— Espero que Fally no le esté molestando en exceso — dijo.
— Al contrario, ha sido muy amable. Me ha hablado de sus ídolos musicales, hasta me ha dado consejo.
— Le pido disculpas por todo esto — apuntó Ramis gravemente—. Fally puede ser muy locuaz, pero es raro que agobie a personas que desconoce. Y estoy pensando que no voy a poder dedicarle más tiempo hoy, realmente tengo un asunto inaplazable que atender. ¿Qué le parece si retomamos la entrevista en otra ocasión? Le avisaría para convenir una hora.
— Sería estupendo — dijo Codi.
Realmente, era la única respuesta posible.
La puerta se cerró ante él, y cuando volvió al vestíbulo vio que no corría peligro de ser entretenido más por Fally: la niña se había ido. Se sintió vagamente defraudado; después de su imprevista conversación, había esperado al menos poder decirle adiós.
Retrasarse no tenía ningún sentido. Codi llamó al ascensor, que no tardó en llegar. El mismo hombre poco hablador que le había acompañado en la subida le acompañó abajo y hasta la salida del edificio. Codi dejó atrás el campo de hierba y echó a andar a lo largo de la calle. A pesar del brusco término de la entrevista, estaba contento de cómo había ido. No había reunido mucha información, pero contaba con la promesa de Ramis de seguir en contacto. Codi sonrió para sus adentros. En contacto con Candance Weil, no con Víctor Harden. A este último no le haría demasiada gracia.
Oyó que alguien le llamaba por su nombre y el ruido de unos pasos apresurados a sus espaldas.
— Candance. ¡Candance, espera!
Pensó automáticamente que era el vigilante y que había olvidado algo. Se sorprendió al ver que era la niña, corriendo detrás de él a la máxima velocidad que sus piernas le permitían. Tenía la mano derecha apretada en un puño. Le alcanzó y se paró a medio metro de él. Codi habría jurado que su mirada era de reproche.
— Cuando vayas a hablar con Gab… con Cherny, ¿puedes darle algo de mi parte? — soltó jadeando.
Las cejas de Codi se enarcaron. ¿Cuando fuera a hablar con Cherny? Abrió la boca pero no dijo nada, acallado por la mirada desafiante, intensa de la niña. Tenía los labios apretados en una línea fina, la cabeza bien alta. El cisne despertaba.
Fally extendió la mano y abrió el puño. Codi había pensado que así escondía la quemadura, pero tenía algo oculto allí: un diminuto marco con un mensaje grabado. La niña dio el último paso hacia Codi y apretó el mensaje contra su palma. Asombrado por su audacia, el periodista no pudo evitar que sus dedos se cerraran alrededor del objeto.
— No lo abras — dijo ella.
Codi negó con la cabeza; por supuesto que no pensaba abrirlo. Se preguntaba cómo podía devolverlo sin hacerla sentir mal. Miró de reojo las puertas de la sede. Fally era la hija del dueño, no era lógico que la dejaran entrar y salir así, sin ir acompañada. Deseaba que llegara alguien cuanto antes para devolverla al interior. Ésa sería la solución más fácil para aquel malentendido.
Pero nadie fue a buscarla, y Codi no tuvo tiempo de esgrimir ninguna excusa. En el instante mismo en que apartó los ojos de ella, la niña se dio la vuelta y echó a correr.
CAPÍTULO II
La vuelta al confuso y bullicioso ambiente de Hoy y Mañana resultó vigorizante para Codi. La redacción ocupaba varias plantas de un edificio tan antiguo como el periódico mismo y no había ampliado su sede desde hacía mucho tiempo. Codi compartía su lugar de trabajo con una treintena de compañeros, cuyas mesas estaban esparcidas sin orden aparente por una amplia sala común. El mediodía se acercaba, y el lugar vibraba con toda la actividad que albergaba. Aquél no era sitio para los lentos de pensamiento, los que necesitaban más de un cuarto de hora para comer o los predispuestos a padecer estrés.
Codi se abrió paso hasta su mesa sin pararse a dar explicaciones por su ausencia durante la mañana. Lo primero que hizo tras sentarse y estirar las piernas fue sacar del bolsillo el mensaje de la niña. Lo dejó sobre la mesa con un gesto contundente. La cajita de madera que lo contenía era muy bonita, muy cara, muy poco apropiada para uso infantil. Codi la estudió un rato, pensando en todas las maneras de resolver el encargo.
Podía tirarlo a la basura. Era un plan tentador, pero Codi ya había perdido su oportunidad. Tenía que haberlo hecho de camino hasta su mesa, antes de sentarse. En la redacción no faltaban papeleras. A saber por qué no usó ninguna de ellas.
Podía meterlo en un cajón y olvidarse de él. Esa opción era bastante mejor. Los cajones de la mesa de Codi eran profundos y estaban llenos de todo tipo de objetos inútiles, así que podía confiar en que el mensaje se quedaría perdido allí por un largo tiempo.
Podía volver a Emociones Líquidas, encontrar a Fally Ramis o al padre de Fally Ramis y devolvérselo. Idea ridícula y no realizable.
Podía entrevistar a Gabriel Cherny y dárselo. Idea aún más ridícula y menos realizable.
Codi dejó escapar un suspiro y se estiró un poco más. Estaba evitando la raíz del problema. La verdadera pregunta a contestar era: ¿por qué se sentía obligado a cumplir una promesa que nunca había hecho? Miraba el marco y en vez de mandar a la niña a paseo recordaba su expresión solemne y el gesto con el que le había enseñado su palma quemada. Y poco a poco se le hacía claro que no quería mandarla a paseo. Inmediatamente, no.
Trató de llegar a un compromiso consigo mismo. Vería un par de grabaciones, satisfaría su curiosidad poniendo cara al nombre y después… Después no haría nada. Redactaría notas sobre la entrevista para presentárselas a Harden. Por cierto que añadir en ellas algo sobre ese Cherny — el nombre del orchestrista le sonaba, pero no sabía nada de él— le haría quedar bien. Harden ya no podría pedirle más.
La búsqueda que realizó fue la más sencilla que pudo imaginar, pero le proporcionó muchísimo material. Hoy y Mañana disponía de una biblioteca visual envidiable. El periodista fue a por el archivo más antiguo, datado hacía casi diez años. Era un fragmento de las noticias de la noche comentadas por una presentadora que Codi recordaba sólo vagamente. Diez años eran mucho tiempo en el negocio de la información.
Activó la grabación.
— Tras un desenlace sin precedentes, el Desafío de Crialto arropa hoy a su inesperado ganador — la mujer mantenía la cabeza perfectamente erguida mientras sus labios articulaban cada palabra con la precisión de un autómata—. Gabriel Cherny, de quince años, se ha convertido esta noche en el vencedor más joven de este prestigioso certamen. Desde el inicio de esta vigésimo tercera edición, su nombre ha estado en boca de todos. Durante la primera fase, su juventud ha suscitado una notable polémica tanto entre el público como entre algunos jueces, pero el joven Gabriel no tardó en acallar las voces de duda. Entre sus actuaciones iniciales destaca la interpretación de la Fuga Infinita de Jan Joel, una composición de una dificultad técnica difícilmente imaginable. Fue, sin embargo, su actuación en la final de esta noche lo que dejó sin palabras a entendidos y profanos. Veamos este reportaje desde el hotel Crialto.
La imagen cambió revelando una amplia toma de una gran sala. El escenario se veía lejano y diminuto desde la posición de la cámara, y se iba acercando. No había ningún instrumento sobre éclass="underline" sólo varias figuras. El ojo de la cámara se centraba sobre una de ellas.
Había algo en Cherny que llamaba poderosamente la atención. Era casi tan alto como los adultos que lo rodeaban, pero a los quince años su cuerpo estaba aún por desarrollarse. Sus manos eran finas, los rasgos de su cara perfectos, los movimientos llenos de una elegancia absolutamente casual. Su traje de gala, negro y sobrio, sólo añadía delicadeza y excepcionalidad a la impresión general. Rectos mechones de pelo negro caían sobre la frente del muchacho, ocultando parcialmente sus ojos.