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– La llevé a casa de tus padres para que recogiera a Josie, y luego al aeropuerto. Frank y Elly estaban allí, y tomaron un vuelo de madrugada a Londres. Luego me vine aquí a esperarte.

– Estuve llamando por teléfono y nadie contestaba.

– Probablemente todavía estaría fuera, con ellas. O volviendo del aeropuerto.

– Josie se preguntaría por qué no fui a despedirla, la pobrecita. ¿Sabe ella lo muy enferma que se encuentra su madre?

– No. Pippa no podía arriesgarse a decírselo antes que a ti, por si se le escapaba en tu presencia. Además, no creo que quisiera estropearle a Josie las vacaciones. Yo le sugerí a Pippa que retrasara su partida porque no me gustaba el aspecto que tenía. Temía que el vuelo pudiera perjudicarla. Pero estaba decidida a marcharse lo antes posible.

– Y a alejarse de mí -declaró Luke con amargura-. Y yo que pensaba que aún tenía una oportunidad de arreglar las cosas…

– Luke, enfréntate a la realidad. Pensaste que podías arreglar las cosas por tu propio bien. Pero tienes que arreglar las cosas por ella.

– Me he comportado como un maldito estúpido, ¿verdad?

– Sí -respondió Claudia, rotunda-. Pero al menos tienes el coraje de admitirlo, lo que significa que aún eres reformable.

– Gracias por ese pequeño consuelo -repuso, irónico-. Creo que voy a tomar una ducha.

La ducha le despejó ligeramente la cabeza, pero una más clara visión de lo sucedido no lo hizo sentirse mejor. Cuando fue a su dormitorio a buscar ropa limpia, se detuvo en seco al descubrir un sobre en la almohada de la cama, con su nombre escrito con la letra de Pippa. Dentro había una nota, que se apresuró a leer:

Querido Luke:

Tenías razón. Debí habértelo dicho desde el principio. La verdad es que siempre lo supe. Pero, ya ves, no esperaba que al final terminara sucediendo lo que sucedió. Pensé que todo se había arreglado entre nosotros, al menos por tu parte. Nunca imaginé que podrías volver a amarme, pero lo hiciste, y supongo que pequé de mezquina al dejar que planificaras para los dos un futuro que sabía que tal vez nunca llegaría a tener lugar. Continuamente quise decírtelo, pero siempre acababa por echarme atrás. Intenta perdonarme.

Mi principal preocupación siempre ha sido Josie. Ella te quiere y yo deseo que formes parte de su vida, tanto si yo estoy presente como si no. He nombrado a Frank tutor de Josie, pero tú podrás verla siempre que quieras. Se lo he hecho prometer y Frank es un hombre de palabra. Pero por favor, por favor, Luke, si llega a suceder lo peor, no luches por su custodia. Josie te quiere, pero también quiere a Frank y a Elly, y si te enfrentas a ellos, eso la afectará mucho. Pobrecita, ya tendrá bastantes motivos de sufrimiento. Adiós, amor mío. Gracias por todo lo que me has dado. Primero por Josie, pero también por tantas cosas maravillosas… Si no volvemos a vernos, no te acuerdes de las cosas tan malas que te dije. No las dije de verdad. Siempre te he amado por lo que eres, y no por el hombre diferente que habrías podido ser. Y siempre te amaré.

Pippa

Dentro del sobre había también algo pequeño y duro. Era el anillo de compromiso que le había regalado en Montecito. Tenía la impresión de que desde entonces había transcurrido toda una eternidad. Se sentó con la mirada clavada en la nota y en el anillo, sintiendo que todo el cuerpo se le helaba de puro miedo, hasta quedarse absolutamente paralizado, como si nunca más pudiera volver a moverse. Cuando finalmente consiguió hacerlo, levantó el auricular del teléfono y llamó a la casa de huéspedes de Londres. Pero quien lo atendió fue un residente nuevo que no estaba enterado de nada, excepto de que Josie y Pippa no estaban en la pensión. Colgó, todavía aturdido, y cuando Claudia le ofreció una taza de café se la bebió mecánicamente, como un autómata.

– Será mejor que intentes dormir un poco -le aconsejó Claudia.

– No. Me marcho a Inglaterra en el próximo avión.

– Ya te he reservado un billete para el que sale a las ocho de esta tarde. Es lo más temprano que he podido conseguirte. Vete a la cama, que yo te despertaré cuando sea la hora.

– Eres la mejor amiga que he tenido nunca.

Luke partió a las ocho en punto. A pesar de que el vuelo duró once horas estuvo despierto en todo momento, contemplando el cielo sumido en sombras por la ventanilla del avión, pensando continuamente en Pippa. A veces la recordaba tal y como la vio la primera vez, con aquella ropa tan escandalosa y aquella actitud suya tan audaz ante la vida. Pero luego la veía como la había visto durante los últimos días, aparentemente feliz pero escondiéndole su secreto, porque no confiaba lo suficiente en él como para compartirlo.

Y era todavía peor cuando releía su carta, con aquellas frases que parecían cobrar un nuevo y misterioso significado: «siempre te he amado por lo que eres, y no por el hombre diferente que habrías podido ser». En el fondo Pippa siempre había sabido que él la abandonaría, y aun así lo había aceptado y perdonado. Eso era lo que había querido decirle con aquella frase. Pippa lo había amado como habría amado a un niño, haciendo concesiones y no exigiendo nada. Y ese era precisamente el tipo de amor que él siempre había preferido. Se guardó rápidamente la carta, preguntándose cuándo terminaría aquel maldito vuelo…

Finalmente, sobre las cuatro de la tarde, aterrizaron. Provisto solamente del equipaje de mano, atravesó a toda prisa la sala de llegadas. Heathrow había cambiado bastante desde que salió de aquel aeropuerto once años atrás, pero no tanto como para que no pudiera identificar el lugar exacto donde se había despedido de Pippa. Ella se había mostrado muy risueña, gastándole bromas sobre las chicas con la que se relacionaría en el avión, y él había pensado que, en realidad, no le importaba. ¡Qué ciego y qué estúpido había sido! Reconoció también el sitio exacto donde se había detenido en seco para volver sobre sus pasos, esperando verla todavía, para llevarse finalmente la sorpresa de que ya no estaba allí, que se había marchado. Tan estúpido había sido que había hecho a un lado su dolor, diciéndose que si era eso lo que sentía ella, ¿quién la necesitaba? Cuando durante todo el tiempo la había necesitado, pero no lo había reconocido por una pura cuestión de orgullo. Y tal vez era ya demasiado tarde…

Subió a un taxi y dio una sustanciosa propina al conductor para que lo llevara lo antes posible a la casa de residentes de Londres. Al fin se halló frente al viejo edificio, que parecía bastante cambiado. Una joven bajó las escaleras, sonriente, para darle la bienvenida.

– ¿Dónde está Pippa? -preguntó, tenso.

– En el hospital. Ayer llegó de Estados Unidos y se fueron directamente para allá. Se encontraba mal.

– ¿La operación? -Luke sintió que una mano helada le desgarraba el pecho-. ¿Ya la han operado?

– No, han tenido que ingresarla primero y hacerle unas pruebas. Esperaban operarla esta tarde, me parece.

– ¿Dónde?

– En el hospital Matthews. Está en…

– Ya lo sé, gracias -ese era el hospital de donde procedían los estudiantes que se alojaban en la pensión. Luke salió corriendo a toda velocidad. Quizá todavía estuviera a tiempo de verla antes de la operación. Tenía que hacerlo. Porque si no… Porque si no, Pippa podría morir sin que llegara a saber lo mucho que la amaba. Y eso sería algo que jamás podría perdonarse.

Capítulo 12

EN EL hospital, le dio el nombre de Pippa a la recepcionista.

– En el octavo piso -le dijo-. Pero debo decirle a usted lo que ya le he dicho a los demás: no puede entrar, y va a ser una larga espera.

– ¿Todos los demás?

– Parece que la señorita Davis tiene muchos amigos.