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El conde sorbió el té, que era rico y oscuro, tal como a él le gustaba. Le dijo a Elsbeth:

– ¿Piensas instalarte en Evesham Abbey?

La taza de la chica tintineó sobre el platillo.

– Oh, Dios mío, no, no milord. Es decir, bueno, creo que es muy bondadoso de parte de su señoría que no le importe que me quede, quizá, pero ahora puedo permitirme hacer planes muy diferentes. -Lo miró con expresión radiante-. Todavía tengo que pellizcarme para creer que es verdad. Pero lady Ann me aseguró repetidas veces que lo era, que no entendí mal. No es un error. Quizás, a fin de cuentas, yo le importaba un poco a mi padre. Según lady Ann, es así. Nunca creí que me quisiera, pero al fin lo ha demostrado, ¿no es cierto?

Al parecer, no había una respuesta para eso. Las diez mil libras que le legó su padre.

– Sí -dijo al fin el conde-, era obvio que te quería. ¿Qué piensas hacer con tu fortuna, Elsbeth? ¿Viajar a París? ¿Comprar una villa en Roma?

– Todavía no lo he decidido, milord.

Lanzó una mirada a lady Ann, que se apresuró a decir:

– Hemos empezado a hablar de las posibilidades, Justin. Pero yo creo que Elsbeth disfrutaría mucho de pasar una larga temporada en Londres. Por supuesto, yo la acompañaría. -Hizo una pausa, y lo miró sin vacilación a los ojos grises-. Después de que Arabella y tú os caséis, daremos forma definitiva a nuestros planes. No nos quedaremos aquí, estorbándote.

La ceja izquierda del conde se elevó hasta la sien, costumbre idéntica a la que Arabella había heredado de su padre. Por un momento, Ann se impresionó: eran tan parecidos… Rogó que no llegaran a verse mutuamente como hermanos. Y aunque supo que quería replicar al escandaloso comentario de Ann, no lo hizo.

Una vez que Crupper se llevó la bandeja del té, el doctor Branyon se acercó más a Ann, y dijo en voz queda:

– No te apresures a saltar las cercas, querida. Me imagino lo que habrá querido decirte el conde y, aunque ha sido difícil, ha contenido la lengua. Es un indicio excelente, y augura cosas buenas.

– Pamplinas. Justin sabe bien lo que está en juego. Hará todo lo que pueda para arrastrar a Arabella al altar, recuerda lo que digo.

– Si a ella no le agrada, no sé qué vamos a hacer.

– Sencillamente, vigilaremos y esperaremos, Paul. No creo que Justin sea estúpido ni torpe. Ya veremos. En realidad, no tenemos, más posibilidades que esperar a ver.

Branyon miró en dirección a Elsbeth, que se esforzaba por mantener la conversación con el conde.

– No me habías dicho que te marcharías con Elsbeth.

Lady Ann sintió una súbita agitación en su interior. Parpadeó, y apartó la vista. En su memoria surgió un recuerdo oculto hacía mucho tiempo y dijo inesperadamente:

– Paul, ¿recuerdas cuando yo estaba dando a luz a Arabella? Nunca te lo dije, pero sé que estuviste conmigo todas esas horas terribles. Sé que no me abandonaste en ningún momento. Recuerdo tu voz instándome, siempre espoleándome, incluso cuando yo quería morir. Sé que me salvaste la vida.

Paul jamás olvidaría el horror de esas horas interminables, su miedo de que ella muriese, su furia hacia el conde por su maldita indiferencia.

– No -dijo con lentitud-, no creí que lo recordaras. El dolor era tan intenso que yo pensé que tu mente no te permitiría recordarlo. -Comprendió que ella se mostraba amable, que quería demostrarle que seguía siendo bienvenido allí, que siempre lo sería. De pronto, se puso de pie, ansioso por marcharse: le parecía que no podría soportar la amabilidad de parte de ella-. Se me hace tarde, Ann, y tengo que pasar a ver al señor Crocker, que tiene dolores de estómago. Es una cabalgata de media hora. Sin duda, el viejo debe de estar maldiciendo a diestra y siniestra para la hora que yo llegue. A mi edad, me llama muchacho.

"No quiere recordar esas cosas", pensó lady Ann, mirándolo. "Fue una época horrible para mí, pero él no era más que mi médico y lo he hecho sentir incómodo." Se puso de pie junto a él y le dedicó una sonrisa, aunque no fue fácil.

– Paul, ven mañana, aunque sólo sea para declarar sana a Arabella. Espero que lo hagas, porque no quiero oírla discutir contigo.

– Por supuesto.

Lady Ann le apoyó una mano en el brazo y volvió a sentir un ramalazo de placer que la recorría. Dijo con timidez:

– Me dará… nos dará un gran placer que te quedes a cenar. Haré que la cocinera prepare capón, tu preferido, con salsa de almendras y esas pequeñas cebollas blancas.

Su esposo odiaba el capón, y por eso decidió hacerlo preparar por lo menos una vez a la semana.

"No me debes ninguna gratitud", quiso gritarle Paul, pero se limitó a decir:

– Como quieras, Ann. -A través de largos años de práctica, estaba habituado a ocultar sus pensamientos. Le palmeó la mano, como a una paciente que hubiese seguido al pie de la letra sus indicaciones-. Entonces, hasta mañana, querida mía.

En silencio, lady Ann permaneció a la puerta del Salón Terciopelo hasta que el doctor Branyon salió con Crupper y quedaron fuera del alcance del oído. En ese instante, advirtió que se sentía acalorada, aunque la noche no era calurosa. El fuego estaba apagado. Qué ridículo. Por Dios, tenía una hija ya mayor.

Al volverse, con una absurda expresión juvenil en el rostro, se topó con la mirada del conde, demasiado intensa para su incomodidad. Como ya no era una muchacha joven e inexperta, pudo sonreírle como si no tuviese ninguna preocupación, y decir:

– Elsbeth, si no te retiras pronto a dormir, tendré que buscar

unas cerillas para mantenerte los ojos abiertos. Ven, cariño, da las buenas noches a Justin y ven conmigo.

Elsbeth bostezó, y se tapó la boca con las manos.

– Elsbeth, ¿acaso he sido una compañía tan aburrida? No me ahorres la verdad, puedo soportarla. A fin de cuentas, ya he soportado peores cosas de tu hermana.

– Oh, claro que no, milord. Nada aburrido, se lo juro, milord.

– Justin.

– Sí, Justin, pero es difícil, milord. Tú eres un señor, mientras que yo no soy nada. Eres muy amable al permitirme llamarte por tu nombre.

Maldición, ese candor podría endulzar al más frío de los corazones, salvo el del padre. Justin se preguntó si el conde había conocido, siquiera, a su hija mayor, si la hubiese reconocido de haber pasado junto a ella en su propia casa.

– También puedes llamarme de otras maneras. Estoy seguro de que tu hermana lo hará. No tendrá el menor escrúpulo.

– Oh, no, milord, eso no es cierto. Arabella es perfecta. La torpe soy yo. Yo nunca sé qué es lo que hay que hacer. Me encantaría ser como Arabella, que es tan confiada, tan segura de sí misma. Sí, perdóneme. Lo que sucede es que estoy muy cansada, y por eso bostecé en su cara. No tienen nada que ver con usted… eh… contigo, Justin.

Lady Ann fue al rescate de su hijastra.

– No le hagas caso a su señoría, mi querida, está burlándose de ti. En cuanto a Arabella, ella es como es, y yo me alegro de que tú no seas parecida. Una de cada clase es mejor. Y ahora, a la cama. Tomó la mano de Elsbeth y se inclinó hacia ella-. Mañana tendremos mucho de qué hablar, mi amor. Que duermas bien.

Los ojos almendrados y oscuros de Elsbeth refulgieron.

– Oh, sí, seguro, lady Ann. Dormiré como un tronco.

Se dio la vuelta, ejecutó su mejor reverencia ante el conde, y casi salió corriendo del Salón Carmesí.

– Tendría que haber sido diplomática, Ann -dijo el conde cuando quedaron solos.

– Ah, pero esa misión está reservada para vosotros, los hombres valientes, de coraje -dijo, todavía pensando en Paul Branyon, los recuerdos de tantos años desfilando por su mente.

– Cierto, pero no me imagino que siempre sea así.