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– Todavía no -rezó, desesperada-. Una semana. Dame solamente una semana.

«Piensa en otra cosa. Concéntrate hasta que pase. Mira a tu alrededor. Mira lo acogedora que es esta habitación, con su suelo de tarima y su cama de bronce… No, no mires la cama. Te hará pensar en lo mucho que ansias tumbarte. Así es. Ya te estás sintiendo mejor».

Fuera, desde la terraza, podía oír a Josie llamarla:

– ¡Mami, mira! Estamos al lado del mar, en la costa.

Hasta aquel momento Josie había estado demasiado preocupada conociendo por fin a su padre para prestar atención al magnífico paisaje que la rodeaba. Luke salió también a la terraza.

– ¡Costa! -exclamó con fingida indignación-. ¡Pero si casi estamos en el agua!

Pippa salió para reunirse con ellos y Luke la saludó con una sonrisa.

– Esta sí que es una playa de verdad, y no las de Inglaterra -dijo la niña, alborozada-. Sin piedras, solo kilómetros y kilómetros de arena. ¿No podemos bajar a verla ahora?

– Ahora no -se apresuró a decirle Pippa. Podía sentir cómo las fuerzas la abandonaban por momentos.

– Oh, por favor, mami…

– Josie, tu madre está cansada del largo viaje en avión. Es una mujer mayor y necesita descansar -añadió Luke bromeando, y sonrió a Pippa-. Anda, vete a reposar un poco mientras Josie y yo bajamos a la playa.

No había nada que deseara más. Volvió a su habitación e hizo un último y reconcentrado esfuerzo por terminar de deshacer las maletas, pero de pronto se vio inundada por otra oleada de cansancio y se derrumbó agradecida en la cama.

Fue consciente de que Luke entró sigilosamente en el dormitorio para correr las cortinas. Luego se acercó a la cama y el sonido de sus pasos se detuvo durante un rato, como si se hubiera detenido a contemplarla, hasta que finalmente se marchó. Nada más oír la puerta cerrarse a su espalda, se sumió en un apacible sueño, intentando no prestar atención a los pensamientos que continuamente la acosaban.

«¿Qué harás cuando no puedas servirte del cansancio del viaje como excusa? Eres una mujer joven y te mueves como una anciana, siempre jadeando, siempre buscando un pretexto para tumbarte… ¿Qué pasará cuando llegue el dolor? Josie va a necesitar mucho a su padre… Dios mío, no permitas que sospechen nada antes de que esté lista para decírselo…».

Luke no apreciaba nada tanto como una excusa para bajar a la playa. Josie y él se ausentaron de casa durante unas tres horas y, para cuando regresaron, padre e hija parecían entusiasmados el uno con la otra. Mientras se acercaban a la puerta trasera, Luke se estaba riendo a carcajadas de algún comentario de la niña, pero esta se apresuró a chistarle, poniéndose un dedo sobre los labios con gesto teatral.

– No despiertes a mami.

– ¿Crees que todavía seguirá dormida?

– Mami se cansa un montón. Siempre está durmiendo siestas por el día. Los residentes dan tanto trabajo en la pensión…

– Pues no va a trabajar ni un solo segundo mientras esté aquí. La mimaremos. ¿Por qué no subes y te das una ducha mientras yo preparo algo de comer?

Josie entró en el dormitorio, pero Luke la vio salir unos segundos después, cargada con ropa limpia y sin retirarse el dedo de los labios.

– ¿Aún sigue dormida? -le preguntó, y recibió por respuesta un enérgico asentimiento de cabeza.

Luke se asomó a la habitación. Pippa estaba tumbada boca abajo, exactamente en la misma posición en que se hallaba cuando él había salido hacía tres horas. Durmiendo como un lirón. Lo cual era extraño, ya que esa no era su costumbre.

Cuando dormía, Pippa era un manojo de nervios. Se movía constantemente, dando vueltas y más vueltas en la cama. Luke recordaba que, en cierta ocasión, al despertarse y verlo en el suelo, Pippa le había preguntado:

– Luke, ¿qué estás haciendo ahí, tirado en el suelo?

– He pasado aquí toda la noche. El suelo resultaba mucho más cómodo que seguir acostado en la cama contigo.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que dormir contigo es como dormir con un torbellino. Me golpeaste en un ojo una vez, y luego tu rodilla fue a estrellarse en la parte de mi cuerpo que ya te puedes imaginar.

– Oh, querido, lo siento tanto…

– No lo sientas. Simplemente procura no darme ese tipo de rodillazos… -recordaba Luke que le había dicho, bromeando.

Vestida con unos vaqueros y una camisa nueva, Josie entró en la cocina cuando Luke acababa de preparar la comida.

– ¡A comer! -exclamó mientras se dirigía a la barra de la cocina con el plato.

Pero Josie no parecía oírlo. Estaba mirando la fotografía en la que aparecía con su madre y que ocupaba un lugar de honor en la cocina. Luke bajó lentamente el plato. Había visto la sonrisa de felicidad que iluminaba su rostro y sabía que debería hacer gala de mucho tacto durante los minutos siguientes.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó con tono suave.

– Esta foto… ¿ha estado aquí todo el tiempo?

Por un enloquecido instante Luke acarició la fantasía de responderle que sí, que aquel retrato siempre había gozado de la admiración de cuantos habían visitado su casa. Siempre le había resultado muy fácil decirle a la gente lo que deseaba oír. Hasta que cierta joven, de intachable sinceridad, logró convertirlo a él también en una persona sincera… al menos por un tiempo. Y no porque le hubiera dicho nada: para ello había bastado la expresión de sus ojos castaños, que lo miraban como esperando siempre lo mejor de él. Los mismos ojos que, en otra cara, lo estaban mirando en aquel preciso instante con idéntica confianza.

– No -reconoció-. Mamá y tú siempre habéis sido mi secreto mejor guardado.

– Mami me dijo… – Josie se interrumpió de repente, como si no supiera cómo continuar.

– ¿Qué es lo que te dijo?

– Que sabía que tú nos querías, pero que…

– ¿Sí?

– Pero que tenías otra vida, y que nosotras no formábamos parte de ella.

Por un momento Luke no supo qué decir.

– Dijo también que ahora conocías a muchas otras personas, y que quizá esas personas no supieran quiénes éramos nosotras y que…

– Erais demasiado preciosas para compartiros con nadie -explicó Luke, pensando en algo rápidamente-. Os guardaba para mí solo.

Josie sonrió, aparentemente satisfecha. No sabía que acababa de hacer algo que ninguna otra persona había conseguido: que Luke se sintiera completa y absolutamente avergonzado de sí mismo. Se recuperó, pero no sin hacer un gran esfuerzo.

– ¿Por qué no nos comemos esto antes de que se enfríe? -le propuso, sirviéndole un vaso de zumo de naranja-. Prepararé otro plato para mamá cuando se despierte.

– ¿Por qué tienes un ordenador en la cocina, papi?

– Porque aquí es donde paso más tiempo. Este es el centro de mi vida.

De repente, Pippa asomó la cabeza por la puerta. Llevaba uno de los albornoces blancos de Luke encima de su camisón. Evidentemente acababa de levantarse de la cama, pero le brillaban los ojos y tenía buen aspecto. De hecho, volvía a ser la vigorosa y llena de energía Pippa de siempre, así que Luke dejó de preocuparse por aquella absoluta inmovilidad de cuando la había visto dormida.

Se plantó frente a ella, sonriendo. Pippa le devolvió la sonrisa, y al momento siguiente se encontraban abrazados, riendo de puro placer.

– ¡Oh, cuánto me alegro de verte, de verdad! -exclamó él-. ¡Pippa! Mi Pippa, después de todo este tiempo… Déjame mirarte bien… -la apartó un tanto para contemplarla con detenimiento-. Tan fea como siempre… ¡Puaj!

– ¡Puaj tú! No consigo entender qué es lo que las mujeres pueden ver en ti. Ya entonces estabas mal, pero ahora estás hecho un desastre. Gordo, calvo…