– Solo quería decirte que hemos llegado-lo informó con tono alegre.
– ¿Sabe Luke que estás allí?
– Sí, nos recibió con los brazos abiertos. Josie está encantada.
– Pippa…
– Es verdad, así que abandona ese tono de incredulidad.
– Lo importante es lo importante: ¿cómo te sientes?
– Muy bien. El viaje me dejó un poco cansada pero…
– Menos mal que no te mató. ¿Es que no te das cuenta del estado en que se encuentra tu corazón?
– Claro que sí. El médico me informó muy bien. ¿Por qué crees que estoy aquí? Porque sé que hay cosas que debo hacer mientras todavía disponga de tiempo para ello.
– ¿Y qué sucederá si te pasa algo allí? ¿Has pensado en Josie?
– Todo esto lo estoy haciendo por el bien de Josie. Resultaba trascendental que Luke la conociera.
– No veo por qué. Hasta ahora, nunca se ha tomado interés alguno por ella. Ya sabes que Elly y yo nos oponíamos a este viaje, tanto por su bien como por el suyo.
– No puedo hablar ahora -anunció Pippa, apresurada-. Va a venir Luke.
– ¿En qué hotel estás?
– Estamos alojadas en su casa.
Siguió un silencio al otro lado de la línea, antes de que Frank se despidiera bruscamente:
– Adiós.
Pippa colgó. En realidad no había oído llegar a Luke. Se había inventado aquella excusa para acortar la llamada porque no quería volver a la vieja discusión de siempre. Las conversaciones con Frank siempre eran problemáticas porque ninguno de los dos podía ser sincero con el otro. Frank no podía decirle: «Si mueres, quiero que Josie se convierta en la criatura que Elly y yo nunca pudimos tener, y tengo miedo de que Luke intente reclamarla». Y Pippa, a su vez, tampoco podía confesarle: «Eres un hombre bueno, pero tienes muchas limitaciones. Podrías enseñarle a ser prudente y sensata, pero yo quiero que también sepa ser impulsiva, espontánea, feliz: las cosas que solo su verdadero padre puede enseñarle».
Esbozó una sonrisa triste, imaginándose lo que le diría a Frank acerca de Luke. Que no era un ciudadano verdaderamente recto e intachable, pero que era dulce y cariñoso, divertido y seductor. Que tenía tendencia a servirse de la gente, pero que también devolvía tanto a cambio que su relación con los demás se equilibraba. El sol empezaba a asomar por el horizonte. Se quedó allí sentada, fascinada con la vista.
«Me alegro», pensó. «Sí, me alegro de no haberlo obligado a que se casara conmigo hace tantos años». La naturaleza había conformado a Luke como amante, no como marido. Había pasado un mal trago cuando, durante su conversación de la noche anterior, creyó que Luke iba a confesarle que le había sido infiel. Aquello no debería haberle importado. Pero esos pocos meses vividos en compañía de Luke todavía seguían presentes en su memoria como la etapa más feliz de toda su vida.
Después de acostarse de nuevo, se había despertado temprano por culpa de Josie:
– Vamos, mami. Papi dice que cuando terminemos de desayunar me llevará a la playa y me enseñará a hacer surf. Por favor, date prisa.
– Eso no es para mí, querida. Vete tú con papá, que yo me quedaré un rato más en la cama.
– ¿Quieres que te traiga el café?
– No, voy a seguir durmiendo. Que te diviertas – Pippa se arrebujó de nuevo en el edredón.
Previamente había elaborado al menos una docena de excusas para conservar su energía y ahorrar esfuerzos. Afortunadamente aquella funcionó, porque oyó a Josie salir de la habitación y, aproximadamente media hora después, padre e hija abandonaron la casa. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana para verlos dirigirse hacia la playa, donde se confundieron con los demás bañistas.
Se preparó un té para disfrutar después de un relajante baño caliente. Sintiéndose ya mucho mejor, se puso unos sencillos pantalones color azul marino y una camiseta blanca. Por un instante experimentó una ligera punzada de arrepentimiento por haber rechazado la oferta que le había hecho Luke de hacer un viaje de compras a Rodeo Drive. Pero lo que no lamentaba era su decisión de conservar su independencia.
Se estaba preparando una ensalada cuando oyó que llamaban a la puerta. Nada más abrirla, volvió a arrepentirse de haber rechazado la posibilidad de abastecerse de ropa nueva. Porque la visión que tenía delante era como el símbolo del dinero y la belleza encarnado en una mujer de unos veintipocos años, tan hermosa que quitaba el aliento.
A Claudia Lomax Benton nunca le había faltado el dinero. Lucía ropa de los diseñadores más cotizados, viajaba siempre con su peluquera particular y aquel aura de riqueza y lujo la acompañaba a dondequiera que iba. De repente Pippa se sintió empequeñecida ante ella.
– Hola, soy Claudia. ¿Está Luke en casa?
– No, está en la playa -respondió Pippa, haciéndose a un lado para dejarla pasar-. Yo soy Pippa Davis.
– Hace mucho tiempo que quería conocerte -la abrazó, cariñosa-. Todo el mundo está hablando de ti.
Claudia se cuidó muy bien de no precisarle qué era lo que entendía por «todo el mundo». Aquel no era el momento adecuado para mencionarle el nombre de Dominique, que la había llamado para contarle la manida historia de una advenediza que había conseguido atrapar a Luke.
– La niña ni siquiera es suya -le había dicho la modelo, sollozando-. Es evidente que no lo es, pero el pobre Luke ha caído en sus garras.
Y Claudia le había respondido:
– No seas tonta, Dominique. Luke jamás hace nada que no le convenga. Yo lo adoro, pero sé muy bien cómo es.
– ¿Hablando de mí? -preguntó en aquel instante Pippa, extrañada.
– De ti y de Josie. ¿Está en la playa con él?
– Sí, le está enseñando a hacer surf -Pippa estaba consternada. Aquella joven no era una vulgar «muñequita» como Dominique.
– Ya supuse que habría salido a la playa… -dijo Claudia, comenzando a desabrocharse los botones de su elegante vestido de lino-… así que he venido preparada – se despojó de la prenda, debajo de la cual llevaba un traje de baño negro de una sola pieza-. Vamos, vente conmigo y nos reuniremos con ellos.
Pippa se dispuso a negarse, pero la recién llegada no tardó en convencerla; antes de que se diera cuenta, ya se había puesto su traje de baño y salían las dos de la casa de Luke. Su bañador de color burdeos hacía un bonito contraste con su piel de color marfil, pero al lado de la esplendorosa Claudia se sentía como una desabrida colegiala.
Minutos después, sin embargo, logró olvidarse de aquella sensación para sumergirse en el placer de ver a Josie riendo de felicidad mientras su padre la instruía en los secretos del surf. Evidentemente la experiencia le había gustado, y Luke sonreía, orgulloso del estilo y la intrepidez de su hija.
– ¿Es esa tu hija? -le preguntó Claudia, mirándolos.
– Sí…, mía y de Luke -respondió Pippa.
En aquel momento Luke las vio y salió del agua con Josie de la mano. Dio a Claudia un cariñoso abrazo, estrechándola con naturalidad contra su torso desnudo y brillante. Pippa se preparó para un recibimiento similar, pero él se limitó a sonreírle y a asentir con la cabeza. Intentó decirse que no se sentía decepcionada.
Josie saludó cortésmente a Claudia, pero luego agarró a Pippa de la mano, suplicándole:
– Mami, vamos al agua…
– De acuerdo, cariño -riendo, se dejó arrastrar hacia la playa.
Luke las habría seguido, pero Claudia lo detuvo poniéndole una mano en el brazo.
– Luke, es una niña maravillosa, pero… ¿estás seguro de que es tuya?
– Has estado hablando con Dominique – afirmó él todavía mirando hacia el agua, donde Pippa y Josie estaban ya chapoteando alegremente.
– Quizá sí -contestó Claudia-, pero a mí me parece una pregunta bastante lógica.