. Antonio, que sacó más partido de lo que Nerón había dicho, decidió que éste había llegado a la guarida de Sexto Pompeyo, se había paseado como un gallo para criticarlo todo y, finalmente, se había hecho tan insoportable que Sexto lo había echado. Era muy difícil encontrar a un pedante más insoportable que Nerón, y los Pompeyo eran muy sensibles a sus orígenes picentinos.

– ¿Qué piensas hacer ahora, Nerón? -preguntó.

– Vivir dentro de mis posibilidades, que no son ilimitadas -respondió Nerón envarado, su rostro oscuro y saturnino con una expresión todavía más orgullosa.

– ¿Qué hay de tu esposa? -preguntó Antonio arteramente.

– Livia Drusilia es una buena esposa. Hace lo que se le dice, que es más de lo que tú puedes decir de la tuya.

Una típica declaración neroniana; parecía no tener un monitor intuitivo que le advirtiese que era mejor no decir algunas cosas. «Tendría que seducirla -pensó Antonio, furioso-, ¡qué vida debe de tener, casada con este inepto!»

– Tráela a cenar esta tarde. Nerón -dijo con un tono jovial-. Piensa en el dinero que te ahorrarás; no necesitarás enviar a tu cocinera al mercado hasta mañana.

– Te lo agradezco -respondió Nerón, que se levantó con toda su esquelética altura y se marchó con el brazo izquierdo sosteniendo los pliegues de la toga, dejando solo a Antonio, que se reía por lo bajo.

Entró Planeo, con el horror reflejado en su rostro.

– Oh, Edepol, Antonio. ¿Qué está haciendo Nerón aquí?

– ¿Aparte de insultar a todos los que encuentra? Sospecho que se hizo tan insoportable en el cuartel general de Sexto Pompeyo que le dijeron que se marchase. Puedes venir a cenar esta tarde y compartir los placeres de su compañía. Traerá a su esposa, que debe de ser una aburrida tremenda para estar con él. ¿Quién es ella?

– Su prima; bastante cercana, en realidad. Su padre era un Claudio Nerón adoptado por el famoso tribuno de la plebe, Livio Druso, de ahí su nombre Livia Drusilia. Nerón es el hermano de sangre de Druso, Tiberio Nerón. Por supuesto, ella es una heredera; hay mucho dinero en la familia Livio Druso. En un tiempo, Cicerón confiaba en que Nerón se casaría con su Tullía, pero ella prefirió a Dolabella, un marido mucho peor en muchos sentidos, pero al menos era un tipo divertido. ¿Tú no frecuentabas esos círculos cuando vivía Clodio, Antonio?

– Lo hacía. Tienes razón, Dolabella era buena compañía.

Pero no es Nerón quien le da a tu rostro esa expresión, Planeo, ¿Qué pasa?

– Un paquete de Efeso. Yo también recibí uno, pero el tuyo es de tu primo Caninio, así que debe de decir más. -Planeo se sentó en la silla de los clientes y miró a Antonio a través de la mesa con los ojos brillantes.

Antonio rompió el sello, desenrolló la epístola de su primo y murmuró mientras la leía. Una larga tarea, acompañada por maldiciones y fruncimientos de ceño.

– Desearía -se quejó- que más hombres hubiesen seguido la indicación de César de poner un punto al comienzo de cada nueva frase. Lo hago ahora, y también lo hacen Pollio, Ventidio y (aunque detesto decirlo) Octavio. Convierte un escrito continuo en algo que un hombre puede leer casi de una ojeada.

Continuó con sus murmullos, finalmente exhaló un suspiro y dejó la carta.

– ¿Cómo puedo estar en dos lugares a la vez? -le preguntó a Planeo-. En realidad tendría que estar en la provincia de Asia preparándola contra el ataque de Labieno; en cambio, me veo forzado a permanecer cerca de Italia y a tener mis legiones a mano. Pacoro ha invadido Siria, y todos aquellos príncipes se han unido a los partos, incluso Amblico. Caninio dice que las legiones de Saxa se han pasado a Pacoro; Saxa se vio forzado a huir a Apamea, y después tomó un barco para ir a Cilicia. Nadie ha vuelto a saber de él desde entonces, pero el rumor dice que su hermano fue asesinado en Siria. Labieno está ocupado en invadir Cilicia Pedia y la Capadocia oriental.

– Por supuesto, no hay legiones al este de Éfeso.

– Ni las habrá en Éfeso, me temo. La provincia de Asia tendrá que apañárselas por su cuenta hasta que pueda aclarar el lío en Italia. Ya le he dicho a Caninio que traiga las legiones a Macedonia -manifestó Antonio con un tono grave.

– ¿Es tu única alternativa? -preguntó Planeo con el rostro pálido.

– La única. Me he dado a mí mismo el resto de este año para ocuparme de Roma, Italia y Octavio, así que durante el resto de este año las legiones estarán acampadas alrededor de Apolonia. Si se supiera que están en el Adriático, Octavio se percataría de que pretendo aplastarlo como a una chinche.

– Marco -gimió Planeo-, todo el mundo está harto de la guerra civil, y tú hablas de la guerra civil. ¡Las legiones no combatirán!

– Mis legiones lucharán por mí -respondió Antonio.

Livia Drusilia entró en la residencia del gobernador con su habitual compostura, los cremosos párpados entrecerrados sobre sus ojos, que ella sabía que eran su mejor arma. ¡Había que ocultarlos! Como siempre, caminaba un poco por detrás de Nerón porque era lo que hacía una buena esposa, y Livia Drusilia había jurado ser una buena esposa. Nunca, se había jurado al escuchar lo que Antonio le había hecho a Fulvia, se pondría a sí misma en semejante posición. Para ponerse una armadura y empuñar una espada, una tendría que haber sido una Hortensia; además, sólo lo había hecho para demostrarle a los líderes del Estado romano que las mujeres de Roma, desde las más encumbradas a las más bajas, nunca consentirían pagar impuestos cuando no tenían derecho a votar. Hortensia había ganado el envite, una victoria sin sangre, con la correspondiente vergüenza para los triunviros, Octavio y Lépido.