Выбрать главу

– La niña no se te parece. ¿Cómo sabes que es tuya?

– Confío plenamente en Pippa. Además, Josie y yo nos comunicamos por Internet.

Solo cuando ya era demasiado tarde se dio cuenta Luke de la suprema idiotez de aquel comentario. Dominique dejó a un lado la foto y lo miró con expresión cariñosa.

– ¿Estás seguro de que lleva tus genes… porque hablas con ella por Internet? Yo creía que para eso se necesitaba una prueba de ADN.

– No quería decir eso.

– Cariño, no me tomes por tonta.

No. Había sido un gran error. Los ojos de Dominique parecían dardos punzantes.

– Josie es mi hija -repitió-. Tenemos una buena relación y…

– ¿Por Internet? Vaya, hombre, ahora va a resultar que estás muy unido a ella.

– Se puede decir que lo estoy, teniendo en cuenta que vivimos en continentes distintos -replicó Luke.

– Luke, de verdad, todo esto no es necesario. No hace falta que mientas.

– ¿A qué te refieres?

– A que esta niña no es más hija tuya que mía. Probablemente ni siquiera conoces a la madre. Supongo que has comprado esta fotografía en alguna tienda de baratillo y que has escrito tú mismo esas palabras. Ha sido una idea muy ingeniosa lo de poner «y Josie» con un tipo de letra distinto, pero tú siempre has sido muy cuidadoso con los detalles.

Luke aspiró profundamente. Aquello no estaba saliendo bien. Le tomó una mano.

– Dominique, corazón…

– Luke, no pasa nada. Lo comprendo.

– ¿Lo… comprendes?

– Es natural que estés un poco asustado al principio. Has evitado los compromisos durante demasiado tiempo y ahora que las cosas están cambiando… bueno, supongo que todo esto te resultará un tanto extraño. Pero me has demostrado de muchas maneras lo que significo para ti, y puedo escuchar todas las cosas que no te atreves a decirme en voz alta.

Luke tragó saliva. «Cuando una mujer oye cosas que un hombre no ha dicho, ese hombre tiene un problema», pensó.

– Dominique… te juro que esa foto es auténtica. Josie es hija mía, y Pippa…

– ¡Chist! -le pudo un dedo sobre los labios-. No tienes por qué seguir con esa farsa. Nos conocemos demasiado bien como para que tengas que seguir fingiendo.

Luke se había quedado sin habla. Pero aquel fue el momento perfecto para que una niña llamara a la puerta trasera, dando golpecitos en el cristal y gritando entusiasmada:

– ¡Papi!

Capítulo 2

PIPPA volvió a escuchar por un instante las primeras palabras que Luke Danton le había dirigido, «¡Sal de aquí, rápido!», después de haber entrado por equivocación en la cocina del hotel Ritz de Londres, donde él estaba trabajando por aquel entonces. La había sacado de la cocina agarrándola de un codo, con más bien escasa cortesía.

– ¡Eh! -había protestado ella.

– No quiero que te metas en líos, y has estado a punto. No tenías ningún derecho a estar allí.

– ¿Cómo sabes que no?

– Porque trabajas de doncella: es evidente por el uniforme. Además, te he visto entrar en el hotel algunas veces y he preguntado por ti. ¿Cuándo terminas el turno?

– Dentro de una hora.

– Yo también. Nos veremos en el parque, en el banco contiguo a la entrada. No te retrases -y, dicho aquello, desapareció.

Pippa había seguido trabajando indignada o, al menos, fingiendo estarlo. ¿Y si no quería encontrarse con él en el parque? Aquel chico tenía un descaro inmenso. Pero también unos ojos preciosos y una presencia impresionante. De hecho, no le importaba nada que hubiera preguntado por ella. Después del trabajo se cambió rápidamente el uniforme por la ropa normal de calle que, en su caso, eran unos ajustados vaqueros color naranja, botas rojas de cowboy, un suéter multicolor y un sombrero de ala ancha azul. Se miró en el espejo, atusándose el pelo por última vez, y salió apresuradamente hacia el parque.

Una vez allí se sentó en el banco acordado y esperó. Y esperó. Y esperó.

Una hora después estaba furiosa, enfadada no tanto con él, sino consigo misma por seguir allí. Resoplando de furia, se levantó y echó a andar hacia la salida del parque, sin poder evitar lanzar una última mirada atrás… justo a tiempo de verlo corriendo hacia el banco por el sendero, con expresión desesperada. Pippa no había disfrutado de un espectáculo semejante en años.

– ¡Oh, no! -gritó al ver el banco vacío, y alzó los brazos al cielo-. ¡Por favor, por favor, no!

– ¡Eh! -lo llamó ella, apareciendo detrás de un árbol para plantarse delante de él.

– ¡Me has esperado! ¡Bendita seas!

– Claro que no te he esperado. Me marché después de esperarte solo cinco minutos. Lo que pasa es que, al volver, he pasado por aquí y te he visto.

– ¿Seguro?

– Seguro. Espero que tengas una buena excusa.

– Bueno, lo cierto es que… me olvidé de nuestra cita.

– Ya me parecía a mí.

– Y, bueno, me dejé caer por aquí por si acaso de que todavía conservabas alguna esperanza.

Con las manos en las caderas, Pippa no dejaba de mirarlo fijamente, como si quisiera intimidarlo. Lo cual le estaba costando algún esfuerzo, dado que él le sacaba al menos quince centímetros de estatura.

– ¿Seguro? -le preguntó ella.

– Seguro.

– ¿Seguro?

– ¡Seguro!

Ambos se echaron a reír a la vez. Él la tomó firmemente de la mano, diciéndole:

– Tuvimos una emergencia de última hora en la cocina y me resultó imposible marcharme. No hacía más que pensar en nuestra cita… Aun así, sabía que me esperarías, por mucho tiempo que tardara.

– Suéltame la mano si no quieres que te dé una patada.

– Estupendo. Hazlo cuando quieras. Y ahora vamos a comer algo.

Pippa pensó que se refería a alguna hamburguesería, pero cuando mencionó la palabra, él la miró como si se hubiera vuelto loca. La llevó a la pensión donde se alojaba, cuya renta contribuía a pagar preparando las comidas un par de veces por semana. Durante el resto del tiempo disponía de la cocina para hacer sus prácticas. Pippa lo observó admirada mientras preparaba una deliciosa ensalada, la más rica que había probado en toda su vida.

– Yo te enseñaré lo que es comida de verdad – afirmó con descarada arrogancia-. ¡Hamburguesas!

– Eh, que yo también cocino. A mí tampoco me gustan las hamburguesas.

– ¿Entonces qué te hizo pensar que a mí sí?

– Bueno… tienes acento estadounidense – al ver la mirada que le lanzó, se apresuró a disculparse-. ¡Lo siento, lo siento!

– Soy estadounidense, claro, y por eso se supone que debo tener el sentido del gusto atrofiado, ¿no?

– Perdona, no quería decir eso.

– ¡Claro que sí! -exclamó enfadado, aunque en realidad estaba sonriendo para sus adentros-. Yo creía que este país había desterrado ya los prejuicios contra los extranjeros.

– Así es, pero los estadounidenses no cuentan como extranjeros, a pesar de las cosas horribles que le hacen a nuestro idioma… -repuso Pippa, y añadió provocativamente- Después de todo, la mayor parte de vosotros descendéis de nosotros.

– No te creas. Mis antepasados son franceses, españoles e irlandeses. Si hubiera algún inglés en mi árbol genealógico, estaría escondido en el armario con los demás esqueletos. Venga, subamos a comer.

Su habitación consistía en una cama, una mesa, dos sillas y unos estantes llenos de libros de cocina. Galantemente le sacó una silla y le sirvió la comida con tanta elegancia como si se encontraran en el comedor del Ritz.

– Por cierto, ¿qué estabas haciendo cuando te colaste en las cocinas? -quiso saber.

– Solo quería verlas, para saber a lo que iba a aspirar. Verás, en realidad yo soy la mejor cocinera del mundo, pero todavía nadie lo sabe. O al menos lo seré cuando haya terminado de aprender. Voy a triunfar tanto que un día el Ritz me suplicará que vuelva para reinar en su cocina. Y la gente vendrá de todo el mundo para degustar mis creaciones.