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– Mujer -sonrió-, ¿vas a seducirme de una vez, o te vas a quedar aquí sentada parloteando toda la noche?

– Voy a seducirte -susurró-. Pero primero voy a disfrutar viéndote.

Pippa se dedicó a admirarlo, bebiéndoselo con la mirada. Tenía un torso espléndido, ancho y musculoso. Pero no solamente lo estaba mirando; también estaba recordando, y sus recuerdos eran verdaderamente deliciosos.

– Eres una descarada -murmuró él.

– Ya lo sé -repuso mientras deslizaba los dedos por su pecho-. Así es más divertido, ¿no te parece? -rió entre dientes y empezó a besarlo, primero en los labios, luego en el cuello.

Luke se dispuso a acariciarla a su vez, pero ella lo detuvo.

– Se suponía que era yo quien iba a seducirte a ti, ¿recuerdas?

– Bueno, ya me has seducido -sonrió él.

– Espera. Tienes que aprender a ser paciente.

– Al diablo con eso. Si hay algo por lo que merece la pena esperar, lo quiero ahora -comenzó a acariciarla con exquisita suavidad. Sabía que ella no podía contenerse cuando le hacía eso.

– ¿Qué hay acerca de aquel libro? -le preguntó Pippa, ahogándose en aquellas deliciosas sensaciones-. Ya sabes, lo de la estimulación erótica previa al acto sexual…

– He pasado al siguiente capítulo.

– Bueno, pues yo no -haciendo acopio de toda su fuerza, logró que se tumbara boca arriba.

A Luke le sorprendió tanto su reacción que se quedó inmóvil. Disfrutaría viendo cómo intentaba seducirlo, pero eso no significaba que tuviera que mostrarse en absoluto manso y dóciclass="underline" así lo proclamaba su miembro viril, que ya se levantaba orgullosamente.

Pippa se dedicó a acariciar aquella parte de su cuerpo que más quería, excitándolo poco a poco y aumentando así la sensación de placer. A esas alturas ya tenía una idea de lo férreo que era el control de Luke. Estaba listo, pero aún podía esperar mucho tiempo.

Habían perfeccionado una consumada técnica de provocación recíproca, y la entusiasmaba saber que podía llegar a excitarlo tanto. Sus dedos se movían sin cesar, acariciando y disfrutando, paladeando el contacto de su piel.

– Estás jugando con fuego -murmuró él.

– Lo sé. Así es como más me gusta.

– Ahora, Pippa.

– No… todavía no. ¡Eh! -exclamó cuando Luke se revolvió para tumbarla a ella boca arriba, cambiando las tornas.

– He dicho que ahora -pronunció contra sus labios-. A no ser que quieras discutir del asunto.

– Mmm. ¿Qué asunto es ese?

Para entonces Luke ya le había separado los muslos para deslizarse en su interior. Pippa estuvo a punto de sollozar de placer, aferrándose fieramente a él con brazos y piernas. De todas las delicias del mundo era esa la única verdaderamente importante: tener a su hombre dentro de ella, aspirando el aroma de su cálida piel, entregándose a él y dándose al mismo tiempo por entero. Cuando llegó el momento de la liberación, emitió un grito de triunfo.

Después, cuando volvían a yacer abrazados, Pippa estalló de repente en carcajadas.

– ¿De qué te ríes? -le preguntó Luke, que ya había empezado a reírse con ella.

– De Frank y Elly… -logró responder.

Luke enterró el rostro en su cuello, convulsionándose de risa.

– No, por favor… -suplicó al fin-. Me duele tanto el pecho que no puedo reírme más…

– Quieren montones de hijos, y Frank cree que todo hay que hacerlo de la manera propia y adecuada. Supongo que no deberíamos reírnos. Es una maldad…

– No les estamos haciendo ningún daño. Y él es tan… Oh, Dios mío, quizá debí haberle dejado mi libro sobre estimulaciones eróticas previas al acto sexual…

– Entonces habría redactado una lista…

Y continuaron riéndose sin parar. El mundo era suyo y, desde su cumbre de perfecta felicidad, podían permitirse mirar con cierta simpática lástima a la pareja de mediana edad que creía haber comprendido el sentido de la vida.

Capítulo 4

AL PRINCIPIO, cuatro meses le habían parecido a Pippa una interminable cantidad de tiempo, suficiente para que Luke tomara conciencia de que se pertenecían el uno al otro, para siempre. Pero luego los cuatro meses se fueron acortando en tres, en dos, en uno y, de pronto, solo quedaban un par de semanas para que expirara su permiso de trabajo. Una noche, después de hacer nuevamente el amor, Luke se sentó en la cama y le confesó, sin aliento:

– Oh, cariño. Te voy a echar mucho de menos cuando me vaya.

Pippa no necesitó más para que todo su mundo se resquebrajara y derrumbara en mil pedazos. Luke no pensaba llevarla con él a Estados Unidos. Acababa de decírselo implícitamente. Con mucho tacto, sutilmente, pero de manera inequívoca.

El sonido de su propia voz la sorprendió. No le parecía la voz de alguien que estuviera conteniéndose para no ponerse a gritar.

– No queda mucho tiempo para eso, ¿eh?

– Solo dos semanas. Hemos pasado muy buenos momentos juntos, ¿verdad? -Luke rodó a un lado y se volvió para mirarla.

– Maravillosos, pero… -hizo acopio de todo el coraje de que fue capaz-… ¿necesariamente tienen que terminar?

La habitación estaba en penumbra, pero había luz suficiente para que Pippa pudiera advertir la súbita tensión que se reflejó en su rostro, así que se apresuró a añadir:

– Me refiero a que… podrías conseguir una prórroga.

– Ah, eso. No, mi tiempo se ha acabado y el departamento de Inmigración no me lo ampliará. Ya solicité la prórroga y no me la concedieron.

Así que quería quedarse con ella, reflexionó Pippa. Todavía disponía de tiempo para que le pidiera que lo acompañase. Pero el tiempo fue transcurriendo inadvertidamente y, de pronto, llegó el día fatídico. Su avión despegaba a mediodía.

Fueron al aeropuerto y se sentaron a tomar un café mientras esperaban. Pippa sentía un intenso dolor en el centro del pecho, como una pesada piedra; no supo muy bien cómo logró hacerlo, pero al final lo soportó y siguió sonriendo. Luke se iba y parecía estar contento. Con el corazón intacto, ya estaba pensando en su futuro en California. Lo acompañó hasta la entrada y, en el último minuto, Luke le dio un fuerte y emotivo abrazo.

– Nunca te olvidaré, Pippa.

– Sí, sí que lo harás. Una belleza se sentará seguramente a tu lado. A la primera mirada que le eches, yo desapareceré de tu recuerdo.

«¡Niégalo! ¡Por favor, niégalo!», le suplicaba en silencio.

– ¡Sinvergüenza! -exclamó él, frunciendo el ceño-. Es eso lo que piensas de mí, ¿verdad? -de repente, resonó en los altavoces la última llamada para su vuelo y él se apresuró a exclamar-: ¡Ya es la hora! Adiós, cariño. Que seas feliz.

Un último beso y, al instante siguiente, ya se había marchado. Pippa no dejó de contemplarlo hasta que desapareció y, aunque él se volvió para saludarla por última vez, era plenamente consciente de que ya la había borrado de su vida.

Se obligó a abandonar rápidamente el aeropuerto. Luke no volvería. Ella lo sabía. Y tenía que aferrarse a su orgullo. Sentada en el metro durante el trayecto de regreso a casa, intentó animarse. Siempre había sabido que aquello sucedería: Luke jamás le había ocultado la fecha de su partida, como tampoco el hecho de que ella no podía esperar ocupar un lugar permanente en su vida. Ambos eran gente moderna y liberada, capaces de disfrutar a fondo de una breve aventura y continuar luego con sus vidas respectivas.

Se quedó agradablemente sorprendida al ver lo bien que había aceptado la situación. No dejó de sonreír cuando entró en la pensión y mantuvo una pequeña charla con Ma antes de subir a su habitación. Ahora tenía esa habitación para ella sola. Sola.

La palabra resonó como el tañido de una campana, tomándola desprevenida justo cuando pensaba que lo estaba sobrellevando todo perfectamente. No le dio tiempo más que a cerrar la puerta con llave antes de caer al suelo, sollozando. Luke se había ido y jamás volvería a verlo.