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– Todavía me cuesta dar crédito a todo esto -le confesó él.

– ¿Quieres decir que no debería haber venido? -se apresuró a preguntarle.

– No, me encantan las sorpresas. Y tú has sido como la respuesta a una plegaria. No pudiste aparecer en mejor momento.

– Sí, ya me di cuenta. ¿Qué habrías hecho si no hubiéramos aparecido?

– Lo ignoro -respondió, estremeciéndose-. Pero no me refería a eso, sino a ti. Siempre lo haces todo sin avisar, repentinamente. Me alegro de ver que no has cambiado.

– Bueno, entonces quizá debería haberlo hecho. Ahora soy once años mayor, pero no parece que sea mucho más prudente que entonces. Muy bien podrías haber estado conviviendo con esa mujer, y en ese caso…

Luke esbozó una reacia sonrisa.

– Qué va, ¿Sabes una cosa? La única mujer con la que he convivido has sido tú.

Pippa se había mudado a la pensión con Luke. «Ma» Dawson, que para entonces ya estaba bajo el hechizo de Luke, les había conseguido una habitación lo suficientemente grande para los dos, al fondo del pasillo que llevaba a la cocina. Como Ma era una persona estupenda, pero una pésima cocinera, Pippa se encargaba de preparar tres comidas a la semana, que se añadían a las dos de Luke, con lo que la dueña les hacía un jugoso descuento en el precio del alojamiento.

A Pippa la encantaba el ambiente festivo de la casa. Estaba situada cerca de un gran hospital, y la mayor parte de los residentes eran estudiantes de Medicina. Vivían al borde de la pobreza, trabajaban incansablemente y todo lo hacían a lo grande: estudiaban mucho, comían mucho, bebían mucho y reían todavía más. Pasaban noches enteras hablando de la «Vida» con mayúsculas en compañía de Angus, Michael, Luz, Sarah y George. Pippa intervenía de vez en cuando en las conversaciones, acurrucada en el regazo de Luke, disfrutando de su calor. Y Luke parecía encontrarse muy a gusto en aquellos momentos, pero hablaba muy poco: estaba demasiado ocupado viviendo la vida, en lugar de hablar de ella, y detestaba las especulaciones. Siempre que se aburría, le susurraba algo al oído y se escabullían juntos, y el resto de aquellas noches se convertía en pura magia.

Pippa flotaba en una nube repleta de placeres recién descubiertos. No podía estar en la misma habitación que Luke sin mostrarse excitada e impaciente, eufórica y entusiasta. Cuando él se ponía a cocinar, ella se perdía en la contemplación de sus manos. Eran manos de artista, poderosas y fuertes, pero a la vez extremadamente delicadas, y el mero hecho de verlas la excitaba al evocarle recuerdos de sus íntimas caricias…

En el trabajo no dejaba de pensar en Luke y, cuando regresaba a casa, la excitación crecía hasta un punto insoportable, de manera que a la menor ocasión se apresuraba a apoderarse de sus labios con un beso ávido, voraz, gloriosamente impúdico, generoso a la vez que exigente. Con una mano le acariciaba la nuca, mientras que con la otra empezaba desnudarlo. Una vez repuesto de la primera sorpresa él respondía ávidamente, arrastrándola hasta su habitación, donde acababan haciendo el amor hasta saciarse.

Pippa deseaba a Luke de una manera absolutamente básica, primaria. El romanticismo y las velas estaban muy bien, pero era consciente de que en aquellas ocasiones se habría vuelto loca si no hubiera podido sentirlo dentro de ella, llenándola por completo. Al menos tenía eso. Él estaba allí, amándola con todas sus fuerzas, y ella sabía muy bien cómo excitarlo.

Más tarde, sin embargo, se atormentaba con preguntas. ¿Lo estaría estropeando todo al mostrarse tan solícita y deseosa, tan dispuesta siempre y en todo momento? ¿Debería controlarse, seducirlo más, mostrarse más esquiva y tentadora? Eso habría podido ser algo sutil e inteligente, pero también habría ido en contra de su naturaleza apasionadamente sincera. En aquel entonces era joven y rebosaba de salud. Disfrutar del sexo con su amante le parecía algo absolutamente natural, como descubrir de repente el secreto de la vida o recibir cada día un regalo de Navidad. Y cada día ese regalo era un poco diferente, un poco mejor. ¿Pero crecerían en la misma medida los regalos con que ella lo obsequiaba a él? ¿Estaría acaso Luke aburriéndose de ella? Eso era algo que Pippa siempre se preguntaba. O quizá supiera en el fondo la verdad y no se atrevía a admitirlo…

Había, sin embargo, otros recuerdos que colocar al lado de aquellos. Recuerdos de gloriosas noches en que yacía desnuda en sus brazos mientras Luke veneraba su cuerpo a la luz de la luna. Y de otras noches en que le gastaba bromas, mezclando la comicidad con la pasión, haciéndola reír cuando más excitada estaba. Una vez le había dicho:

– Estoy intentando averiguar qué parte de tu cuerpo es la que más me gusta. Es un terrible dilema, porque tienes los senos más bonitos y perfectos que he visto en mujer alguna…

Y mientras hablaba deslizaba un dedo por la leve curva de su seno derecho, deteniéndose en el pezón, acariciándoselo hasta enloquecerla de deseo.

– Y tienes experiencia en eso, ¿verdad? ¿Has visto muchos? -le preguntó bromeando, pero algo celosa.

– Los suficientes para saberlo. Y ahora cállate, que me estoy concentrando.

Pippa se echó a reír y guardó silencio, disfrutando, mientras Luke sometía a su otro seno a la misma sesión de caricias hasta que ambos pezones quedaron orgullosamente erectos. Para entonces cada uno se había familiarizado perfectamente con el cuerpo del otro. Luke sabía que a ella la encantaba que la besara con deliciosa lentitud, retrasando el último momento de placer para que resultara aún más exquisito. Al mismo tiempo la excitaba terriblemente ver cómo él se iba excitando poco a poco cuando deslizaba con exquisita suavidad los dedos por su torso, descendiendo cada vez más…

– Señora, por favor, deténgase -le decía con tono digno y solemne, bromeando-. He estado leyendo un libro sobre estimulaciones eróticas previas al acto sexual y quiero practicar.

– ¿Te ha resultado un libro… instructivo? -le preguntaba ella, siguiéndole el juego.

– Extremadamente instructivo. Y ahora presta mucha atención, porque después te haré algunas preguntas. Y… ¡silencio! ¿Cómo puedo conseguir un ambiente romántico si no dejas de reírte?

En aquel momento le estaba acariciando distraídamente la fina piel del interior de sus muslos, hasta que sus dedos rozaron su sexo por un segundo. Cada vez más excitada, Pippa emitió un jadeo y le clavó los dedos en los hombros.

– ¿Te ha explicado ese libro… el significado de esa última caricia? -le murmuró al oído.

– Se supone que es para prepararte adecuadamente.

– ¿Y si te dijera que ya estoy dispuesta?

– Entonces pensaría que eres una mujer demasiado fácil, lo cual no dejaría de asombrarme -respondió con tono remilgado-. Y el libro no me advirtió de que podrías reaccionar así.

– ¡Lo siento!

– Te perdono, pero me he vuelto a perder. Voy a revisar el índice.

– Como te apartes de mí, eres hombre muerto.

– No me estás ayudando nada -se quejó Luke-. Estoy intentando aprender los matices de este proceso. Un hombre tiene que ser sutil, y no comportarse como un elefante en una cacharrería. Además, según el manual, se supone que de esta forma tendría que gustarte más.

– Es imposible que me guste más… -repuso ella al tiempo que le acariciaba la parte de su cuerpo que en aquel momento más le apetecía disfrutar y procuraba guiarlo hacia su sexo-. Luke -le suplicó-, ¿no podrías hacer una excepción y saltarte esas sutilezas?

– Mujer, ¿dónde está tu romanticismo?

– Seamos románticos en otra ocasión. Esta noche me siento muy, pero que muy primaria…

– En ese caso…

Aquel diálogo les hizo reír a carcajadas, hasta que Luke entró en ella de la manera que más le gustaba a Pippa: lenta pero firmemente, retrasando el momento para que pudiera sentirlo plenamente, llenándola y colmándola por entero. Y cuando lo miró a los ojos, descubrió una sonrisa en ellos. No era la diversión de antes, cuando había estado bromeando. Le devolvió la sonrisa, henchida de una alegría que trascendía el placer físico.