La cámara se acercó más. Su expresión era extraña, se dio cuenta Codi. De vez en cuando parpadeaba, miraba hacia los lados e intercambiaba palabras con los que le felicitaban. Pero durante el resto del tiempo permanecía inmóvil, quieto como una estatua en medio de una colmena de adultos boquiabiertos.
— Nacido en una familia humilde y huérfano desde hace años, este chico extraordinario ha recibido su educación musical bajo la supervisión de un benefactor que hoy ha preferido permanecer en el anonimato. Suponemos que su juventud y la intensa y hermética formación que ha estado recibiendo explican que el nombre de Cherny no haya sonado en ningún otro acontecimiento musical hasta el momento. A raíz de este gran debut, esperamos tener más oportunidades de disfrutar con sus actuaciones.
Todo lo que siguió después fueron comentarios insignificantes y más elogios. La cámara permaneció centrada sobre la cara del muchacho unos momentos más y después se alejó para recoger los testimonios de los organizadores. Un hombre enérgico y entrado en años, el director del hotel Crialto e instaurador del premio del mismo nombre, charlaba con entusiasmo sobre la organización del concurso.
En todo el tiempo que la cámara se quedó enfocando a Gabriel Cherny de cerca, Codi no vio ni una expresión de triunfo, ni un amago de sonrisa. El muchacho se mantenía inhumanamente sereno, con la mirada perdida en la distancia y ligeramente desenfocada. Codi no tardó en decidir que algo en él no le gustaba. Tanta indiferencia simplemente no era natural. Olvidándose de su plan de ceñirse al mínimo de información, Codi pasó a la siguiente grabación, y luego a otra. La mayoría de las tomas eran mucho más recientes, con un Cherny despojado rápidamente de la fragilidad de la adolescencia. Mantenía, sin embargo, la delicadeza de movimientos y el gusto exquisito para vestir. Su trato con los demás era cortés al tiempo que indiferente. Seguía comportándose con una serenidad que rozaba la altivez.
Los comentarios eran repetitivos y Codi empezó a ignorarlos. No decían nada sobre Cherny que no fuera una recapitulación de sus logros recientes. Los datos biográficos brillaban por su ausencia. Ninguna información sobre sus orígenes, sus gustos y preferencias, sus líos amorosos, su estado civil al fin y al cabo.
— Estoy seguro de que el nombre de Teatro Romaggio les sonará, al igual que el galardón que lleva su nombre — el presentador de turno sonreía como solían hacerlo los presentadores de las grandes cadenas: como si le hablara a Codi en persona—. Este hombre que ven es Gabriel Cherny, el orchestrista más joven en conseguir ese premio. Un fenómeno en auge, una estrella de primera magnitud…
Codi entrecerró los ojos e hizo saltar la imagen.
— Veinte años, nacido en una familia pobre sin tradición orchestrística. Al parecer, encontró un benefactor privado que le proporcionó la educación que necesitaba. A partir de los…
Codi apagó la proyección. Formarse una opinión basándose en media docena de reportajes superficiales era una estupidez, pero no podía remediarlo: Gabriel Cherny le desagradaba. Nunca parecía sorprendido, siempre se sabía merecedor: el ser supremo para el que cualquier homenaje sabía a poco. Al menos, ahora entendía de dónde venía la pasión de Fally: al hombre le sobraban dotes para suscitar pasiones femeninas.
El sonido del cajón cerrándose y sepultando el marco resultó altamente satisfactorio. Las pasiones adolescentes eran volátiles.
Fally acabaría sobreponiéndose a la desilusión de no cartearse con su ídolo.
— Punto número uno. Ramis no es en absoluto el hombre sencillo que aparenta ser, pero me cuesta creer que sea el único motor de su empresa. Está demasiado enamorado de sí mismo para serlo. Será interesante averiguar cómo comenzó en el negocio de los orchestrones y cómo lo convirtió en Emociones Líquidas. Punto número dos: esos ambientes musicales que vende como su gran innovación son considerados casi una profanación por muchos músicos de peso. Será provechoso hablar con algunos de ellos y comparar opiniones. Punto número tres: Ramis se jacta de que su música puede cambiar el estado de ánimo, y aunque estoy seguro de que exagera algo, también lleva parte de razón. He podido escuchar una pequeña muestra de lo que hace, y resulta impresionante. Pero precisamente por eso, porque sus ambientes musicales quizá sean capaces de cumplir lo que prometen, todo el planteamiento me parece un poco… ambiguo. Es como si…
Codi titubeó, atascado en mitad de una frase y frustrado por su incapacidad de explicarse. No era que le faltaran palabras. Simplemente, aún no se había formado una opinión que compartir con su jefe. A la entrada de Emociones Líquidas se había sentido invadido por algo muy placentero, pero invadido al fin y al cabo. Intelectualmente, saberlo no le gustaba.
El periodista juntaba las manos detrás de la espalda y fijaba la vista sobre la ventana que Víctor Harden tenía a sus espaldas. A través del cristal Codi podía ver un gran trozo de la calle y la larga rama de un olmo. Al contrario que el césped de Emociones Líquidas, el olmo no estaba colocado bajo la ventana por ninguna razón especial, salvo quizá la falta de presupuesto para talarlo. Se decía que era más antiguo que el propio Hoy y Mañana, y eso era decir mucho.
El periodista apretó los labios y obligó a su mente a apartarse de las frivolidades. Necesitaba centrarse en su informe. Nunca se sentía seguro con Harden: un día exigía que Codi fuera elocuente y descriptivo y el siguiente insistía en la capacidad de síntesis, como hoy. A consecuencia de su terquedad, ésta era la segunda vez que Codi repetía lo mismo, pero con otras palabras. Era difícil decidir qué detestaba más: el lado mandón de Harden o el paternalista.
— Una cosa es querer estar alegre y elegir un canal de música apropiado — intentó explicarse de nuevo—. Otra es que alguien te lo cargue en el oído sin preguntar. Algo que va directo al cerebro no se puede imponer desde fuera. No es correcto, no está bien.
Harden se removió en su asiento. Había escuchado a Codi echado cómodamente hacia atrás y con los ojos cerrados, pero ahora se inclinaba pesadamente sobre su mesa. Su dedo índice daba golpecitos sobre la tapa de la mesa. Los que lo conocían sabían que era la señal de que no estaba de acuerdo con algo. Codi, que lo conocía mejor que nadie, sabía que en su caso era la señal de que debía callar.
—¿Sabes a qué me huele esto que dices? — dijo Harden—. A un intento de crear polémica social allí donde no hay fundamento para tal polémica.
— No lo es, señor.
— Lo desconocido y lo innovador siempre crea alarma. Jugar con el miedo de las masas es muy fácil. Lo difícil es trabajar con el trasfondo. Somos un medio respetable, y por tanto aspiraremos siempre a esto último.
— No son miedos de las masas — repuso Codi. No era terco por naturaleza, pero cuando creía que tenía razón trataba de mantener el terreno—. Tienen un ambiente musical justo a la entrada. Es fantástico… hizo que me dieran ganas de abrazar a todo el mundo. Pero cuando comprendí de dónde venía la sensación sentí que era algo… artificial. No me gustó, es todo. Prefiero estar alegre por mí mismo, no porque alguien me cargue dosis de alegría en el oído.
— Bien, bien, pero no. Ya puedes ir olvidándote de eso. Me ha gustado más eso que has dicho antes… Tu punto dos. Quiero que busques a algún detractor de Emociones Líquidas.
Codi estudió sus uñas con fascinación. Había confiado en quedar libre después de informar a Harden de la entrevista. No había hecho una carrera universitaria para trabajar de recadero. Conocía los juegos de poder de la redacción y entendía que la obediencia formaba parte de su rango, o más bien de su carencia de él, pero tenía que pensar en sus propios proyectos si quería hacerse algún tipo de nombre. Harden no podía negarle eso.