– ¡Vino! ¡Necesito vino! -gritó, y se levantó de un salto-¿Tinto o blanco, Libo?
– Un tinto bien fuerte, gracias. Nada de agua. Ya he visto agua suficiente en los últimos tres nundinae como para que me dure media vida.
– Te comprendo. -Antonio sonrió-. Cuidar de mamá no es ninguna fiesta. -Llenó una copa grande casi hasta el borde-. Ten, esto tendría que aliviar el dolor, es un Chian de diez años.
Reinó el silencio durante algún tiempo mientras los dos bebedores hundían sus narices en las copas con los apropiados sonidos de contento.
– ¿Qué te trae a Atenas, Libo? -preguntó Antonio-. No me digas que mi madre.
Tienes razón. Mi madre vino por su conveniencia.
– No por la mía, desde luego -se quejó Antonio.
– Me encantaría saber cómo hacer eso -dijo Libo alegremente-. Tu voz es ligera y aguda, pero en un periquete puedes convertirla en un gruñido ronco, un rugido.
– O incluso un bramido. Te olvidas del bramido. No me preguntes cómo. No lo sé. Sólo ocurre. Si quieres escucharme bramar, continúa evadiendo el tema.
– No, eso no será necesario. Aunque si me permites continuar hablando de tu madre unos momentos más, te sugiero que le des dinero y déjala que frecuente las mejores tiendas de Atenas. Hazlo, y nunca la volverás a ver ni a escuchar más de ella. -Libo sonrió mientras las burbujas estallaban en el borde de su vino-. En cuanto se enteró de que tu hermano Lucio había sido perdonado y enviado a la Hispania Ulterior con un imperio proconsular fue más fácil de tratar con ella,
– ¿Por qué estás aquí? -repitió Antonio.
– Sexto Pompeyo creyó que era una buena idea que viniese a verte.
– ¿De verdad? ¿Con qué fin?
– Quiere formar una alianza contra Octavio. Vosotros dos unidos podríais aplastar a Octavio como a un escarabajo.
La pequeña boca se frunció.
Antonio desvió la mirada.
– Una alianza contra Octavio… ¿por favor, Libo, por qué yo, uno de los tres hombres nombrados por el Senado y el pueblo de Roma para reconstruir la República, debo establecer una alianza con un hombre que no es más que un pirata?
Libo hizo una mueca.
– ¡Sexto Pompeyo es el gobernador de Sicilia, según acuerdo con el mos maiorum! No considera legal o correcto el triunvirato, y deplora el edicto de proscripción, que lo deja falsamente fuera de la ley, por no mencionar que le despoja de sus propiedades y herencias. Sus actividades en alta mar sólo sirven para convencer al Senado y al pueblo de Roma que ha sido injustamente condenado. Deroga la sentencia de hostis, anula todos los bandos, embargos e interdicciones y Sexto Pompeyo dejará de ser un pirata.
– ¿Cree que si voy al Senado para que lo liberen de su condición de enemigo público y de todas las prohibiciones, embargos | interdicciones me ayudará a liberar a Roma de Octavio?
– Pues así es.
– ¿Debo entender que está proponiéndome que comience la guerra mañana mismo, si es posible?
– Vamos, vamos, Marco Antonio, todo el mundo sabe que llegará el momento en que tú y Octavio la emprenderéis a golpes. Dado que entre vosotros (descuento a Lépido) tenéis el imperium maius sobre nueve décimas partes del mundo romano y que controláis las legiones además de los ingresos, ¿qué otra cosa puede pasar que no sea llegar a una guerra a toda escala? Durante más de cincuenta años, en la historia de la República romana no ha habido más que una guerra civil detrás de otra. ¿Crees sinceramente que Filipos marcó el final de las guerras civiles? -Libo mantuvo el tono amable, la expresión serena-. Sexto Pompeyo está cansado de vivir en la ilegalidad. Quiere lo que es suyo: recuperar la ciudadanía, el permiso para heredar la propiedad de su padre, Pompeyo Mango, la restitución de dicha propiedad, el consulado y el imperio proconsular en Sicilia a perpetuidad. -Libo se encogió de hombros-. Hay más, pero creo que por ahora ya es bastante.
– ¿Qué dará a cambio de esto?
– Controlará y barrerá los mares como tu aliado. Si incluyes un perdón para Murco, también tendrás sus flotas.
– Ahenobarbo dice que es independiente, aunque un gran pirata. Sexto Pompeyo también garantizará el trigo gratis para tus legiones.
– Me tiene como rehén.
– ¿Es un sí o un no?
– No trato con piratas -respondió Antonio con su habitual voz ligera-. Sin embargo, puedes decirle a tu amo que, si él y yo nos encontramos en el agua, espero que me deje ir a donde quiera. Si lo hace, ya hablaremos.
– Más un sí que un no.
– Más nada que cualquier otra cosa, por el momento. No necesito a Sexto Pompeyo para aplastar a Octavio, Libo. Si Sexto lo cree, está en un error.
– Si decides llevar tus tropas a través del Adriático de Macedonia a Italia, Antonio, no agradecerás ver a unas flotas que te lo impidan.
– El Adriático es de Ahenobarbo, y no me molestará. No estoy impresionado.
– ¿Así que Sexto Pompeyo no puede llamarse tu aliado? ¿No hablarás por él en el Senado?
– Absolutamente no, Libo. Lo más que puedo hacer es no perseguirlo. Si lo persigo, él será quien acabe aplastado. Dile que puede quedarse con su trigo gratis, pero que espero que me venda trigo para mis legiones al precio habitual de cinco sestercios el modius, y ni un sestercio más.
– Exiges mucho.
– Estoy en posición de hacerlo. Sexto Pompeyo no.
«¿Cuánta de esta obstinación es porque ahora tiene a su madre colgada del cuello? -se preguntó Libo-. Le dije a Sexto que no era una buena idea, pero no quiso escucharme.»
Quinto Delio entró en la habitación del brazo de otro sicofanta, Sentio Saturnino.
– ¡Mira quién acaba de llegar de Agrigentum con Libo! -exclamó Delio, encantado-. ¿Antonio, te queda algo de ese tinto Chian?
– ¡Bah! -exclamó Antonio-. ¿Dónde está Planeo?
– ¡Aquí, Antonio! -respondió Planeo, que fue a abrazar a Libo y a Sentio Saturnino-. ¿No es esto bonito?
«Muy bonito -pensó Antonio agriamente-. Estoy casi emocionado.»
Trasladar su ejército a la costa adriática desde Macedonia sólo había servido como un ejercicio destinado para asustar a Octavio; tras haber abandonado toda idea de enfrentarse a los partos hasta que mejorasen sus ingresos, Antonio, al principio, había querido dejar sus legiones en Éfeso, pero la visita a aquella ciudad le había hecho cambiar de opinión. Caninio era demasiado débil para controlar a tantos legados superiores a menos que el primo Antonio estuviese cerca, además, no podía resistirse a la idea de asustar a Octavio. Pero de alguna manera todos asumían que la guerra que esperaban que estallase entre los dos triunviros iba a llevarse a cabo, y Antonio se encontraba en un dilema. ¿Debía aplastar a Octavio ahora? Tal como iban las campañas, ésta sería barata, ya que disponía de muchos transportes para llevar a sus legiones a través del pequeño mar hasta su territorio natal, donde podía recoger a las legiones de Octavio para complementar las propias, y así dejar libres a Pollio y Ventidio, que disponían de catorce legiones. Y otras diez más después de la derrota de Octavio. Además, lo que hubiese en el tesoro lo pondría en su cofre de guerra.
Así y todo, no estaba seguro… Cuando el consejo de Libo referente a Julia Antonia demostró ser correcto y nunca más la volvió a ver, Antonio se relajó un poco. Su diván ateniense era cómodo y el ejército estaba contento en Apolonia. El tiempo le diría qué hacer. No se le ocurrió que, al posponer la decisión, le estaba diciendo a su mundo que carecía de la decisión respecto a su futura línea de acción.
II OCTAVIO EN OCCIDENTE
VI
Su amada Señora Roma parecía tan vieja y cansada. Desde donde estaba, en lo alto del Velia, Octavio veía el foro romano y, más allá, el monte Capitolino; si se volvía para mirar en otra dirección, veía a través de los pantanos del Palus Ceroliae todo lo largo de la Vía Sacra hasta los muros Servían.