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– Tenía demasiado orgullo para quedarme allí, viéndote partir -le confesó ella-. Me marché en seguida porque pensé que haberme quedado en la sala habría resultado patético – se miraron fijamente durante un rato, hasta que añadió-: Pudimos haberlo conseguido entonces. Si yo me hubiera quedado un poquito más… si no hubiera antepuesto mi orgullo, habríamos podido seguir juntos durante todos estos años -de pronto escondió el rostro entre las manos y comenzó a sollozar.

– Cariño, no -la estrechó entre sus brazos-. No, por favor. No es bueno volver la mirada al pasado.

– Pero tantos años desperdiciados… No puedo soportarlo. Pudimos haber seguido juntos durante todos estos años -se aferró a él, desesperada,

– Pippa… Pippa, por favor… mírame, cariño… No llores, por favor, no llores.

El propio Luke estuvo a punto de sollozar también, presa de un dolor cada vez más intenso. Empezó a besar sus mejillas bañadas de lágrimas, desesperado por consolarla. Pero de repente se sorprendió a sí mismo besándola en los labios con irrefrenable pasión. Pippa lo abrazó, emocionada: volvía a estar en los brazos de Luke, y aquella ocasión sí era la adecuada. La antigua magia estaba funcionando de nuevo, abrumando sus sentidos, asegurándole que estaba en el lugar al que pertenecía. Él era suyo al igual que ella siempre había sido suya y, en aquellos instantes, se sentía libre para decírselo con los labios, con las manos, con su cuerpo.

Un leve movimiento y la bata cayó al suelo. Pippa lo despojó a su vez de la toalla y ambos quedaron otra vez desnudos. Luke empezó a acariciarla con reverencia, con verdadera adoración; parecía haber sufrido una misteriosa pérdida de confianza en sí mismo. Había cierta vacilación en sus gestos, como si con cada caricia le estuviera demandando una seguridad que no tenía. Pippa no vaciló en otorgársela. Ella también la necesitaba, y terminó encontrándola en el brillo de amor que iluminaba sus ojos y en la ternura de su contacto.

– Dime que me deseas -murmuró él-. Necesito oírtelo decir.

– Nunca he dejado de desearte. Ahora y siempre.

Cuando Luke entró en ella, Pippa se sintió invadida por una inmensa paz, como si hubiera regresado al lugar donde siempre había querido estar. El lugar más maravilloso que existía sobre la Tierra, un lugar donde las tormentas no existían y solo reinaban la alegría y el gozo. Luke le hizo el amor con infinita ternura, meciéndola en sus brazos como si fuera un ser frágil y precioso al que temiera hacer daño.

Después, cuando yacían abrazados en la cama, Luke le comentó con tono suave:

– ¿Sabes? Después de todo quizás no fuera tan malo que abandonaras tan rápido la sala del aeropuerto. Éramos muy jóvenes. De habernos casado entonces, puede que no hubiéramos durado. Yo no te habría dejado, pero habría sido un marido lamentable y tú te habrías hartado de mí. Pero, así tal como estamos, tenemos años y años por delante.

– Años y años -repitió Pippa, emocionada-. Oh, Luke, ojalá sea cierto…

– Claro que sí. Celebraremos nuestras bodas de oro -sonrió-. Josie tendrá sesenta años para entonces, con nietos y todo. ¿Te imaginas? Y yo tendré ochenta y… -de pronto se tensó, y Pippa percibió por primera vez un dejo de temor en su voz-… por supuesto, tú estarás a mi lado. Ya me enfrenté una vez antes a la vida sin ti y no quiero repetir la experiencia.

– Chist, no digas esas cosas.

– Sé que estoy diciendo tonterías. Lo que pasa es que todavía no puedo creer en lo afortunado que soy por haber tenido esta segunda oportunidad.

Durante un rato siguieron hablando en suaves murmullos. El futuro se extendía ante ellos y Luke se sumergió a placer en aquella sensación de felicidad con Pippa acurrucada entre sus brazos. Pero de repente recordó algo:

– Eh, acabo de acordarme de lo que iba a preguntarte. Cuando estabas enfadada conmigo me dijiste que… ¿qué era? Ah, sí. Que ya era demasiado tarde para ti. ¿Qué querías decir con eso? ¿Cariño? ¿Pippa?

Pero Pippa ya se había quedado dormida.

El sueño realizado de Cenicienta duró tres hermosos días. Un instante perfecto seguía a otro con tal profusión que ambos llegaron a perder el sentido del tiempo, y todo les parecía estar sucediendo a la vez. Charlaban sin cesar, como si ninguna barrera hubiera existido jamás entre ellos. Pippa le enseñó las fotografías que había llevado consigo, en las que aparecía Josie a todas las edades. A Luke se le hizo un nudo en la garganta al darse cuenta de que él no había estado allí, a su lado, para verla crecer. En las instantáneas también aparecían sus amigos: Angus, Michael, Liz, Sararí… la antigua pandilla con la que Pippa había vivido tan buenos momentos. Momentos que tampoco había compartido con él.

Durante todos aquellos años Luke siempre se había imaginado a Pippa como la misma de siempre, quizá un poquito mayor, pero la misma. Ahora se daba cuenta de que no era así. De que había tenido una evolución de la que él no había sido testigo. Siguió viendo más fotos. En una de ellas aparecía una niña con un vestido rosa, soplando una tarta con tres velas.

– Su tercer cumpleaños -murmuró Luke.

– Esa enorme jirafa que tiene al lado fue un regalo tuyo.

– ¿Mío?

– Le enviaste dinero y ella se lo compró. Era su muñeco favorito. Le contaba a todo el mundo que su papá se lo había regalado.

Seguían más instantáneas de fiestas de cumpleaños, cada vez más recientes.

– Aprendió a hablar muy pronto -le contó Pippa-, ¡y vaya si hablaba! Fue la primera de su clase en aprender a leer y no dejaba de hacer preguntas. Sometía a interrogatorios a todos los residentes de la casa -sonrió-. Josie es como una esponja: se embebe de conocimientos y experiencia y nunca olvida nada. Su profesora dice que puede llegar a ser realmente brillante con los ordenadores.

– ¿Y acaso no es también la mejor cocinera del mundo? -repuso Luke, divertido.

– Desde luego que sí, en su tiempo libre. Mira esta otra foto. Aquí aparece con un viejo perro labrador llamado George. Pertenecía a una señora, Helen, que estuvo unos años viviendo con nosotras. El año pasado, el animalito murió atropellado por un coche. Josie estuvo llorando un mes entero.

«¿En qué hombro?», se preguntó Luke, irónico. «Apuesto a que no en el mío».

Telefoneaban constantemente a Josie. La niña pasaba la mayor parte de aquellos días en el zoo. Al parecer se había enamorado de Billy, Tara, Ruby y Gita: los elefantes.

– Supongo que acabo de descubrir otro aspecto de la paternidad -le comentó Luke a Pippa en cierta ocasión-. Estoy aprendiendo a decir: «¿qué tal estás, cariño? Echo de menos a mi pequeñaja». Y a escuchar cosas como esta: «Papi, ¿sabes lo que ha hecho hoy Billy? Me ha dejado plantada. Es la primera vez que me deja plantada un elefante».

– Estás aprendiendo -rió Pippa.

Siempre estaban juntos, excepto en una ocasión en que Luke desapareció misteriosamente, pero solo durante una hora. Todas las noches cenaban en el salón, a la luz de las velas, frente a la piscina. Después descansaban en alguno de los enormes sofás, hasta que Pippa se quedaba dormida en sus brazos. Una noche él le dijo:

– ¿No es demasiado tarde, verdad? Todavía podemos tenerlo todo.

– Nadie lo tiene todo. Pero tenemos el ahora, y eso es mucho más de lo que soñé con alcanzar.

– Dime que te casarás conmigo -le suplicó.

– Quiero casarme contigo. Oh, Luke, si supieras las ganas que tengo…

– Eso me basta. Toma -deslizó una mano debajo de los cojines del sofá y sacó una pequeña caja-. Esto es lo que fui a comprar esta mañana.

Dentro había un anillo de compromiso, un magnífico diamante rodeado de pequeños brillantes.

– Te lo cambiaré si no te gusta, pero pensé que te quedaría bien.