– ¡Y deberías ver la caspa que tengo! – bromeó Luke.
Estallaron de nuevo en carcajadas, abrazándose y bailando de alegría por la cocina. Josie los observaba llena de júbilo, comiendo a dos carrillos y riendo entre bocado y bocado.
– Siéntate y cena algo -le dijo él, señalándole un taburete de la barra.
– ¿Puedo tomar ahora solamente un café y volver cuando me haya duchado?
– Tus deseos son órdenes. ¡Marchando un café!
Pippa tomó la taza que él ofrecía y se dispuso a retirarse, pero Josie se le adelantó:
– Mami, anda, siéntate a mi lado a tomar el café.
– Bueno, yo… -Pippa hundió una mano en el bolsillo del albornoz y tocó las píldoras que debía tomar muy pronto.
– Quiero hablarte del paseo que hemos dado por la playa -insistió la pequeña.
– Solo un momentito, que luego tengo que ducharme -se sentó en la barra al lado de su hija, que dio comienzo a una vivida descripción de lo sucedido durante las últimas horas: una experiencia evidentemente maravillosa. Pippa la escuchó con inmenso agrado. Aquello era exactamente lo que ella había esperado de aquel viaje. Parecía que todo iba a salir bien…
– ¿Qué es lo que estás tomando? -le preguntó Luke al advertir que, en un instante determinado, se llevaba una píldora a la boca.
– Solo es una aspirina -mintió, apresurada-. Es que tengo un pequeño dolor de cabeza.
– ¿Otro de tus dolores de cabeza? -le preguntó Josie, amable, y en seguida le explicó a Luke-. Siempre los tiene.
– Querida, no exageres. Me canso debido al trabajo que requiere la pensión, y hoy ha sido un día largo y agotador – Pippa forzó una carcajada de despreocupación-. Aunque no sé por qué voy a tomar una ducha como si fuera por la mañana, ya que está a punto de anochecer…
– Así te sentirás mejor después -le aseguró Luke.
Tenía razón. Tras la ducha se sentía como si fuera una mujer nueva. Después de vestirse a toda prisa, volvió a la cocina, donde Josie se debatía entre elegir helado de coco o de plátano, para decidirse al final por probar los dos.
– Has rebañado los dos platos. No te has dejado ni una gota de helado -observó Luke, asombrado.
– Tiene diez años -le recordó Pippa-. ¿Qué esperabas?
Josie abrió la boca para decir algo, pero al parecer, cambió de idea. Llevaba levantada veinticuatro horas seguidas y el cansancio había empezado a vencerla. Se le cerraban los ojos, empezaba a cabecear y se habría caído del taburete si Luke no la hubiera sujetado en sus brazos. La llevaron al dormitorio y él la depositó cuidadosamente sobre la cama.
– Déjala tal como está -le dijo a Pippa mientras arropaba a la pequeña-. No querrás que la desnudemos ahora.
– Buenas noches, mami -murmuró Josie con los ojos cerrados.
– Buenas noches, cariño -Pippa se inclinó para besarla.
– Buenas noches, papi.
– Buenas noches, corazón -se agachó también para besarla con ternura.
Pippa pensó entonces que Luke seguía siendo el mismo de siempre. Sensible, desinhibido, tierno, divertido… Tuvo ocasión de ofrecerle otra deliciosa demostración de su carácter minutos después, cuando volvieron a la cocina.
– Y ahora, si usted gusta tomar asiento, madame -declaró con un horrible acento francés-, este establecimiento se honrará en servirle uno de las mejores creaciones de «Luke del Ritz». Un plato especial hecho con huevos revueltos y aguacate.
– ¿Te acuerdas todavía de lo mucho que me gustaba ese plato? -le preguntó, asombrada.
– Por supuesto. Lo inventé especialmente para ti.
Era un plato de una sencillez genial, aderezado con una salsa cuyos ingredientes Pippa nunca había llegado a adivinar por completo. Estaba absolutamente delicioso.
– Así que hecho especialmente para mí -pronunció, recordando su anterior comentario.
– Bueno, tengo que admitir que lo sirvo en mis restaurantes…
– ¿Y tiene éxito?
– Más que cualquier otro. Pero en realidad siempre ha sido y es para ti.
Pippa lo miró pensando: «Me alegro enormemente de no estar ya enamorada de ti. Si lo estuviera, todavía podrías destrozarme. Menos mal que ahora soy más prudente que antes».
Luke le preparó café y se tomó una taza en su compañía, mirándola como si fuera un tesoro recién recuperado.
– ¿Qué pasó con «Luke del Ritz»… -le preguntó ella, sonriente-… una vez que regresó a su casa?
– Oh, fue cambiando de un empleo a otro.
– ¡No irás a decirme que tuvo problemas para encontrar trabajo! ¿Acaso no seguía teniendo el mismo ingenio de siempre?
– Seguía teniéndolo en cierta forma, pero no de la forma que yo quería. Constantemente tenía que sacrificar mi iniciativa para complacer a mis jefes. No me permitían hacer las cosas a mi manera. Solía desahogar mis frustraciones contándoselas a un anciano que conocí en la playa. Se llamaba Tommy y tenía un perro, Catch, el spaniel más gordo que cabe imaginar. Supongo que tenía una tendencia natural a conocer a los vagabundos de las playas, ya que en cierta forma yo era uno de ellos: al menos eso era lo que siempre me decía mi madre. El caso es que Tommy y Catch se convirtieron en mis mejores amigos por un tiempo. Solía invitar a Tommy a casa, practicaba recetas con él y hablábamos durante horas y horas. Una vez fui a visitarlo a su casa. Era muy pequeña, y no pasaba mucho tiempo allí porque estaba lejos de la playa. Si ya has terminado de comer, vayamos al salón. Es mucho más cómodo.
Capítulo 5
LLEVARON la cafetera al enorme salón donde descansaba Luke siempre que no trabajaba. Una de las paredes era enteramente de cristal y daba al mar.
– Aquí -le dijo Luke, instalando a Pippa en un sofá frente al enorme ventanal-. Ahora mismo te traigo la taza.
Pippa se descalzó, desperezándose lánguidamente en el sofá.
– ¡Mmm! -suspiró de placer.
Luke se echó a reír y se acomodó en un sillón.
– ¿Por dónde iba?
– Me estabas hablando de Tommy y de Catch.
– Tommy vivía solo, ya que su único pariente era una hija con la que no congeniaba. Ella le decía que podía quedarse en su casa siempre y cuando dejara al perro. Decía que era un animal insaciable con la comida, pero no era cierto: su gordura nada tenía que ver con eso. Así que Tommy siguió viviendo solo, o con Catch, vamos -se interrumpió por un momento-. De repente, falleció, y dejó un testamento en el que había escrito que todo lo que poseía era mío, incluyendo su perro. Me llevé a Catch a mi casa, lo puse a dieta y vivió otros tres años más. Pero aquí viene lo más increíble de todo. Resultó que Tommy poseía la casa en la que vivía. La había comprado cincuenta años atrás, antes de que los precios se dispararan y me parece a mí que ni siquiera él era consciente de su valor. Fue entonces cuando la hija volvió a hacer acto de presencia, echando pestes por la boca, acusándome a mí de haber influido sobre el anciano para quedarme con la herencia.
– ¿Qué hiciste entonces? -le preguntó Pippa, curiosa por saber cómo había reaccionado Luke en aquella situación, dado su carácter tranquilo y pacífico.
– Habría luchado contra ella con mucho gusto en los tribunales. Trataba muy mal a Tommy, todo el mundo lo sabía, pero estaba sola y deprimida y, dado que lo único que quería era dinero, le ofrecí una cantidad y su abogado le aconsejó que la aceptara. Cuando vendí la casa, me quedó dinero suficiente para fundar mi propio negocio. Encontré un local que ya era restaurante, pero que no funcionaba lo bien que debería. El dinero de Tommy me alcanzó para pagar la mitad de su precio de venta y un crédito del banco cubrió el resto, así como la factura de las reformas que quería hacer.
– Y fue un enorme éxito, de manera que no tardaste en invertir en un segundo restaurante -comentó Pippa con tono triunfal.
– No te creas. Fue un éxito, pero el dinero llegó lentamente, y el banco se mostraba muy cauto. Hasta que, en un momento determinado, comprendí que lo más inteligente era ampliar el negocio. Había un local en venta exactamente en el lugar adecuado y el precio era razonable. Pero el banco no me concedió el crédito.