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Desplegaba una energía inagotable, porque después de un breve descanso tuvo que salir de nuevo a grabar el tercer programa y seguía tan fresco y espontáneo como al principio. Cuando todo terminó, los invitados fueron abandonando la sala hasta que solo quedaron Pippa y Josie sentadas en sus asientos. La niña aprovechó la oportunidad para seguir visitando los estudios y Ritchie apareció de repente al lado de Pippa para comentarle, con tono quejumbroso:

– Cada vez me juro que no podré hacerlo de nuevo, pero, de alguna manera, siempre encuentro la energía para conseguirlo. La pregunta es: ¿durante cuánto tiempo más?

– Mientras conserves esos índices de audiencia tan altos, supongo -repuso Pippa, divertida.

– Tienes razón. El público es lo único que cuenta, ¿no? Esa gran hidra que se sienta aquí, dispuesta a cobrarse su libra de carne.

– Tendremos que esperar que Luke siga inventando esos platos tan maravillosos – apuntó ella discretamente.

– Por supuesto -convino, algo reacio-. Nadie sabe mejor que yo lo mucho que este programa le debe a Luke.

– Apuesto a que sí.

Ritchie le lanzó una mirada cargada de decepción y se alejó en busca de una audiencia más comprensiva con sus propios problemas… y más halagadora de su vanidad.

En el coche, de camino a casa, Pippa le contó esa conversación a Luke, que estalló en carcajadas.

– Esta es mi Pippa -comentó, satisfecho-. Sigues sin soportar las tonterías de nadie. Y ciertamente Ritchie se lo ha buscado. Me alegro, porque estoy un poco descontento con él. Debido al problema de los proveedores, me temo que esta tarde no voy a poder atenderos debidamente. Tengo que elaborar unas nuevas recetas y practicarlas después en la cocina.

– Te ayudaremos nosotras -se apresuró a ofrecerle Pippa-. Sé cocinar, ¿recuerdas?

– ¿Ah, sí? -bromeó-. No tenía ni idea.

– Si no estuvieras conduciendo, te propinaría una patada en la espinilla. Yo me encargaré de preparar la cena para los tres, mientras tú te ocupas de seguir siendo el genio de la pantalla. Y no te atrevas a criticarme o a meter las narices en lo que haga, ¿eh? Ya estás avisado.

– ¡Sí, madame!

Luke se sentó con Josie delante del ordenador y, ante los fascinados ojos de la niña, se dedicó a elaborar receta tras recta, corrigiendo, añadiendo, analizando todos los ingredientes. Pero su mente se hallaba a medias ocupada en aquella tarea. No podía evitar volverse de vez en cuando para mirar a Pippa, que se movía incesantemente por la cocina, su cocina, abriendo armarios, cajones, botes, frascos de especias…

– Papi -murmuró Josie, percibiendo su tensión-. Yo que tú no lo haría.

– Pero si solo iba a…

– ¡Bueno, pues no! No a no ser que quieras que mami te pegue con una sartén en la cabeza…

– Yo solo quería enseñarle dónde están las cosas. No conoce mi cocina.

– Claro que la conoce.

– ¿Qué quieres decir?

– Mamá ha organizado la cocina de casa exactamente igual que esta. Es más pequeña, pero es casi igual. Los cuchillos aquí, la tabla allí, la licuadora a la derecha… Todo lo mismo que la tuya. Ella dice que es así como reorganizaste la cocina de Ma hace años.

– ¿De verdad? -estaba fascinado.

– Ella también se enfada cuando ve algo que no está en su sitio. Sinceramente, se pone como loca cuando ve que algo está un poquito desordenado.

– ¿Pippa ordenada? No puedes estar hablando en serio.

– ¿Porqué?

– Yo la conocí antes que tú, ¿recuerdas?

– ¿Era desordenada en aquel entonces?

– ¿Que si era desor…? Déjame que te explique… -de repente se interrumpió, dándose cuenta de que los recuerdos de la ropa de Pippa regada por el dormitorio, donde tantas veces habían hecho el amor, no eran precisamente muy adecuados para los oídos de un niño-. No importa. Mira, me está volviendo loco…

– Papá, déjala en paz.

– Sí, cariño -cedió al fin.

Pero aquello era más de lo que podía soportar. Minutos después saltó de la silla como un resorte.

– Pippa, esa cacerola no…

Pippa se giró en redondo, con los ojos echando chispas.

– Josie, sácalo de aquí… ¡ahora mismo!

– Vamos -le dijo la niña-. Tenemos trabajo que hacer. Necesitas un buen montón de nuevos ingredientes y será mejor que salgamos a comprarlos en algún supermercado.

– No creo que haya ninguno por aquí cerca -declaró Luke, obstinado.

– Papá -le dijo Josie, pacientemente-. Veo las películas americanas. Sé que aquí siempre hay cerca un supermercado de esos que abren veinticuatro horas. Y ahora vamos. Todavía no estoy preparada para quedarme huérfana.

– ¿A qué te refieres?

– ¿Te has fijado en la manera que tiene mamá de blandir ese cucharón? -con eficiencia verdaderamente profesional, Josie recogió la lista que Luke acababa de imprimir, le descolgó la chaqueta, se la entregó y lo empujó fuera de la cocina-. Nunca te fíes de mamá cuando tiene esa expresión en los ojos -le comentó una vez que salieron.

– Te creo, te creo…

Estuvieron de vuelta en menos de una hora, cargados con bolsas. Pippa ya había preparado una cena para comer «sobre la marcha», porque sabía que una vez que surgía la llama creativa de Luke, era incapaz de prestar atención a cualquier otra cosa. En aquellos momentos su encanto se desvanecía, siendo reemplazado por una retahíla de monosílabos: «¡Sí! ¡No! ¡Date prisa! ¡Siempre te pones en medio!» y otras lindezas parecidas. Por su parte, a los pocos minutos la pequeña Josie se había convertido en su lugarteniente, y algunas veces parecía comprender lo que quería antes incluso de que llegara a decírselo.

– Josie, ¿dónde…?

– Aquí -le respondía, poniéndole en la mano el objeto en cuestión.

– Necesitaré… un poquitín de picante. Tomate, rábano, cayena… Y también yogur, pepino, ajo picado, zumo de limón… -estaba hablando para sí mismo, concentrado.

– Tomates -musitó Josie mientras se apresuraba a entregárselos-. Cayena, yogur, pepino, ajo… -recitaba de memoria.

En cuestión de segundos ya tenía todos aquellos ingredientes dispuestos y alineados sobre la mesa. Luke le dio algunas instrucciones y volvió a ocuparse del horno. Pippa tomaba notas, pero con la sensación de que apenas era necesaria. Aquellos dos estaban sumergidos en un mundo propio, privado, y no pudo evitar sentir una ligera punzada de tristeza, que reprimió rápidamente. Porque era eso precisamente lo que ella misma había deseado y esperado.

Al fin terminaron y Luke sonrió a Josie, agradecido y satisfecho.

– Ojalá tuviera un par de ayudantes como tú conmigo, sobre todo en el programa -de repente se volvió hacia Pippa-. ¡Eh!

– Luke, no.

– Pero si es una idea fantástica. Necesito a alguien que sepa lo que estaré haciendo allí, y no tengo tiempo para ensayar en ningún otro sitio. Josie lo sabe perfectamente. Ella me ha ayudado a hacer esta obra maestra.

– ¿Pero cómo la presentarás?

– ¡Como mi hija, por supuesto! Te gustaría, ¿verdad, cariño?

– ¡Oh, sí!,-exclamó Josie, dando saltos de alegría.

– Pero solo si mamá quiere -se apresuró a añadir Luke.

– ¡Mami, por favor, por favor! Papi, convéncela.

– Cariño, no puedo convencerla si ella no quiere. Si no te da permiso…

– Luke Danton, eres el tipo más mezquino y con menos escrúpulos que…

Pero su sonrisa la dejó sin aliento.

– Supongo que eso quiere decir sí.

– ¡Sí, mami, sí!

– Oh, de acuerdo.

Padre e hija estallaron en carcajadas y se pusieron a bailar de alegría. Pippa los observaba, sonriente, pero de pronto Luke la tomó desprevenida agarrándola de la cintura para incorporarla al círculo de baile, haciéndole dar vueltas y más vueltas hasta que se mareó.