Выбрать главу

En aquel instante Pippa se inflamó de ira. Aquello era demasiado.

– ¿Y qué debería haberte dicho, Luke? ¿Que podía estar muriéndome, para que tuvieras buen cuidado de no hacerme el amor, por ejemplo? ¿Debí haberte advertido que te protegieras a ti mismo y no albergaras sentimientos demasiado profundos por mí, por si acaso acababas haciéndote daño? Porque es así como has sobrevivido: a costa de no acercarte demasiado a nadie. El generoso Luke, siempre dispuesto a regalarle a todo el mundo una sonrisa, pero a nadie el corazón.

– No era eso lo que yo quería decir -replicó, irritado.

– Yo creo que sí. Te habría gustado saberlo, para que hubieras podido darme solo lo justo, lo necesario, y nada más.

– No puedo creer que me hayas dicho una cosa así -murmuró, palideciendo de asombro.

– ¿Por qué no? Siempre ha sido así contigo. Con los años me he acostumbrado. Solo que me había olvidado. Desde que llegué aquí, me había olvidado… ¡qué estúpida he sido!

Consternados, se miraron fijamente a través del abismo que acababa de abrirse entre ellos. Era como si fueran seres diferentes. Luke veía a una mujer que lo había rechazado al elegir recorrer sola el camino más difícil, y que le había hablado de amor a la vez que secretamente lo había despreciado. Pippa, por su parte, veía a un hombre que la había engañado con bonitas promesas que nunca había tenido verdadera intención de cumplir. Las promesas de Luke, pensó angustiada, siempre eran tan bonitas como falsas.

Quería disculparse con él por su último comentario. Decirle que había pronunciado aquellas palabras innecesariamente crueles porque se sentía furiosa y amargada. Pero los segundos pasaban y no podía hablar.

– Creo que será mejor que salga un rato -le informó Luke al cabo de un momento-. Necesito pensar sobre todo esto.

– Claro -repuso ella. No alzó la mirada, ni siquiera cuando oyó su coche alejarse.

Luke solo había pretendido ausentarse durante una hora como mucho, pero una vez en la autopista cayó en una especie de trance hipnótico, en el cual nada había excepto un incesante flujo de tráfico hacia el infinito. Estaba paralizado de asombro, aterrado, tan desorientado como un alienígena en un universo extraño. Todos los lugares familiares y conocidos se habían evaporado. Nada de lo que le veía parecía tener sentido. De alguna forma todo su mundo se había trastocado. Apenas el día anterior había sido absolutamente feliz con la mujer que amaba, pero en esos instantes… Hacía menos de una semana que Pippa y Josie habían aparecido de improviso en su casa, transformando una vida que cada vez le parecía más vacía y sin sentido. Quería volver a vivir aquel momento porque quizá, si lo conseguía, todo llegaría a arreglarse. Pero no. De repente se veía a sí mismo once años atrás, despidiéndose de Pippa en el aeropuerto de Londres, abandonándola a sabiendas de que aquello era un error. De que cometía un error irreparable.

Perdió la noción del tiempo. La oscuridad dio paso a las primeras luces del alba y todavía seguía conduciendo. Se detuvo a repostar gasolina y volvió al coche como un zombi. Cuando finalmente paró ante un motel, tuvo que hacer un inmenso esfuerzo para separar los dedos del volante. Se registró y llamó a casa, pero no recibió respuesta. Pippa debía de haberse quedado dormida. Llamó luego a sus padres, que le dijeron que Pippa y Claudia habían recogido a Josie la noche anterior. Lo consoló saber que Claudia estaba con ella.

Intentó llamarla una y otra vez, siempre en vano, y finalmente se quedó dormido con la habitación, con el teléfono en la mano. Varias horas después subió al coche y condujo lo más rápidamente que pudo de regreso a casa. Intentó decirse que lo tenía todo bajo control. No la dejaría regresar a Inglaterra. Pippa debía quedarse allí y la ingresaría en el mejor hospital de Los Ángeles. Le conseguiría los mejores médicos y, cuando abandonara el hospital, cuidaría de ella como ningún otro hombre había cuidado antes de ninguna mujer. Se pondría bien y su futuro volvería a ser tan luminoso como antes. Intentó olvidarse del pitido del teléfono sonando y sonando una y otra vez en sus oídos, sin respuesta. Ya había caído la tarde cuando llegó a casa. Incluso antes de abrir la puerta trasera distinguió una sombra en el interior, y una oleada de alivio lo inundó.

– ¡Pippa!

Pero no era Pippa.

– Se ha marchado, Luke -le informó Claudia-. Ayer tomó un avión de vuelta a Inglaterra. Yo vine aquí justo cuando ya se iba. Me contó lo sucedido.

– ¿Y tú la dejaste ir?

– No podía retenerla. Era decisión suya y, al parecer, no podía retrasar esa operación por más tiempo. En cualquier caso, ¿por qué habría debido impedir que se marchara? ¿Para que tú pudieras volver a discutir con ella?

– ¿Qué es lo que te contó ella?

– Todo. Yo sabía que no se encontraba bien. Le di el número de mi médico en Montecito…

– ¿Tú sabías que estaba enferma?

– Sabía lo mismo que tú habrías sabido, si hubieras usado tus ojos. Esas jaquecas continuas, esos jadeos… sí, ya sé que ella tenía una explicación para cada síntoma, pero eran demasiados, algo extraño en una mujer joven como ella. No creo que en realidad tuviera esas jaquecas; sospecho que se trataba de una excusa para poder tumbarse y ahorrar energías.

– ¿Por qué no me lo dijiste antes?

– No era yo quien tenía que decírtelo. Pippa tenía derecho a elegir la ocasión de hacerlo. Además, no imaginaba que se trataba de una enfermedad tan grave. Cuando pienso en lo que ha debido de pasar, guardándoselo todo para sí misma, sin poder confiar en nadie. Y siempre mirando hacia el futuro, sonriendo, fingiendo. Ha debido de sentirse tan sola… No sé cómo ha podido soportarlo. Oh, Luke… -estaba sollozando.

– Años atrás, solíamos contárnoslo todo -comentó él con voz ronca.

– Lo dudo. Puede que tú lo creas así, pero apostaría a que había un montón de cosas que ella no podía decirte porque tú no querías saberlas. Como, por ejemplo, lo mucho que te amaba.

– Por supuesto que yo quería saber…

– Ahora quizá, pero ¿y entonces? En aquellos días, ¿acaso le dijiste alguna vez que la amabas?

– Sí… -se esforzó por recordar-. No… Debí de haberlo hecho…

– Me extrañaría que lo hubieras hecho. El amor, para ti, es como una cadena. Si eso sigue vigente para ti ahora, puedo imaginarme perfectamente cómo debías de ser antes.

Luke se sentó ante la barra de la cocina y apoyó la cabeza en las manos.

– Lo que más me duele es que ella me escondió todo eso, se cerró a mí. Durante todo el tiempo me suscitó falsas expectativas cuando en realidad estaba soportando aquella carga sola sin dejarme compartirla. Manteniéndome al margen. Me habría gustado ayudarla, estar a su lado cuando se sentía mal, pero evidentemente ella no creía que yo podía hacer eso. Yo soy estupendo para un romance de vacaciones, pero no cuando las cosas se ponen serias, ¿eh?

– No lo sé -respondió Claudia-. Eso solo podría decirlo ella.

– Intenté decírselo, pero creyó que yo estaba enfadado con ella simplemente porque no me informó antes de lo de su enfermedad, y que podía renunciar voluntariamente al amor que le profesaba. Como si existiera alguna posibilidad de que yo pudiera hacer eso. Me dijo incluso que, si me lo hubiera dicho, seguramente yo habría guardado las distancias con ella… me habría preservado, protegido…

– ¿Y lo habrías hecho?

– No. Amo a Pippa. Siempre la he amado. Pero fingí que no… ¿A quién creía que estaba engañando?

– Creo que a ti mismo -dijo Claudia.

– Todo es culpa mía, ¿verdad? -pronunció lentamente-. Yo proyecté esa imagen de mí, le hice pensar que era peor de lo que soy en realidad. ¿Por qué habría debido Pippa pensar otra cosa? Incluso salí huyendo de la casa. No quería hacerlo. Quería volver rápidamente, pero perdí la noción del tiempo, y ahora me encuentro con que se ha marchado -cerró los ojos-. Dime más cosas. Después de que llegaste aquí ayer, ¿qué pasó?