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Aparentemente el padre de Luke estaba dispuesto a monopolizar a su nueva nieta. Estaban sentados el uno junto a la otra ante la barra, bebiendo batidos y charlando sin cesar. De vez en cuando alguien procuraba integrarse en el círculo, solo para ser sutilmente expulsado por el abuelo. La madre de Luke los contemplaba satisfecha.

– Al fin mi marido ha encontrado a alguien de su edad -le confió a Josie.

Pippa no tardó en darse cuenta de que tenía razón. Entre el hombre de sesenta años y la niña de diez existía una conexión especial. En aquel instante el padre de Luke exclamó, horrorizado:

– ¿Quieres decir que todavía no has estado en Disneylandia?

Josie negó con la cabeza, los ojos muy abiertos.

– No, nunca he estado -pronunció con tono lastimero.

– Josie -la recriminó Pippa, escandalizada-, deja ahora mismo de representar el papel de «huerfanita desvalida».

– Oh, no le amargues la fiesta -se apresuró a aconsejarle la madre de Luke-. A mi marido le encanta Disneylandia. Ahora tiene una estupenda excusa para ir. No querrás quitársela, ¿verdad?

– Supongo que no -respondió Pippa.

En seguida, un viaje a Disneylandia pasó a figurar en la agenda para el día siguiente. Zak y Becky tenían que trabajar, pero los otros cinco irían en coche a Anaheim. Una vez acordada aquella cita la familia partió, dejando la casa inquietantemente tranquila y silenciosa.

Al día siguiente los tres se dirigieron a la casa de los padres de Luke. La madre los saludó como si hubieran estado separados un año en vez de unas pocas horas, y le dijo a Pippa con tono confidenciaclass="underline"

– Quería enseñarte esto -le mostró una fotografía-. Esta era Clarrie.

La fotografía había sido tomada cuarenta años antes, con una cámara muy sencilla. Pippa se quedó asombrada. Estaba acostumbrada a pensar que Josie se parecía a ella misma, pero en aquel momento podía ver que su rostro ovalado era el mismo que el de la niña de la foto. Y también tenía aquella nariz levemente respingona.

– Se me rompió el corazón cuando la perdí – le confió la madre de Luke-. Bueno, supongo que, de alguna forma, ahora la he recuperado.

Pippa estaba sobrecogida de emoción. En un principio había pensado que el parecido de Josie con Clarrie era una ilusión, algo inventado por la madre de Luke. El descubrimiento de que era real lo cambiaba todo de una manera sutil pero absoluta. Josie realmente formaba parte de aquella familia.

– Me alegro -pronunció.

– Pareces una buena chica. Dime, ¿cómo es que no quisiste casarte con mi Luke?

– Yo… ¿qué es lo que te ha dicho él?

– Que te pidió que te casaras y tú te negaste. ¿No es eso verdad?

Pippa se quedó boquiabierta.

– ¡Vaya un caradura! Luke… yo… bueno, sí, formalmente supongo que eso es verdad, en cierta forma. Pero pude detectar en su tono de voz que solo me lo estaba pidiendo por obligación…

– ¿Por obligación? ¿Luke? -repitió su madre, asombrada.

– Bueno, desde luego no podía haber ninguna otra razón. ¡Deberías haberle oído cuando me negué! ¡Se quedó inmensamente aliviado!

– Fue entonces cuando tú te negaste, ¿no? -inquirió la mujer, mirándola con una expresión cargada de ternura y una mirada de comprensión.

– ¡Por supuesto! No lo habría hecho si él me hubiera querido, pero habíamos acordado mantener una relación sin lazos ni compromisos y, bueno, ya conoces…

– Claro que lo conozco. Es mi hijo. ¡Y el hijo de su padre, que Dios nos ayude!

– Así que él representó delante de vosotros el papel de inocente ofendido, ¿eh? – Pippa todavía seguía indignada.

– ¡ Y bien que lo hizo!

– Puedo imaginármelo perfectamente: mamá, yo quería casarme con ella, pero me dio calabazas. Se arrepentirá de haber nacido.

– Oye, ese es un privilegio de las madres. Tendrás que esperar a que llegue tu turno.

– No, esperarás tú -replicó Pippa con firmeza-. El primer golpe me corresponde a mí.

– Será un placer -la madre de Luke rió entre dientes, divertida.

– ¿Vienes, Maisie? -la llamó en aquel instante su marido.

– ¡No puedo ahora! ¡Estoy hablando con mi nuera!

* * *

Hicieron el viaje a Anaheim en el coche del padre de Luke, con su mujer sentada en el asiento delantero y los otros tres atrás. El padre de Luke se dedicó a describirle Disneylandia a Josie, que lo escuchaba con los ojos abiertos como platos. Pippa estuvo durante todo el viaje callada, deseando tener una oportunidad para hablar con Luke a solas acerca de lo que su madre le había dicho. Le haría purgar sus pecados, lo sacudiría de la cabeza a los pies, le retorcería el cuello y lo freiría en aceite… Para cuando llegaron a su destino, estaba hirviendo de rabia.

Josie se quedó sin aliento al ver Disneylandia por primera vez. Sus abuelos se hicieron cargo en todo momento de ella, felices como niños.

– Ven, que voy a enseñarte las tiendas – le dijo Luke a Pippa, tomándola de la mano, y se dirigió a los demás-. Seguid vosotros. No nos esperéis.

– ¿Crees que esto está bien? -le preguntó ella en un murmullo.

– ¿No te parece que dos personas son más que suficientes para cuidar de nuestra hija? Y Josie ya está demasiado ocupada metiéndoselos en el bolsillo.

– Tienes razón. Es una buena oportunidad para que tengamos una conversación tú y yo a solas.

– ¿Por qué de pronto me siento tan nervioso? -exclamó, bromeando.

– Porque tienes todos los motivos del mundo.

– Pippa, ¿sabías que te brillan los ojos? En los viejos tiempos eso solo podía significar que estabas enfadada con alguien. Habitualmente conmigo.

– ¡Tienes unas magníficas dotes de observación! ¿Cómo te atreviste a decirle a tu madre que me pediste que me casara contigo?

– Porque lo hice.

– ¡No es verdad!

– Te lo pedí, y tú me rechazaste -protestó él.

– Luke, hay maneras y maneras de pedir en matrimonio. Puedes pedirlo como esperando desesperadamente que la otra persona te responda que sí, o como esperando que se niegue. No es muy difícil diferenciar una de otra.

– ¿Y tú te consideras una adivinadora del pensamiento, eh?

– No tuve ninguna necesidad de leerte el pensamiento. Me lo dejaste muy claro desde el principio. Nada de matrimonio, nada de familia, nada de niños, nada de lazos. No podías haber sido más explícito. Y yo acepté. Cuando tú sacaste el tema del matrimonio, con una ostensible precaución por tu parte, yo solo te dije lo que tú querías que te dijera.

– Bueno, pero yo…

– Y luego tú fuiste a tu madre y le dijiste que todo era culpa mía…

– Pippa, ella me preguntó por qué no me había casado contigo, y yo le dije que te lo pedí y que tú me contestaste que no, lo cual era verdad…

– Era una verdad a medias.

– De acuerdo, hablaré con ella y le contaré exactamente cómo fue.

– No es necesario. Ya lo he hecho yo.

– Así que eso era lo que las dos estabais haciendo, cuchicheando en una esquina y haciéndome pedazos.

– No te extrañes. A mí me encantaría hacerte pedazos ahora mismo -replicó Pippa, hirviendo de rabia.

– ¡Ah, mira, como en los viejos tiempos! En aquel entonces no atendías a razones, y sigues sin hacerlo ahora.

– ¿Razones? ¡Ja! ¿Hablas tú de razones? ¡Lo que hay que oír!

– Pippa, no reconocerías una razón ni aunque te la pusieran delante de las narices.

– Ya sabes la respuesta a eso.

– Si no fueras la mujer de peor genio del mundo, te juro que… ¡oh, al diablo con eso! -de repente la agarró de la mano y echó a andar a toda velocidad.

– Eh, ¿qué crees que estás haciendo?

– Ven por aquí -se limitó a decirle por encima del hombro.

– Luke…

– Date prisa.