– Gracias -contestó Pippa, y se volvió hacia Dominique-, siempre y cuando no vayamos a echarte de…
– En absoluto -la interrumpió la mujer, para añadir deliberadamente-: Como te puedes imaginar, yo no estaba durmiendo en la habitación de invitados.
– Estoy segura de que no -repuso Pippa, sin bajar la mirada.
Luke se había ausentado un minuto para hablar con Bertha, la mujer que le limpiaba la casa y que acababa de llegar en aquel preciso instante. Dominique bajó la voz, señalando la fotografía en la que aparecía Pippa con su hija.
– ¡A mí no me engañas, cariño! Antes de hoy, esa foto no existía. Jamás la había visto en esta casa.
– ¿De verdad? Entonces es que Luke ha debido de verse obligado a sacarla urgentemente… hoy mismo.
– ¡Qué graciosa eres! Puedo reconocer a una estafadora como tú de un solo vistazo.
– Seguro que sí. Para eso tienes que haber estafado mucho, ¿verdad?
Dominique se retiró, demasiado astuta como para dignarse a contestarle. Pippa se dio cuenta de que podría haber sido mucho peor. Luke regresó entonces, sonriente, y le puso las manos sobre los hombros.
– Déjame mirarte bien… Oh, Pippa, qué alegría verte.
– Puedo imaginarme por qué lo dices.
– Ah, no se trata de eso. Después de tanto tiempo…
– Eh, ¿y qué hay de mí? -protestó Josie, indignada.
– Tú eres mi chica favorita -se volvió hacia la pequeña, abrazándola con ternura-. Y ahora, lo primero es lo primero. Antes que nada el café; luego, el hotel.
– Tengo hambre -apuntó Josie.
– ¡Josie! -le recriminó Pippa-. ¡Esos modales!
– Por supuesto que tiene hambre -terció Luke-. ¿Qué te parece una ensalada de frutas con un vaso de leche?
– ¡Estupendo!
Mientras Luke le servía un vaso de leche, Bertha volvió para anunciar que la habitación de invitados ya estaba lista y Pippa se marchó con ella.
– Es una especialidad de «Luke del Ritz» -le explicó a su hija al tiempo que alineaba una selección de frutas sobre la mesa-. ¿Quieres ayudarme? Necesito yogur. Mira, está en ese armario.
Josie se lo, alcanzó con rapidez, sin equivocarse.
– Y ahora un poco de miel. Ese frasco.
Después de repetir el gesto, la niña le preguntó:
– ¿Quién es «Luke del Ritz»? ¿Tú?
– No, pero estuve a punto de serlo. ¿Me puedes abrir esa puerta de al lado del fregadero, por favor? -cuando ella lo hizo, Luke sacó una batidora eléctrica.
– ¿Por qué estuviste a punto de serlo?
– Porque tu mamá pensó que, si me ponía ese nombre, la gente se moriría de risa. Y tenía razón -lavó las fresas y fue cortándolas por la mitad.
– Yo puedo hacer eso -se ofreció Josie, tomando un cuchillo.
– ¡Eh, no! Ese es demasiado afilado para ti -pero no insistió más al ver la eficiencia con que se dedicaba a la tarea-. Ya lo has hecho antes, ¿no?
– En casa suelo ayudar en la cocina. Mami me dice que no toque los cuchillos afilados, pero yo lo hago porque sé manejarlos bien.
– Desde luego que sí -murmuró Luke, observándola admirado. Le recordaba a otro niño que había hecho exactamente lo mismo que ella, sin hacer caso de las órdenes de su madre: él mismo-. ¿Y qué dice tu madre de eso?
– Bueno… -Josie se detuvo por un instante para reflexionar-… se pone a decirme cosas como: «Haz lo que te digo», o: «Josie, ¿me has oído o no?». Pero luego Jake asoma la cabeza por la puerta y dice: «Eh, Pip, hoy empiezo turno muy pronto. ¿Ya está listo eso?». O Harry se enfada porque ha perdido algo importante. Harry siempre está perdiendo cosas que dice que son importantes. O Paul aparece cubierto de grasa, o Derek…
– ¡Oye, espera! ¿Quiénes son todos esos tipos?
– Son los huéspedes de nuestra pensión, solo que también son amigos nuestros. Quieren muchísimo a mamá. Ya he terminado con las fresas. ¿Qué hago ahora?
– Dale un buen lavado a la lechuga.
Mientras ella se aplicaba a esa tarea, Luke pasó una parte de las fresas por la licuadora.
– Ahora dame miel, menta y nata agria – le pidió con un cómico gesto teatral, tal y como solía hacer en sus apariciones televisivas.
Pero en esa ocasión no estaba actuando para la cámara, sino para una risueña chiquilla que lo miraba divertida, con esa manera tan particular de ladear la cabeza… exactamente igual que su madre cuando era una jovencita, años atrás. Aquel detalle lo conmovió profundamente, de una manera extraña.
De hecho, todo era extraño aquel día. Solamente habían transcurrido unas pocas horas desde que se despertara aquella mañana al lado de una hermosa modelo. Y, de repente, se convertía en padre. Ciertamente llevaba ya varios años siéndolo, pero hasta aquel preciso instante no se había sentido como tal. En ese momento, sí. Y la sensación era muy agradable. Todo hombre debería tener una hija, reflexionó, sobre todo cuando esa hija tenía un cabello rojizo tan largo y rizado, una sonrisa tan adorable y expresión tan despierta y vivaz…
Nuevamente, Luke Danton volvía a tener suerte. Los placeres y dones del mundo parecían acudir directamente a sus manos sin que él tuviera que pedir nada, tal y como siempre solía suceder. Y nuevamente, como siempre, se sentía agradecido por ello.
El cuarto de baño de Luke estaba decorado en un lujosísimo estilo Victoriano: azulejo blanco en las paredes, baldosa parda y burdeos en el suelo y grifería de bronce reluciente. El efecto era realmente suntuoso.
Después de lavarse la cara, Pippa se sentó mientras se la secaba, suspirando profundamente. Había salvado el primer obstáculo. Le había costado, pero lo había conseguido. Tiempo atrás había superado lo de Luke, pero aun así sabía que nunca le resultaría fácil volverlo a ver, estar físicamente cerca de él. Luke no era solamente una cara guapa, o el encanto personificado, aunque podía ser ambas cosas. Era también un cuerpo que ella todavía recordaba durante sus noches solitarias, además de una vibrante presencia y de unos ojos cálidos y risueños…
Hubiera podido quedarse consternado al verla, una reacción para la que Pippa se había preparado. Pero lo que jamás pudo imaginar fue una bienvenida tan cálida, y ello a pesar de que conocía muy bien el pragmatismo del carácter de Luke. Que la estrechara tan cariñosamente en sus brazos había resultado una experiencia ciertamente conmovedora, pero no tardaría en superarlo. Ella se había presentado allí por Josie, y eso era lo único que importaba. Aspiró profundamente unas cuantas veces más y, cuando se sintió mejor regresó a la cocina, donde Luke ya estaba sirviendo la comida. Se quedó verdaderamente impresionada al ver su creación.
– Ciento veinte calorías y cuatro gramos de grasa -le explicó él-. Tengo la costumbre de añadir estos datos porque la gente siempre me los pregunta.
– Y es delicioso -comentó Josie, encantada-. Mami, ¿por qué no hacemos nosotras ensalada de fresas?
– Oh, claro -exclamó Pippa, irónica-. Puedo imaginarme perfectamente a Jake y a Harry, dos de los residentes de nuestra pensión, comiendo ensalada de fresas. Siempre y cuando lleven algo de patatas fritas y beicon, claro está…-se dispuso a imitar su tono de voz-: «Eh, Pip, hoy tengo un turno de catorce horas. Un hombre necesita comer algo que le llene el estómago, ¿sabes lo que quiero decir?».
– ¿Catorce horas? -repitió Luke.
– Jack acaba de licenciarse en Medicina -le explicó Pippa-. Lo que quiere decir que nos echa a nosotros sermones sobre la comida nutritiva mientras él se atiborra de comidas indigestas.
Josie fue la primera en terminarse su ensalada y esperó impaciente a que salieran para el hotel en busca de su equipaje. Durante el corto trayecto, se dedicó a mirar con ojos como platos todo lo que veía pasar por su ventanilla del asiento trasero. Pippa iba sentada delante, al lado de Luke.