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– Ya hemos llegado -dijo sencillamente Luke, abriendo la puerta.

Reacia, Pippa salió del coche.

– Te veré mañana -se despidió él, dándole un pequeño beso de despedida en una mejilla.

Y segundos después se quedó sola en la puerta de entrada, maldiciendo entre dientes…

Pippa estaba orgullosa de ser una joven moderna, a salvo de prejuicios y restricciones, libre para disfrutar de las maravillas del mundo en iguales condiciones que los hombres. Si quería fumar, beber y saborear los placeres de la carne, tenía todo el derecho a nacerlo. Pero esa era la teoría, porque la práctica era más difícil. El único cigarrillo que había intentado fumar, en un pub y rodeada de amigos, le provocó un acceso de tos tan violento que a partir de entonces renunció a ello. El alcohol también resultó un problema: no soportaba tomar más de una copa. Y en cuanto a lo del sexo… eso tampoco parecía ir por buen camino.

Ingenuamente había imaginado que Londres estaría lleno de hombres atractivos y sensuales, dispuestos a satisfacer a una mujer liberada como ella. Pero no había sido así. Muchos eran jóvenes estudiantes, o estaban casados, o eran gays. Otros hablaban demasiado. O demasiado poco. O decían lo que no tenían que decir. Aquello era como volver a Encaster. No andaba corta de ofertas, pero el caso era que llevaba dos años en Londres y aún no se había relacionado con nadie. A ese paso muy bien podría convertirse en una dama victoriana. Era muy descorazonador.

Pero todo cambió desde el instante en que conoció a Luke, tan diferente a todos los hombres que había conocido hasta entonces. Su voz tenía un matiz profundo y vibrante, sensual. El brillo de su mirada la tentaba y provocaba. Su boca de labios llenos podía mostrarse tierna y divertida, o firme y tenaz cuando afloraba su carácter obstinado. Y, como consecuencia de todo ello, el simple hecho de estar en una misma habitación con él podía excitarla al máximo. Pero lamentablemente todavía no había demostrado el menor deseo de acostarse con ella. Y aquello era un insulto que no podía dejar pasar. Especialmente cuando todo el mundo suponía que dormían juntos, debido a la reputación de rompecorazones que él tenía.

Nunca la invitaba explícitamente a salir, pero como sus turnos coincidían siempre, quien salía primero esperaba al otro. Luego se marchaban juntos a casa, con Luke hablando sin parar como un poseso mientras Pippa intentaba no ser demasiado consciente de lo mucho que ansiaba acallarlo y empezar a besarlo de una vez…

Decidió mostrarse sutil al respecto. En lugar de que Luke siempre hiciera la comida, ella le prepararía la cena en su habitación, con velas y música romántica, y una cosa llevaría a la otra. Fue un desastre.

Podría haber funcionado con cualquier otro hombre, pero Luke era físicamente incapaz de quedarse quieto mientras alguien cocinaba para él. Ni haciendo un supremo esfuerzo de voluntad podía contenerse de sugerirle que pusiera el fuego del horno más bajo, o que dejara hacerse la comida un poquitín más… Finalmente Pippa estalló y se fue. O eso o le tiraba el plato a la cabeza.

Al día siguiente, Luke la estaba esperando a la puerta del hotel con un ramillete de flores y una expresión de sentida disculpa.

– Me porté fatal -le dijo humildemente-. Realmente no tenías intención de que te saliera tan mal el flan, ¿verdad?

La discusión que resultó de aquello tardó tres días en ser olvidada. Pero nadie podía enfadarse mucho tiempo con un hombre tan tierno como Luke. Cuando se dio cuenta de que ella no iba hacer ningún movimiento de acercamiento, volvió a esperarla a la salida del hotel.

– Buenas tardes -lo saludó Pippa con tono helado-. Me voy directamente a mi casa.

Pero fue imposible. Fuera cual fuera la dirección que ella tomara, Luke le bloqueaba el paso dirigiéndola hacia su pensión, como habría hecho un perro pastor con un cordero descarriado. Y sin abrir la boca.

– No sé a qué diablos estás jugando – protestó, exasperada.

De un bolsillo sacó Luke un pequeño bloc de notas en el que aparecía escrito: Cada vez que abro la boca, te enfadas conmigo.

– ¡Oh, déjalo ya! -exclamó, intentando no reírse y fracasando por completo.

– Lo siento, Pippa. Es que no puedo evitarlo. Algunas personas son incapaces de viajar en coche sin conducir. A mí me pasa lo mismo con la cocina. En seguida pienso en cómo lo habría hecho yo y… -al ver su expresión de advertencia, se apresuró a añadir-: Dejemos el tema. Ven a casa conmigo y prepararé la cena.

Pippa le echó los brazos al cuello, mirándolos los ojos:

– Ojalá se te atragante.

Se echaron a reír. Luke la besó en la punta de la nariz y, para cuando llegaron a su casa, Pippa se había olvidado ya del motivo de su discusión. El sentimiento que reinaba sobre todos los demás era la alegría de la reconciliación. El mundo volvía a ser perfecto.

La cena se desarrolló tal y como ella había esperado: a la luz de las velas y con una rosa al lado de su plato, pero, en esa ocasión, era iniciativa de Luke. Después se sentaron en el sofá y él le sirvió un vino comprado especialmente para la ocasión.

– ¿Me perdonas? -le preguntó, alzando su copa hacia ella.

– ¿Porqué?

– Por haberme puesto tan insoportable cuando me invitaste a cenar.

– Ah, eso. Ya estoy acostumbrada. De hecho, en este mismo momento te perdono todas las veces que volverás a hacerlo en el futuro. Piensa en todo el tiempo que me ahorraré…

Rieron juntos. Aquel era el momento perfecto; Pippa estaba segura de ello. Se inclinó hacia él y lo besó delicadamente en los labios. Pudo percibir su temblor, como si reflejara el suyo propio. Siguió besándolo con mayor insistencia hasta despertarle una respuesta que fue puro fuego: la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza.

Pero, casi en aquel mismo instante, interrumpió el beso y la apartó suavemente. Pippa lo miró entre avergonzada y decepcionada.

– ¿Es que no te gusto? -le preguntó, disimulando su angustia bajo una máscara de agresividad.

– Claro que sí.

– ¿Entonces por qué diablos no me besas?

– Porque si lo hago ya no querré detenerme, y tú… bueno, eres joven y…

– ¿Me estás acusando de ser virgen?

– No es una acusación…

– ¡Oh, no, claro! En estos tiempos que corren…

– Supongo que en estos tiempos que corren todavía quedan vírgenes -observó Luke, mirándola con una expresión de ternura.

– En Londres, no -repuso ella. Sabía que se estaba comportando de forma estúpida, pero no podía evitarlo.

– Es sólo que hay algo en ti… algo muy dulce y joven que me ha hecho pensar que… -en aquella ocasión fue él quien se sintió avergonzado, y Pippa aprovechó la oportunidad para recuperar la iniciativa.

– ¿Sabes cuál es tu problema, Luke? Piensas demasiado. Haces una montaña de un grano de arena. Si dos personas simplemente se gustan, pues…

Años después, evocando esa conversación, había podido reconocer la infantil bravuconería que encerraban aquellas palabras. Por supuesto, Luke no se había dejado engañar por ellas, pero, en cualquier caso, sus defensas se habían hecho añicos. Porque de repente la atrajo nuevamente hacia sí, empezó a desabrocharle apresuradamente los botones de la camisa y todo sucedió tal y como Pippa había soñado.

Cuando la soltó, sus senos estaban orgullosamente excitados, los pezones erectos, las aréolas oscuras, expresando de esa forma el deseo que durante tanto tiempo había estado intentando disimular. ¿Qué le había sucedido a su pudor virginal?

Después Luke presionó suavemente los labios contra un seno, acariciándoselo con la punta de la lengua, y ella creyó enloquecer de deseo. ¿Cómo había podido vivir durante tanto tiempo sin conocer aquella inefable experiencia? ¡Tanto tiempo desperdiciado! Aspiró profundamente, clavando los dedos en sus hombros mientras él continuaba atormentándola. Con cada caricia el mundo explotaba en mil fragmentos brillantes, cegándola por un instante, y así una y otra vez, y otra…