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Pero, a pesar de la felicidad que la embargaba, también sintió una leve punzada de furia. Era Luke quien había establecido aquella distancia entre ellos, cuando le había convenido.

– Está el teléfono, el e-mail… -empezó a decir.

– Pero ahora es diferente, ¿es que no te das cuenta? Algo ha empezado a suceder entre nosotros… sé que lo estás negando, y quizá también sepa por qué, pero dame una oportunidad. No condenes por adelantado lo que podríamos tener.

Pippa lo miraba fijamente, incapaz de dar crédito a sus oídos, mientras su furia crecía por momentos. Era diferente solo cuando él quería que lo fuera. «Detente», le dijo entonces una voz interior. «Eso ya no importa, y no puedes ponerte a discutir con él aquí y ahora». Pero la obstinada y belicosa Pippa de antaño se negaba a ceder.

– Esta es la primera llamada para el vuelo 1083 para Londres Heathrow -anunciaron por los altavoces.

De pronto Luke la agarró de los brazos.

– No te subirás a ese avión.

– Puedes estar seguro de ello -repuso lentamente, cediendo al fin-. Tienes razón. Tenemos muchas cosas de que hablar. Nos quedaremos.

A Luke el corazón le dio un vuelco en el pecho. Había ganado. Por supuesto. Siempre ganaba. Pero había algo en los ojos de Pippa que lo hacía sentirse incómodo. En vez del brillo del amor, veía en ellos el brillo de la batalla. Pero ya se ocuparía de eso más tarde. La agarró firmemente de la mano y se dirigieron a la Cafetería. Todos los demás se volvieron para mirarlos, expectantes.

– ¿Algún voluntario para recuperar la maletas de ese avión? -preguntó Luke, y todo el mundo prorrumpió en gritos de alegría. Josie se lanzó a los brazos de su madre.

– ¡Gracias, mamá! -exclamó, y abrazó luego a Luke.

Zak partió rápidamente en busca de las maletas. La madre de Luke le comentó a Pippa:

– Se nos ha ocurrido una idea maravillosa: ¿por qué no dejas que Josie se quede con nosotros por un tiempo?

– No, lo siento -se apresuró a responder Pippa-. Eso está fuera de toda discusión.

Los demás la miraron fijamente, sorprendidos por su reacción.

– Perdona -se disculpó-. No pretendía ser grosera. Evidentemente vosotros la cuidaríais maravillosamente. Es solo que nunca antes me he separado de ella… – «pero muy pronto puede que os separéis para siempre», le recordó en aquel instante una voz interior.

– Por favor, mami -le suplicó Josie-. El abuelo dice que iríamos a Disneylandia todos los días.

– Nunca tuvo una excusa tan buena como esta -señaló la madre de Luke.

– Bueno -admitió Pippa, acorralada-. Supongo que quizá… unos pocos días.

La aclamación que siguió a sus palabras fue todavía más estruendosa que la anterior.

– Cuando Zak traiga las maletas, meteremos las cosas de Josie en nuestro coche y nos iremos directamente a casa -declaró el padre de Luke.

– ¿Quieres decir ahora? -inquirió Pippa.

– Supongo que no hay ocasión más adecuada.

– Ya -aceptó Pippa, aturdida. Se sentía como si acabara de ser atropellada por un camión: eso sí, con la mejor de las intenciones. Todos parecían haber conspirado en común. Todos excepto, quizá, Claudia.

Pero pocos minutos después incluso esa ilusión quedó destrozada.

– ¡Eh, este no es el camino de vuelta a Manhattan Beach! -exclamó Pippa, mirando asombrada a su alrededor.

Estaban en el coche de Claudia, que se volvió para explicarle, mientras conducía:

– Pensé que podríamos dar un pequeño rodeo.

– ¿Un pequeño rodeo?

– Hasta Montecito, al sudeste de Santa Bárbara. Tengo una pequeña casa allí y, dado que Josie se va a quedar en casa de la familia de Luke, tú te quedarás en la mía.

– Pero…

– Te encantará, Pippa. El aire es mucho más limpio y fresco que el de Los Ángeles. Será mucho más conveniente para tu salud.

Pippa se volvió para mirar a Luke.

– A mí no me mires -le dijo él con sospechosa inocencia-. A mí también me han secuestrado.

– Has pronunciado la palabra adecuada – declaró enfáticamente Pippa-. Esto es un verdadero secuestro. Luke, no puedes obligarme…

– No, yo no -la interrumpió, divertido-. Es ella quien lo está haciendo.

– Pero…

Luke la atrajo suavemente hacia sí, recostándola a su lado.

– ¿Por qué no, simplemente, te relajas y disfrutas?

No podía seguir oponiéndose, ya que él era irresistible… Además, ¿por qué habría de luchar contra algo que quería tan apasionadamente? El trayecto duró un par de horas más. Cuando empezaron a ascender por las colinas, y tal como Claudia le había prometido, el aire se fue tornando más limpio y fresco. Pippa aspiró profundamente, invadida por una alegría y un gozo puramente físicos. A lo lejos se veía brillar el mar. Arriba, el cielo tenía un color azul intenso, vivido.

La casa de Claudia era un pequeño edificio de estilo español, con tejado de teja roja y paredes encaladas, enclavado en medio de un bosque. Claudia detuvo finalmente el coche y saludó a los dos hombres y a las dos mujeres que acababan de salir a la puerta.

– Sonia, Catalina, Álvaro y Alfonso -se los presentó a Pippa-. Se encargan de cuidar la casa y el jardín.

Momentos después Álvaro y Alfonso habían abierto ya el maletero del coche para sacar el equipaje. Sonia y Catalina los acompañaron al interior de la casa, asegurándoles que todo estaba preparado: las habitaciones ya se hallaban acondicionadas y la mesa servida, esperándolos. Dentro la temperatura era agradablemente fresca. Había largas cortinas blancas que cubrían enormes ventanales que iban del techo al suelo de las habitaciones. Claudia llevó a Pippa a su dormitorio, que daba a la fachada principal de la casa.

– Dormirás aquí -le informó-. La habitación de Luke está al otro lado del pasillo.

Era lo suficientemente grande para alojar a unas diez personas. También tenía ventanales altos hasta el techo y suelos de baldosa de mosaico. En la cama habría podido caber un ejército. El mobiliario era de palorrosa, cálido y acogedor. Catalina ya había empezado a deshacer el equipaje de Pippa y a colocar las prendas en el inmenso vestidor. Después de enseñarle dónde estaba todo, se retiró sonriente.

– ¿Te gusta? -le preguntó Claudia desde el umbral.

– Oh, es preciosa.

– Es mi habitación. La escogí por las vistas al mar.

– Oh, pero no puedo quedarme aquí.

– Claro que puedes, y lo harás -a continuación señaló una preciosa bata de seda multicolor que estaba extendida sobre la cama-. Es una antigua costumbre hispana regalar algo a los huéspedes. Esta bata que ves aquí es mi regalo. Para cuando bajes a la piscina.

Pippa se quedó sin aliento: era la prenda más exquisitamente hermosa que había visto nunca.

– Claudia, yo…

– Oh, no es nada. Simplemente disfrútalo. Probablemente te estés preguntando por qué te he traído aquí, cuando Luke y tú habríais podido regresar tranquilamente a su casa. La verdad es que pensé que necesitaríais aislaros, apartaros de todo. Hasta ahora solo nos hemos ocupado de Luke y de Josie, pero… ¿qué hay de Luke y de ti?

– No creo que pueda haber nada entre nosotros.

– Ahora lo averiguarás. Ah, también quiero darte esto -le tendió a Pippa un papel con un nombre y una dirección-. Es el médico que tengo aquí. Un hombre muy discreto.

– No sé qué es lo que… -empezó a protestar, pero se interrumpió al ver la expresión de sincera bondad de Claudia.

– Yo tampoco lo sé exactamente -repuso ella-. Pero sé que hay algo más, y que todavía no se lo has dicho a Luke. Quizá puedas decírselo mientras estés aquí. Y creo que deberías hacerlo pronto.

Pippa bajó la mirada al papel que sostenía en la mano.

– Gracias -pronunció con tono suave-. Tú no…