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Era maravillosa. Irónica, muy inteligente, segura de su valía, una de esas raras personas en quienes el atractivo interior eclipsa el exterior… y el atractivo exterior de Cladia era más que notable. Eran los mejores amigos desde antes de hacer juntos la carrera de periodismo. Oficialmente, Codi sentía por ella cariño, respeto y admiración. De puertas para dentro sentía mucho más que todo eso. Era capaz de mantener una conversación distendida casi con cualquiera, incluidos magnates de la música a los que no conocía de nada, pero se ponía nervioso al concertar una cena con su mejor amiga. Algo fallaba en esa declaración de simple amistad, pero todavía estaba reuniendo valor para adentrarse en ese terreno.

Cariño, respeto y admiración daban para mucho.

— … investigación en torno a las sospechosas muertes de varios empleados de Acorde S.A., antigua empresa familiar de Stiven Ramis…

Codi se enderezó en el sofá y subió el volumen. ¿Acaso era algo de dominio público? Había creído que Harden disponía de información privilegiada sobre aquellos suicidios. Escuchó con atención, pero el reportaje había empezado hacía tiempo y le costaba centrar el tema. Hablaba de una tal Lorena Grulia, técnico de afinado, casada y embarazada, que se había tirado desde el tejado de un macroedificio. Aparentemente, hacía ya un cuarto de siglo de aquello.

Las imágenes que acompañaban el reportaje eran espectaculares. Con varios cientos de plantas de altura y tan amplios que uno tardaba horas en cruzarlos a pie, los macroedificios eran verdaderamente pequeñas ciudades autosuficientes. Desde sus tejados, el suelo ni siquiera llegaba a verse. Lo único que la cámara alcanzaba a mostrar eran las siluetas de otros gigantes grises y uniformes, ciegos debido a la ausencia de ventanas al exterior.

— Además de Lorena, otros cinco trabajadores perdieron la vida aquella misma noche. Tres ingenieros, un contable y el propietario de Acorde S.A., tío carnal de Stiven Ramis. Todas las muertes fueron catalogadas como suicidios: muchas ocurrieron delante de numerosos testigos. La más investigada fue la de Marco Ramis, que murió sin dejar testamento. Su sobrino, hasta entonces mero empleado, pasó a ser el propietario de la empresa. Las reformas que puso en marcha en Acorde S.A. favorecieron su expansión. Emociones Líquidas, su sucesora, es la empresa nacional que más ha creado en bolsa en el último cuatrimestre. Haciéndose eco de los comentarios sobre las muertes, su equipo directivo ha convocado una reunión de emergencia esta misma tarde, de la que hasta el momento desconocemos los detalles. Mientras tanto, Stiven Ramis ha anulado su asistencia a varios acontecimientos sociales.

La imagen cambió, pero Codi siguió mirando el punto donde había estado el macroedificio, impregnándose de la sensación de repentino e inminente desastre para Ramis. Sentía lástima por el hombre, y más por aquella chica — treinta años, embarazada, muerta—, pero sobre todo sentía aversión por los que habían sacado a relucir su nombre después de tantos años. Cuando una historia así se hacía pública, se perpetuaba ella sola. Tenía todos los ingredientes clásicos: un protagonista influyente, una muerte atroz, el romanticismo del pasado. Esa tal Lorena tal vez tuviera otros hijos, a los que el renovado interés por la muerte de su madre no les haría ni pizca de gracia. Y las repercusiones para Emociones Líquidas serían terribles. Por eso ni siquiera Harden, insensible como pocos, se había planteado sacar aquello a la luz… O…

Codi se incorporó del todo, propulsado por una desagradable ocurrencia. Esa reunión inaplazable aquella misma mañana… Un descuido tan garrafal era raro hasta en Harden. ¿Había mandado a Codi a confraternizar con Ramis mientras él ponía en marcha un rumor nefasto para ese hombre? Hoy y Mañana nunca lanzaría una noticia escandalosa o poco fundamentada, pero sí podía servirse de un segundo medio para hacerlo y tomar las riendas con posterioridad. Codi no podía saberlo, pero la sospecha en sí misma no era tan descabellada como para desecharla en seguida. No le costaba nada imaginar a Harden sonriendo ante la idea. Se dijo que, al menos, salía hacia Montestelio temprano al día siguiente y no estaría en la ciudad para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Había planeado quedarse dos días fuera, pero decidió en el acto que serían tres, y que sólo se esforzaría lo mínimo e imprescindible. Y si finalmente no lograba dar con Cherny, no haría más que alegrarse.

Muy en el fondo sabía que gastar un poco más y trabajar un poco menos era una manera ridícula de plantarle cara a su jefe, pero por algo había que empezar.

CAPÍTULO III

Montestelio agradó a Codi. La ciudad era pequeña, soleada y soñolienta: la antítesis del glamour. No parecía adecuada para una estrella como Cherny. Cada edificio estaba separado de otros por grandes espacios llenos de árboles, hierba y flores. Resultaba claro que el césped de Emociones Líquidas no impresionaría a nadie aquí.

Codi salió del taxi y se dirigió hacia su destino intermedio: la Intendencia de Transportes. Eso era lo único que le había sabido aconsejar Snell. A pesar de repetidas búsquedas — el misterio del paradero de Gabriel Cherny acabó por interesarla hasta a ella—, la forma de acceso al archipiélago permanecía sin aclarar. Las autoridades locales le ayudarían, había dicho finalmente. Alguna comunicación debía de haber. Si Cherny vivía en una isla, tenía que poder llegar a ella, ¿no?

La recepción de la Intendencia armonizaba con el espíritu de toda la ciudad: era pequeña y estaba vacía. La sombra del interior refrescó a Codi: era casi mediodía y el sol colgaba despiadadamente sobre su cabeza. El aire estaba demasiado quieto. El periodista había supuesto que la cercanía del mar traería la brisa, pero en medio de una ciudad dormida hasta el viento parecía descansar en los recovecos entre los edificios.

Una flecha indicaba las cabinas de información. Codi golpeó con los nudillos el cristal para atraer la atención del hombre que se estaba aburriendo dentro.

— Buenos días. Soy Candance Weil, reportero de Hoy y Mañana. — Codi le enseñó sus credenciales. Era un método muy efectivo en sitios pequeños. Mejoraba mucho el nivel de colaboración—. Estoy seguro de que podrá ayudarme. Tengo una cita algo lejos de aquí y necesito arreglar un transporte.

— Hay muchos taxis detrás de aquella esquina — el interés mostrado por el hombre fue el mínimo imprescindible para no parecer descortés.

— No, tengo que ir hasta las Hayalas. Estoy tratando de llegar a la residencia del señor Cherny…

No necesitó decir más. Por la expresión de su interlocutor, era evidente que Gabriel Cherny era conocido en aquel lugar. El hombre se levantó de su asiento y se acercó al cristal.

—¿Tiene una cita?

Codi se limitó a esbozar una soleada sonrisa a sabiendas de que el otro la tomaría por una afirmación. Su parte menos práctica se cuestionó si pronunciar una mentira en voz alta era más, menos o igual de deshonesto que dejar que esa misma mentira se estableciera espontáneamente. Su parte más lista ignoró la pregunta. Necesitaría toda su suerte e ingenio para llegar hasta Cherny. Nunca había tenido que acercarse a alguien partiendo de una base tan insólita como la compraventa de un archipiélago.

El hombre de la ventanilla empezó a conversar rápidamente con alguien, tocándose la oreja de cuando en cuando. Codi se apoyó en la pared de al lado y se recordó su plan de resistencia pasiva contra Harden. Esforzarse lo mínimo significaba que no tenía ninguna prisa.

—¿Cómo nadie? Al menos la hélide… — gruñía mientras el hombre—. Vale, pero la hélide, digo, ¿está aquí? Es alguien de la prensa, alguien oficial… No, claro que no va hacerlo él mismo. No, Cherny no lo había avisado, ¿acaso Cherny avisa alguna vez? Bien. Bien, vale.