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Josie despegó la nariz del cristal de la ventanilla y se volvió para mirar a su madre.

– Mami, salimos a las nueve y media de la mañana y hemos estado volando durante once horas. ¿Cómo es posible que aterricemos a las doce y media?

Bostezando, Pippa se desperezó tanto como se lo permitía la estrechez del asiento.

– La hora de Los Ángeles está ocho horas adelantada con respecto a la de Londres, cariño. Ya te lo expliqué en el mapa.

– Ya, pero es diferente cuando es real.

– Eso es verdad -inconscientemente, Pippa se dedicó a calcular el tiempo que tardaría en volver a saborear una buena taza de té.

Josie, que tenía diez años, se ocupó de hacer algunos cálculos hasta que exclamó satisfecha:

– ¡Hemos estado retrocediendo en el tiempo!

– Supongo que sí.

Retroceder en el tiempo no ocho horas, sino once años, pensó Pippa. Retroceder en el tiempo hasta volver a encontrarse con aquella jovencita ingenua de dieciocho años cuyo comportamiento gobernaba el corazón y no la cabeza, que había amado a un hombre con absoluta entrega, sabiendo que él solo la había querido superficialmente. Retroceder al instante en que conoció a Luke Danton. Allí estaba ella, perdida en los pasillos del hotel Ritz, preguntándose qué camino debería tomar, probando suerte con la primera puerta que vio, encontrándose de repente en una cocina donde no tenía derecho a estar. Y allí estaba el joven guapo y sonriente que la agarró del brazo y la sacó a toda prisa de la cocina, pero pidiéndole al mismo tiempo que volvieran a verse más tarde.

Por una simple casualidad lo conoció, y por ese mismo motivo hubiera podido no conocerlo. En ese caso Luke nunca habría sabido de su existencia y ella no habría vivido aquellos ardientes y mágicos cuatro meses. No habría sufrido aquella angustiosa soledad. Ni habría gozado de aquellos inefables recuerdos.

Ni habría nacido la querida, maravillosa Josie.

Había llegado la hora de la crisis. Por supuesto, siempre podía espetarle de pronto: «¡Nada de boda, ni hablar! ¡Adiós!». Pero Luke detestaba hacer daño a la gente y estaba encariñado con Dominique. Sencillamente, no quería casarse con ella. Sospechaba que existía una conexión entre aquello y una reciente crisis en la vida de su amante. Después de haber trabajado durante seis años como top model, Dominique se había visto de repente privada de un trabajo que realmente le gustaba… para ser sustituida por una modelo más joven. Era extraordinariamente bella, pero a esas alturas ya era una vieja dama de veintiséis años.

No le había contado a Luke lo de su empleo, pero él se había enterado por otras fuentes y tenía la sensación de que su encanto personal no era el único factor que estaba en juego. Y no la culpaba por ello. Aquel era un mundo duro. Incluso el rostro más angelical podía albergar segundas intenciones. Recordó entonces a otra persona, aparte de sus padres, que jamás había intentado sacarle nada ni aprovecharse de él. Y que, para inmensa suerte de Luke, había llegado incluso a rechazar una propuesta suya de matrimonio. La divertida y estrambótica Pippa, tan alocada como él mismo, que había convertido su breve estancia londinense en una época encantadora. Era consciente de que había sido su primer amante y se sonreía todavía al recordar cómo ella había disfrutado del sexo, como si fuera una caja de bombones. Se había acostado con él sin ninguna inhibición, tierna y generosa, tan dispuesta a dar placer como a recibirlo. Luke esperaba sinceramente que con el tiempo hubiera encontrado un hombre que pudiera satisfacerla tanto como lo había hecho él… ¿Pero a quién quería engañar? Pippa incluso había reaccionado con total tranquilidad al descubrir que estaba embarazada. Luke ya había regresado a Los Ángeles cuando ella le comunicó por teléfono la noticia. El la había telefoneado y, como era su deber, le había sugerido el matrimonio, ya que en el fondo seguía siendo un hombre chapado a la antigua. Recordaba que aquella reacción le había parecido divertida a Pippa. La gente, en los tiempos que corrían, no tenía por qué sentirse obligada a casarse. Por supuesto que quería tener el bebé, pero… ¿quién necesitaba al padre?

Luke no se había mostrado nada entusiasmado con aquella forma de expresarlo, pero al mismo tiempo eso le había dejado las manos libres y una clara conciencia de la situación. Había pensado en ir a verla, pero el vuelo era muy caro y le había parecido mucho más sensato enviarle directamente algún dinero. Así que eso fue lo que hizo y lo que había seguido haciendo desde entonces. Pippa todavía seguía viva en su memoria como aquella chica alocada de malicioso sentido del humor que tan bien había llegado a conocer. Tenía fotografías recientes, pero de alguna manera le parecían irreales comparadas con la viveza de sus recuerdos. Se sonrió al evocarlos. Por todo había demostrado pasión: por sus sueños, por la comida, por la más ínfima discusión… ¡Y solía discutir constantemente! Durante aquellas discusiones había tenido que acallarla a besos. Y luego había sido incapaz de detenerse, no contento hasta explorar cada centímetro de su maravilloso cuerpo y descubrir que también por él había sentido una verdadera pasión.

Pippa sabía que había obrado mal. Había sido una estupidez decidir viajar de pronto a Los Ángeles y, al cabo de solo unos momentos, reservar dos plazas para el siguiente vuelo. Y allí estaba, cansada después del largo viaje, con lo peor todavía por llegar cuando el día apenas había empezado. Y dado que no había avisado a Luke de su llegada, muy bien podría no encontrarse en casa. Ay, ¿por qué no habría pensado un poco antes de tan impulsivamente?

La culpa era de Jake. Y de Harry, y de Paul y de Derek. Ellos habrían debido detenerla, sobre todo Jake, que supuestamente era el más razonable. Pero, en lugar de hacerlo, se había ofrecido incluso a darle el nombre de un amigo suyo de una agencia de viajes, que le había hecho una rebaja en el precio de los billetes. Paul y Derek, a su vez, se habían encargado de asesorarla con las medicinas, entregándole una lista con instrucciones sobre las precauciones que debía tomar. Harry los había llevado al aeropuerto en su viejo coche. Y los cuatro habían ido a despedirlas.

Si al menos su equipaje pudiera aparecer pronto en la cinta transportadora… Tenía la sensación de que llevaba siglos allí, esperando. Aspiró profundamente, esperando que Josie no notara que estaba volviendo a jadear. No tenía motivos para preocuparse, dado que la niña estaba en aquel instante dando saltos de emoción, deseosa de ser la primera en reconocer sus maletas.

– ¡Allí están, mami!

– No corras – Pippa intentó retener a su hija para que no echara a correr-. Espera a que se acerquen.

Josie sacudió la cabeza, agitando su melena rojiza.

– Odio esperar. Me gusta que las cosas sucedan ya.

– Pero si fuera así, no te quedaría nada para después, y entonces no sabrías qué hacer, ¿no te parece? -se burló Pippa, cariñosa.

– Haría que algo ocurriera después. Puedo hacer que ocurra cualquier cosa que me guste.

Pippa siempre sentía una punzada de nostalgia y dolor cuando oía a su hija hablar así, ya que le recordaba a cierta persona que también había pensado que la vida estaba a su disposición para inventársela a su gusto. Luke Danton. Y había tenido razón.

Al mirar a su alrededor tomó conciencia de lo lejos que se encontraba de Inglaterra. Aquello no solamente era otro país, sino casi otro mundo, otra dimensión. La gente incluso parecía más guapa, más saludable. Tenía la impresión de que todos eran como estrellas de cine. ¿Qué era lo que le había dicho Luke una vez? «Lo mejor de lo mejor vino a la costa oeste para abrirse paso en el mundo del cine, y los que no lo consiguieron se establecieron y se casaron unos con otros. Los que ves por las calles son la tercera generación». Pero ver tanta belleza resultaba incómodo, sobre todo cuando Pippa se había vestido sensatamente con vistas a un largo viaje, con unos viejos vaqueros y un suéter. Y, en ese momento, ser sensata casi le parecía un crimen.