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Vera Parkhutik

AQUAMARINE

Para mi familia

minotauro

Primera edición: abril de 2009

© Vera Parkhutik, 2008

© Editorial Planeta, S. A., 2009

Avda. Diagonal, 662–664. 08034 Barcelona

CAPÍTULO I

Codi notaba la fría mano de la técnico contra su oreja. Su tacto era agradable: los movimientos eran suaves y firmes a la vez, altamente profesionales. Sentir los fuertes dedos recorriendo su piel era… hipnótico. Nada de dolor: si aquello duraba mucho más, llegaría a quedarse dormido.

—¿Qué tal va, Candance?

La voz sacó a Codi del plácido estado de ensimismamiento. Primero se sobresaltó, y luego enrojeció ante su reacción.

— Bien.

—¿Cuánto hace que el implante le da problemas?

— Sólo desde esta mañana.

— No ha esperado mucho para venir — si las voces pudieran sonreír, Codi habría jurado que ésta lo hacía.

— Lo necesito continuamente en mi trabajo.

Hubo un instante de silencio y Codi adivinó que la técnico esperaba a que ampliara su respuesta, pero no lo hizo. Luego el sillón en el que estaba tumbado se puso en marcha con una leve sacudida, plegándose y enderezando su cuerpo. La tela verde que cubría su cara fue retirada y un rostro salpicado de pecas sonrosadas le saludó. Cuando la muchacha le había hecho pasar al pequeño quirófano Codi no se había fijado mucho en su cara. Ahora, a la agradable impresión de profesionalidad se añadía también la impresión de su juventud. No podía ser más que una aprendiz. Lo había hecho estupendamente.

Se inclinó sobre Codi por última vez y repasó con una gasa húmeda la piel de su oreja y su cuello.

— La colocación ha terminado, ahora puede ponerse más cómodo — de repente sonaba profesional, y Codi se preguntó si su silencio la habría molestado—. Tenga una servilleta, si le quedan restos de gel límpielos con ella. En seguida iremos a por el ajuste.

Codi se preparó para una tanda de chirridos, pero no llegó. Sólo oyó un pitido pausado, apenas audible, que poco a poco aumentó de volumen y frecuencia. La familiar sensación de oír los sonidos con gran claridad dentro de su cabeza resultó muy bienvenida. La voz de la mujer empezó a parecerle lejana, amortiguada en comparación. La nitidez de un implante transmitiendo directamente a su cerebro no se podía comparar con la de una onda acústica transmitida por el aire.

Durante casi diez minutos, el pitido subió y bajó de intensidad, varió de timbre y se hizo irritantemente alto para volverse inaudible después. Era un proceso tedioso y que exigía paciencia, pero Codi notaba la constante mejoría de la señal. Cerró los ojos y trató de relajarse, sabiendo que en pocos minutos estaría fuera de la consulta. Se había llevado un sobresalto muy desagradable a primera hora de la mañana, cuando en mitad de una conversación escuchó una serie de clics y se quedó prácticamente sordo. El percance era más serio que la simple incomodidad, Codi no podía permitirse estar desconectado del mundo. Al menos, la solución había sido rápida y eficiente. Ahora sólo faltaba reactivar el acceso a Airnet y todo estaría arreglado de nuevo.

—¿Tendrá que gestionarme el alta otra vez? — preguntó a pesar de intuir que no era un buen momento para charlar. Temía haber sido descortés con la muchacha.

— Sí, y le tocará pagar la cuota de conexión. Lo siento. Le saldrá caro.

— A mí no; a mi jefe.

— Entonces tiene suerte. ¿Qué canales desea tener?

Codi recitó de memoria la larga lista de prestaciones a las que tenía derecho. De las tres grandes áreas de audio que ofrecía Airnet — canales privados de voz, canales públicos de voz y canales musicales— los únicos que Codi tenía que financiarse él mismo eran los últimos. Hoy y Mañana, en cuya redacción trabajaba, le financiaba el acceso a una amplia selección de canales informativos, políticos y culturales, y pagaba sus conversaciones privadas.

La lista debió de parecerle rara a la técnico. No hizo ningún comentario mientras Codi le daba instrucciones, pero cuando empezó a rellenar el formulario le miró varias veces de reojo.

— No me las doy de intelectual, los necesito por mi trabajo — dijo Codi, y comprendió con desagrado que acababa de cometer el mismo error por segunda vez—. Soy periodista — aclaró—. Me paso la vida hablando.

No se avergonzaba de lo que hacía, todo lo contrario: se consideraba una de esas personas afortunadas que habían convertido su pasión en el medio de ganarse la vida. Pero demasiada gente asociaba su profesión con el glamour de las noticias sensacionalistas, y eso le molestaba. Los comentarios que escuchaba eran siempre los mismos, demasiado repetitivos para su gusto. ¿Periodista? ¡Qué interesante! ¿Qué cosas suele hacer? Debe de conocer a mucha gente famosa. Debe de viajar un montón…

—¿Con qué proveedores trabajáis? — preguntó para cambiar de tema.

— Los tenemos todos.

—¿Cuál soléis aconsejar?

— Depende de las necesidades del cliente.

—¿Y de la comisión? — La muchacha negó con la cabeza, pero Codi notó que sonreía—. Puede decírmelo, sólo soy periodista en horario laboral.

— Estamos en horario laboral — repuso ella. Codi se rió.

— Su secreto estará a salvo conmigo.

— Todos los proveedores nos pagan una comisión similar. Magnum Air y Resonance, siendo los principales, hacen aportaciones extra, pero poco importa. La gente viene sabiendo lo que quiere. No nos dedicamos a hacerles cambiar de opinión… ¿Sabe lo que nos piden mucho últimamente? Ambientes musicales. Es la última moda. ¿Ha oído hablar de ellos?

— No.

— Pues está en boca de todos. No es ningún canal ni estilo concreto. Es una musiquita de fondo que gusta a todos. Está pero como si no estuviera, ya me entiende. Dicen que es relajante y que aumenta el rendimiento.

Codi empezó a volverse para mirar a la mujer, pero se paró a tiempo. La sustitución del implante le había provocado un ligero vértigo que aumentaba con cualquier movimiento brusco. Optó por echarse más cómodamente en el sillón y cerrar los ojos.

— Los canales musicales mueven mucho dinero — musitó—, pero no sabía que eran tan poderosos como para dejar de amoldarse a los gustos individuales de los clientes. ¿Algo que gusta a todos? No me lo creo.

— Bueno, es la teoría. Aún no han salido al mercado porque tanto Magnum Air como Resonance quieren hacerse con los derechos. La compañía que los ha inventado era prácticamente desconocida, y dicen que saldrá muy beneficiada.

—¿Cómo se llaman los héroes del momento?

— Emociones Líquidas… creo. Hemos acabado — la muchacha sacudió las manos—. Ya tiene su conexión y se acopla estupendamente a ella. No se olvide de pasar por el mostrador.

— Jamás se me ocurriría.

La técnico se inclinó sobre Codi por última vez, manos en jarras, la nariz salpicada de pecas arrugándose en una expresión de diversión mal disimulada.

— Mucha gente se olvida cuando empieza a recibir avisos de llamadas. Sabemos que no lo hacen de mala fe. Ya se entiende, la vuelta a la realidad. ¡Disfrute de su nueva conexión!

— Gracias… Lo haré.

Se fue con decepcionante rapidez. Cerrando los ojos por un nuevo acceso de vértigo, Codi se puso en pie poco a poco. Echó un vistazo a su reflejo en el espejo del pequeño quirófano. Tenía una mancha de gel anestésico en el cuello, transparente y quebradiza ahora que había empezado a secarse. La quitó con un poco de agua, y a falta de un peine alisó sus mechones castaños con la mano. Salió a la recepción y la encontró vacía. Numerosos panfletos con precios cubrían la pared. Aparte de los precios, había maquetas de los implantes en uso: todas muy parecidas entre sí, tiras largas y planas enrolladas sobre sí mismas. Hechas a gran escala parecían enormes, cuando en realidad apenas resultaban visibles al ojo humano.