– ¿Qué es lo que no siempre será así?
– No estaba prestándome atención. No importa. Ah, el doctor Branyon parece un hombre encantador. Muy encariñado con la familia Deverill.
"Ha visto demasiado", pensó Ann, respondiendo con un simple movimiento de cabeza, sin decir nada. No era como su esposo, frío y remoto, diciéndole lo que tenía que hacer, sin prestarle atención la mayoría de las veces, si ella estaba en la habitación donde él acertaba a entrar.
El conde registró la reacción y cambió de tema:
– Traté a su esposo durante más de cinco años, Ann. Me resulta muy raro que jamás mencionase a su otra hija. Es una muchacha encantadora, pero…
Se interrumpió.
– Pero, ¿qué, Justin? Vamos, dilo.
– Si eso quiere… Está ávida de atención, de amor. No tiene una pizca de maldad en su persona, cosa que podría resultar peligrosa si no se cuida.
– Por supuesto, tienes razón. El conde, su padre, no le permitió vivir con nosotros. Cuando la despachó. para Kent, para que se instalara con su hermana mayor, Caroline, era una niña pequeña y asustada. He mantenido correspondencia permanente con ella todos estos años pero, por supuesto, no es lo mismo. Estoy segura de que Caroline hizo lo que pudo en relación a Elsbeth, pero como tú dices, está hambrienta de amor. -Lady Ann lanzó un profundo suspiro-. Tengo toda la intención de reparar los daños que Elsbeth ha sufrido en el pasado.
– Pero, ¿por qué el conde la trató así?
– He pensado en ello con frecuencia. Al final, he llegado a la conclusión de que quería tanto a Arabella, que no quería compartirla a ella, ni a sí mismo. Sencillamente, para él no había nadie más. Y por alguna razón que nunca logré descubrir, guardaba cierto resentimiento hacia la familia de Trécassis, la de su primera esposa. Ya sabes que el conde no fue un hombre muy inclinado al perdón.
– En ese caso, ¿no le extraña que le haya dejado diez mil libras?
– Sí, me sorprendió. Quizá se arrepintió de lo que había hecho, pero no estoy muy segura de que sea así. Me temo que jamás conoceremos sus motivos para haberlo hecho. Ah, Justin, perdóname por haber sido tan directa con respecto a ti y a Arabella. El doctor Branyon se disgustó conmigo. Me dijo que contuviste la lengua, pero que te resultó difícil.
– Sólo un poco. -El conde se frotó la barbilla, y contempló las ascuas anaranjadas del hogar-. Digamos que no me dejó mucho espacio para hablar del tema. Aunque hace ya años que me decidí a casarme con Arabella, todavía me da bastante impresión arrojarme con tanta temeridad al caldero. Ann, usted sabe que haré todo lo que pueda.
– Mi querido Justin, si no lo creyese así, habría luchado contra la proposición con la fiereza de una leona. Aunque sentí una considerable duda con respecto al engaño del conde, su decisión me pareció la mejor solución. Me costó gran trabajo guardar silencio mientras George Brammersley se retrasaba, antes de que tú llegaras, ¿sabes? Esta noche, hablé unas palabras con Arabella. Al menos, creo que empieza a entender los motivos de su padre, además de mi silencio sobre esta cuestión. Sin embargo, todavía es arduo para ella, y me temo que lo será por bastante tiempo.
– Es usted una mujer notable, Ann.
– Eres muy gentil, pero eso no es cierto. A lo largo de los años, me he vuelto una mujer muy realista, nada más. Eso es lo que hacen los años, ¿sabes? Quizás el conde se equivocó al querer proteger a Arabella. Ya sabes qué sentía al respecto.
– Sí. Si Arabella hubiese sabido que había un heredero del condado, se habría sentido perturbada.
– Eso es decirlo con delicadeza.
– Sí, su padre no dejaba de pensar y de preocuparse. Recuerdo que me dijo que no soportaba que se sintiese desposeída.
– Bueno, ahora ya se acabó. Veremos qué sucede. Oh, Justin, ¿qué piensas de tu nuevo hogar?
El joven rió.
– Me siento hechizado por tanta magnificencia. Jamás en mi vida había tenido más criados que parientes. Esta noche he notado la cantidad de aguilones y chimeneas que hay.
Al evocar el recuerdo, lady Ann rió.
– Tienes que preguntarle a Arabella la cantidad exacta de aguilones. Cuando tenía sólo ocho años, fue corriendo a la biblioteca y le comunicó al padre, muy orgullosa, que los aguilones que adornaban Evesham Abbey eran exactamente cuarenta. Era una niña tan vigorosa, con el cabello siempre revuelto y las rodillas eternamente raspadas. Oh, no sé, hasta en aquel entonces siempre estaba llena de vida y de curiosidad. Perdóname, Justin. No pretendía aburrirte. No sé cómo se me ha ocurrido. Es algo de hace mucho tiempo.
El conde dijo con brusquedad:
– No importa. Cualquier cosa que me cuente de Arabella puede servirme. No creo que este matrimonio vaya a ser un asunto fácil.
– En eso tienes razón. Ahora, si en realidad tienes ganas de oír esto, está bien. Reanudo lo de los aguilones. Poco tiempo después, su padre la envió a Cornwall, a visitar a su tía abuela Grenhilde. Tan pronto se hubo marchado, encargó a carpinteros y albañiles que erigiesen otro aguilón a la abadía. Cuando Arabella volvió y la alzó en brazos, la apartó, y le dijo en el tono más serio que puedas imaginar: "Bueno, mi hermosa hija, al parecer tendré que contratar a un profesor especial de matemáticas para ti! Conque cuarenta aguilones, ¿eh? Me has desilusionado mucho, Arabella." Ella no dijo una palabra, se bajó de los brazos de su padre, y no se la vio durante dos horas. El padre empezaba a impacientarse, casi hasta a reprocharse a sí mismo, cuando la pilluela apareció corriendo, completamente sucia y desarreglada. De pie frente a él, las piernas firmes, separadas, las manos regordetas en las caderas, frunció el entrecejo y le dijo: "Padre, ¿cómo te atreves a jugarme semejante treta? Te prohíbo que lo niegues. He traído al albañil para que sea mi testigo de que, en verdad, había cuarenta aguilones." Recuerdo que, desde ese día, el conde dejó de lamentarse de no haber tenido un hijo varón. Retenía constantemente a Arabella junto a él. Hasta en la caza, la hacía montar delante de él en el enorme potro negro, y salían al galope, a una velocidad que me hacía erizar los cabellos.
El conde sonrió, luego echó la cabeza atrás, y estalló en carcajadas.
– Entonces, Ann, ¿hay cuarenta o cuarenta y un aguilones?
– Bajo las órdenes de Arabella, el conde hizo quitar el cuadragésimo primero. ¡Qué pequeña mandona! En realidad, todavía lo es. Forma parte de ella, Justin, y tendrás que acostumbrarte a ello.
El conde se levantó, se estiró y se apoyó contra la repisa, con las manos en los bolsillos.
– Tiene razón. Me pregunto si permitiré que me dé órdenes. No conocí a mi madre, pues murió al darme a luz, y por eso nunca ha habido una mujer que me indicara hacer esto o aquello. No creo que pueda permitírselo, Ann. Pero ya veremos.
Lady Ann giró en su silla, haciendo crujir con suavidad sus faldas de seda negra.
– Creo que esa parte tan directa de ella forma parte de su encanto. Con todo, creo que trató al pobre George Brammersley de un modo que se fue de aquí con un terrible dolor de cabeza.
– Sí, bueno, es de imaginar la sorpresa de ella cuando escuchó las condiciones del testamento de su padre.
Pensó en su primer encuentro con Arabella, esa mañana, pero no dijo nada. Quizás esa hubiese sido la peor impresión.
– Bueno, en verdad, puede considerarse un progreso, Justin. Ya defiendes su fogosidad.
– ¿Fogosidad, dice? Es una pálida descripción del dramatismo de su hija. No, yo diría, más bien, que es enérgica y decidida y que, por añadidura, tiene la sensibilidad de una cabra sorda.
¿Qué podía replicar a eso?
8
A la mañana siguiente, Arabella descendió la escalinata del frente de Evesham Abbey sintiéndose deprimida. No era algo a lo que estuviese acostumbrada, y detestaba sentirse así. Había estado pensando en su situación durante horas, desde que despertó al amanecer, desde todos los ángulos que se le ocurrieron, y llegó a la conclusión de que no tenía nada de envidiable. Tenía que abandonar Evesham Abbey o casarse con el nuevo conde y eso, por supuesto, no era nada simple. En el fondo de sí, estaba segura de que no podría dejar su hogar. En lo que se refería al nuevo conde, no le gustaba, no le agradaba tenerlo cerca, hablar con él; en realidad, no quería que existiera, aunque sabía que tendría que casarse con él.