Pippa lo había rechazado. Pero no: no había sido ella, sino una mujer diferente, a medias conocida y a medias extraña, pero absolutamente tentadora. La joven Pippa se había fundido con la madura, sensata e incluso triste Pippa. No sabía qué era concretamente lo que había visto en su expresión, pero esta seguro de que escondía un secreto e intenso dolor.
Durante un rato estuvo dormitando, hasta que lo despertó un ruido procedente de la cocina y fue a investigar.
– Soy yo, papi. Quería tomar un poco de leche.
– Son las cuatro de la madrugada. Deberías estar durmiendo como un tronco después del día tan cansado que has tenido. ¿Quieres comer algo?
– ¿Un helado, quizá?
– ¡Dios bendiga tu estómago! -exclamó Luke-. Un helado, después algodón de azúcar, bombones… Bueno, toma.
– Gracias.
Luke se sentó en un taburete de la barra y la observó comer.
– ¿Te gusta vivir en una casa de huéspedes, Josie?
– Sí, es bonito. Mami me contó que tú solías vivir allí con ella.
– Es verdad, pero de eso hace mucho tiempo. Supongo que habrá cambiado bastante.
– Sí, ahora está toda nueva y arreglada. ¿Te gustaría verla? Tengo algunas fotos aquí. Espera.
Se dirigió al dormitorio y volvió un momento después con un fajo de fotografías.
– Mami también trajo algunas -le informó, encaramándose en otro taburete-, pero no sé muy bien cuáles son las suyas.
Luke estudió la casa, que había sido objeto de importantes reformas, sobre todo la cocina. Recordaba que la antigua cocina de Ma parecía verdaderamente de museo.
– ¿Quién es ese? -preguntó de repente, señalando un hombre que aparecía al lado de Pippa en una de las fotos.
– Derek. Está enamorado de mamá. Constantemente le regala rosas. Mira, en esta otra puedes verlo justo detrás del hombro de mamá.
Acercándose más, Luke acertó a distinguir un ramo de rosas rojas. No dijo nada.
– Y este es Mark -le dijo Josie, presentándole otra fotografía-. Se dedica a probar coches para un fabricante y, de vez en cuando, participa en carreras, aunque solo en Fórmula Tres. A veces va a buscar a mamá en su coche y conduce a toda velocidad. A ella le gusta, dice que es emocionante. Es gracioso.
– ¿Por qué te parece gracioso?
– Bueno, es mi madre, ¿no? Las madres no suelen hacer cosas emocionantes.
– ¿Sabes una cosa? Cuando yo conocí a tu madre, lo encontraba todo emocionante.
– ¿Cómo era ella en aquel entonces?
– Tremendamente divertida -respondió Luke con una sonrisa-. Llevaba ropa muy llamativa: vaqueros de color naranja y botas de cowboy rojas.
– ¿Mamá? -exclamó Josie, escéptica-. ¿Seguro que no te has confundido con alguna otra novia?
– Oye, no te pases de lista -bromeó-. No tenía ninguna otra novia mientras estaba con ella. De alguna forma, cuando estabas con Pippa ya no veías a nadie más. Ella simplemente encendía el cielo y convertía el mundo en un lugar tan loco y maravilloso como ella -al ver la sorprendida expresión de Josie, Luke se dio cuenta de que sus palabras no tenían demasiado sentido para ella. Era incapaz de relacionarlas con su madre-. Desde luego en esta foto sí que parece estar divirtiéndose mucho -añadió.
En la instantánea Pippa aparecía sentada en un descapotable, sonriente, con la melena ondeando al viento. Al lado iba un hombre que, supuestamente, las mujeres habrían podido considerar como guapo. Luke no lo sabía: en gustos no había nada escrito. Le devolvió la fotografía.
– ¿Y cómo se siente mamá? -le preguntó-. ¿Tiene algún amigo… especial?
– ¿Te refieres a alguien que se quede a pasar toda la noche en su habitación?
– Hum… -Luke se había ruborizado-, sí, supongo que me refiero a eso.
– No lo creo. Nunca la he oído gemir y gritar.
– ¿Qué… qué es lo que sabes al respecto? -inquirió, consternado.
– Bueno, una vez tuvimos como residentes a una pareja de luna de miel, y ellos…
– Ya, bien -la interrumpió apresurado, y añadió en un murmullo-: Dios mío, si yo le hubiera dicho algo parecido a mi madre se me habría desmayado.
– Somos una nueva generación. Las cosas han cambiado mucho desde la época en que tú eras joven.
– Anda, vete a la cama. Estás haciendo que me sienta como un anciano.
– Bueno, enfréntate a los hechos, papá. Tú naciste en el siglo pasado.
A esas alturas Luke ya estaba completamente anonadado. Pero Josie ya había desaparecido cuando pudo recuperarse para replicar:
– ¡Y tú también!
Una vez solo, miró de nuevo las fotografías, deseando que el hombre del descapotable no fuera tan atractivo. Luego volvió al salón y se sentó en la oscuridad, contemplando el mar e intentando sacudirse la sensación de tristeza que lo invadía. Ese era un sentimiento con el que no solía perder el tiempo: si algo lo hacía sentirse triste, se ponía a pensar en otra cosa. Pero en aquella ocasión no le resultó tan fácil, y él, el menos analítico de los hombres, se vio obligado a analizar su situación.
Era algo que tenía que ver con el asombro que había experimentado Josie cuando él le describió a la joven Pippa. No había comprendido nada de lo que le había dicho. La imagen que tenía de su madre era la de una mujer con frecuentes ataques de asma y jaquecas, que le decía cuándo tenía que acostarse y cuándo tenía que hacer los deberes. Los recuerdos que Luke tenía de la radiante y hermosa jovencita que vivía solamente para el presente carecían de sentido para su hija.
Y aquella jovencita se estaba desvaneciendo por momentos. La propia Pippa no parecía recordar gran cosa sobre ella. Solamente era en el corazón de Luke donde seguía viviendo, llameante de vida y alegría. Pero él también había cambiado. ¿Qué le había dicho aquella tarde, en el barco? Que su armonía sexual había importado menos, a largo plazo, que la sintonía de sus mentes, de sus almas. Él, Luke Danton, había dicho eso, y además hablando en serio. ¡Inquietante! Era el mismo tipo de cosas que habría dicho una persona como Frank, y eso lo alarmaba terriblemente. Quería decir que se estaba volviendo viejo.
El programa se emitió a las ocho de la tarde. A las cinco, ya se hallaba reunida la familia, compuesta por los padres de Luke, Zak con su novia y Becky con su novio. Media hora después apareció Claudia con una botella de champán, y la fiesta fue ya completa. Luke se había ocupado de preparar la cena y Josie se mostró encantada de hacer de ayudante, con su eficiencia acostumbrada.
Hacia las ocho menos cuarto se cerraron las cortinas, se conectó el vídeo y todo el mundo se instaló cómodamente en el salón.
– Ahora viene -les advirtió Luke minutos después, cuando ya la espera se había hecho agónica después de tanto anuncio publicitario.
Finalmente empezó el programa. Todos lo vieron en silencio, concentrados. Todos menos Josie que, de vez en cuando, soltaba un suspiro de nostalgia y sorpresa. Cuando terminó aplaudieron a rabiar y Luke le regaló el vídeo grabado a su hija.
– Antes de que te marches te lo habré copiado en el sistema europeo -le dijo-. Pero este te lo doy por si quieres verlo mientras tanto.