Выбрать главу

A sus veintinueve años, Pippa era alta y delgada, de cabello castaño rojizo, rizado y largo hasta los hombros. Tenía los ojos grandes y luminosos, además de una boca de labios llenos y risa fácil. Pero últimamente no había tenido oportunidad de reírse mucho, al menos desde que el médico le había dicho: «Pippa, tengo que ser sincero contigo…». Porque en aquel preciso instante tuvo el presentimiento de que nunca más iba a poder volver a reírse.

Al fin recuperaron su equipaje, atravesaron la aduana y se dirigieron al hotel del aeropuerto.

– ¿Por qué no podemos quedarnos en casa de papá? -le preguntó Josie mientras deshacían las maletas.

– Porque no sabía que veníamos, así que no estará preparado para recibirnos.

No tardaron mucho tiempo en guardar todas sus cosas. Luego salieron a la calle, pararon un taxi y Pippa le dio al conductor la dirección de Luke.

– ¿Tardaremos mucho en llegar?

– Unos diez minutos -le contestó el taxista.

Solo diez minutos, y aún no había decidido lo que iba a decirle a Luke cuando abriera la puerta y la encontrara allí, en Los Ángeles, de la mano de su hija. ¿Por qué no le había advertido de su llegada? «Porque en ese caso tal vez se hubiera evaporado», le contestó una irónica voz interior. El Luke que había conocido once años atrás era una persona deliciosa y encantadora, pero las palabras «serio», «responsable» y «compromiso» no figuraban en su vocabulario.

Era por eso por lo que, aunque Luke había contribuido generosamente al mantenimiento de su hija, nunca había llegado a verla. Y era por eso por lo que en aquel momento estaban al otro lado del Atlántico, ya que Pippa se hallaba decidida a que conociera a Josie antes de que… Tuvo que dejar inconcluso el pensamiento. No era bueno pensar en esas cosas. «Ante de que Josie se hiciera mayor», procuró corregirse. Había tomado esa decisión y la había puesto en práctica sin darse tiempo a pensar… o a arriesgarse a perder el valor de ejecutarla, admitió para sí misma. Allí se encontraban ya, casi delante de la casa de Luke Danton. Y Pippa estaba empezando a tomar conciencia de la enormidad de lo que había hecho.

Si en ese momento hubiera podido dar media vuelta y volverse a casa, lo habría hecho. Pero el taxi estaba aminorando la velocidad…

El corazón de la casa de Luke residía en la cocina, un enorme e impresionante espacio de trabajo que había diseñado personalmente. Contaba con cinco fregaderos, tres cocinas, dos hornos y un microondas, todos de la tecnología más moderna y sofisticada. En una esquina había un escritorio y un ordenador. En aquel instante lo encendió para comunicarse con El Local de Luke, el restaurante que había abierto cinco años atrás. La contraseña le permitió entrar en la contabilidad, donde pudo comprobar que los ingresos de la noche anterior habían sido muy altos. Una visita a El Otro Local de Luke, abierto hacía solamente un año, arrojó unos resultados igualmente satisfactorios.

Su página Web mostraba un notable número de visitas desde su programa televisivo del día anterior. Era un programa de cocina y, desde que apareciera el primero hacía año y medio, los índices de audiencia no habían dejado de subir. Brevemente echó un vistazo a su correo electrónico… hasta que encontró algo que le hizo fruncir el ceño. El mensaje que le había enviado la noche anterior a Josie no había sido recibido. Y aquello era algo inusual en su hija, que solía leer todos sus mensajes nada más recibirlos y se apresuraba a contestarlos.

A pesar de no haberla visto nunca, la conocía bastante bien. Contribuía generosamente a su mantenimiento. Tenía una cuenta abierta en la mejor juguetería de Londres, y por Navidad y el día del cumpleaños de su hija siempre llamaba para que le enviaran los regalos más adecuados para una niña de su edad. Dos veces al año recibía una carta de Pippa agradeciéndole los regalos, dándole noticias de Josie y, a veces, enviándole fotografías. Según iba creciendo, se iba pareciendo más a su madre. Pero de alguna manera siempre le había parecido una persona irreal, hasta el día, hacía precisamente un año, en que recibió un mensaje personal de la niña: «Soy Josie. Tengo nueve años. ¿Eres mi papá? Mami dice que sí. Josie».

Cuando se recuperó de la impresión, Luke le respondió afirmativamente y esperó. No tardó en llegarle la respuesta. Y cuando le preguntó cómo había localizado su página Web, ella le contestó que estuvo navegando por Internet hasta que la encontró. Sola, ya que Pippa era muy torpe con los ordenadores. Su iniciativa y autonomía encantó a Luke: aquello era exactamente lo que él habría hecho a su misma edad, si las páginas Web hubieran existido por aquellos días. A partir de entonces iniciaron una correspondencia amena, salpicada de bromas. Recientemente había recibido una gran fotografía de madre e hija, sentadas la una al lado de la otra, sonrientes. Guiado por un impulso, Luke abrió el cajón donde guardaba la foto, la abrió y sonrió. Al pie podía leerse: Te queremos, papá. Pippa y Josie. Las dos últimas palabras estaban escritas con una letra grande, infantil. «¡Esa es mi chica!», exclamó para sus adentros.

Ya se disponía a guardar la fotografía cuando de pronto se detuvo para mirarla con mayor detenimiento, estudiando sus rostros y la frase escrita. Una idea empezó a germinar en su mente. Una idea, más que ingeniosa, retorcida. Colocó la foto en un lugar destacado de su escritorio. El más destacado, de manera que resultara imposible que pasara desapercibida. Su ángel de la guarda había acudido nuevamente en su recate.

Inspirado, se puso a preparar el desayuno perfecto para una modelo: una nueva receta que había diseñado para sus restaurantes.

«No hay nada como matar dos pájaros de un tiro», comentó para sus adentros. Cebolla, vinagre, lechuga, pedazos de fruta, fresa, brotes de alfalfa. Dejó preparados todos los ingredientes y se dedicó a elaborar la salsa para la ensalada: iba a ser una obra de arte. Podía oír a Dominique moviéndose en el piso de arriba, y el sonido del agua de la ducha. Preparó café y se esmeró en la presentación del desayuno.

Cuando Dominique bajó, Luke advirtió que le brillaban los ojos al ver las molestias que se había tomado con ella y que esbozaba una radiante sonrisa de satisfacción.

– Querido Luke, eres un encanto…

– Espera a ver lo que he creado para ti – le dijo, colocando delante de ella el plato de ensalada-. Menos de doscientas calorías y nutritivo a más no poder.

– ¡Mmm! Tiene un aspecto delicioso – saboreó el primer bocado con una expresión de éxtasis-. ¡Cielos! Y lo has creado precisamente para mí.

«Para ti y para los clientes que pagarán veinticinco dólares por este plato, además de los cientos de miles de personas que ven mi programa los martes y viernes», pensó Luke.

– Es justo lo que una modelo como tú necesita -le aseguró-. Solo tres gramos de grasa.

– Oh, Luke, cariño, eres maravilloso. Por eso te adoro tanto. Y tú también me adoras, ¿verdad? Estoy segura de ello por estos detalles que tienes conmigo…

Percibiendo que la conversación estaba tomando un rumbo peligroso, Luke volvió a llenarle la taza de café y le dio un beso en la punta de la nariz. Pero Dominique no estaba dispuesta a dejarse distraer tan fácilmente.

– Como antes te estaba diciendo, nos llevamos tan bien los dos que a mí me parece que… -justo en aquel preciso instante descubrió la foto. Y Luke suspiró aliviado-. No había visto esa fotografía antes -dijo frunciendo el ceño.

– ¿Qué…? Ah, la foto. No suelo tenerla ahí -se apresuró a explicar Luke, fingiendo querer retirarla precipitadamente antes de que ella se le adelantara.

– ¿Papá? -leyó Dominique-. ¿Me has estado ocultando algún secreto, Luke? ¿Es esta tu ex mujer?

– No, Pippa y yo nunca hemos estado casados. La conocí en Londres, cuando estuve trabajando allí hace once años. Sigue viviendo en Inglaterra.