Se refrescó bien, y nada más entrar en casa experimentó el anhelo de oír la voz de Livia.
¿Que hacer? Decidió dejar a un lado el orgullo y la llamó.
– Ah, ¿eres tú? -dijo ella, que no pareció ni sorprenderse ni alegrarse. Es más, hablemos claro: estaba más bien antártica.
– ¿Qué tal fue el viaje de vuelta?
– Horrendo. Un calor insoportable, se estropeó el aire acondicionado del coche. Y después, cuando nos detuvimos en un restaurante de carretera pasado Grosseto, Bruno desapareció.
– Ese niño es que tiene una vocación…
– Por favor, no empieces a hacerte el gracioso.
– Era una simple constatación. ¿Dónde se había metido?
– Pasamos dos horas buscándolo. Se había escondido en la cabina de un Tir.
– ¿Y el conductor?
– No se había dado cuenta de nada, estaba durmiendo. Bueno, tengo que irme.
– ¿Adónde?
– Mi primo Massimiliano me espera abajo. Me has encontrado por pura casualidad; he venido a recoger unas cuantas cosas.
– ¿Dónde has estado?
– Con Guido y Laura en su villa.
– ¿Y ahora te vas?
– Sí, con Massimiliano. Vamos a hacer un pequeño crucero en su barco.
– ¿Cuántos seréis?
– Él y yo. Adiós.
– Adiós.
Pero ¿de dónde sacaba el dinero para mantener un yate el bueno del primo Massimiliano, que no trabajaba y se pasaba todo el santo día mirando las musarañas? Habría sido mejor no haber llamado.
Estaba a punto de salir de casa cuando sonó el teléfono.
– ¿Diga?
– ¡Por si fuera poco, eres un hombre que no respeta la palabra dada!
Era Livia, y estaba claro que tenía ganas de pelea.
– ¡¿Yo?!
– ¡Sí, tú!
– ¿Puedo saber cuándo no la he respetado?
– Me habías jurado que en verano no se cometen homicidios en Vigàta.
– Pero ¿cómo puedes decir una cosa semejante? ¡Jurado! Debí de decir, como mucho, que con el calor que hace en verano, los que tienen previsto cometer un asesinato prefieren dejarlo para el otoño.
– Pues entonces, ¿cómo es posible que Guido y Laura hayan compartido su cama con la víctima de un homicidio en pleno agosto?
– ¡Livia, no seas exagerada! ¡Compartir la cama!
– Bueno, casi.
– Escúchame bien. Ese homicidio se remonta al mes de octubre de hace seis años. ¿Octubre, comprendes? Lo cual significa, entre otras cosas, que mi teoría no era tan descabellada.
– Lo que importa para mí es que, por tu culpa…
– ¡¿Por mi culpa?! Si el querido diablillo de Bruno no hubiera cedido a la tentación de emular a Houdini…
– ¿Y ése quién era? -quiso saber Livia.
– Un célebre mago escapista. Si Bruno no hubiera ido a meterse bajo tierra, nadie se habría dado cuenta de que en el piso de abajo había un cadáver, y tus amigos podrían haber seguido disfrutando tranquilamente de sus sueños.
– Eres de un cinismo repugnante.
Y colgó.
Montalbano regresó a la comisaría cuando ya eran casi las seis.
Quería haber ido antes, pero al cruzar la puerta lo azotó una oleada de calor tan tremenda que decidió volver a entrar. Se desnudó, llenó la bañera de agua fría y permaneció dentro una hora.
– ¡Ah, dottori, dottori! ¡Lo encontré! ¡Hice la identificación!
Catarella, con los brazos separados y los dedos extendidos y separados, se ufanaba como un pavo.
– Ven al despacho.
Catarella lo siguió con una hoja de papel en la mano y una expresión tan radiante que casi parecía oírse en segundo plano la marcha triunfal de Aida.
8
Montalbano examinó la ficha que Catarella le había imprimido.
MORREALE Caterina, llamada Rina
hija de Giuseppe y de Francesca Dibetta
nacida en Vigàta el 3-7-1983
domiciliada en Vigàta, via Roma, 42
desaparecida el 12 de octubre de 1999
denuncia presentada por su padre con fecha del 13 de octubre de 1999
Estatura: 1,75
Cabello: Rubio
Ojos: Azules
Complexión: Delgada
Señas particulares: Pequeña cicatriz de intervención de apendicitis y dedo gordo del pie varo.
nota: Comunicado presentado por la comisaría de policía de Fiacca
Dejó a un lado la ficha con la foto y apoyó la cabeza entre las manos.
Degollada como un animal cualquiera, ni siquiera con el ritual de una oveja.
Ahora que había visto cómo era la chica, tuvo la certeza, vete tú a saber por qué, de que el doctor Pasquano tenía razón y, al mismo tiempo, estaba equivocado.
Tenía razón en lo que suponía acerca de cómo la habían matado, pero se equivocaba en cuanto al móvil. Pasquano había planteado la hipótesis de un chantaje, pero Rina Morreale, con aquellos ojos tan claros y serenos que tenía, jamás habría sido capaz de hacer chantaje.
Aunque hubiera accedido a hacer el amor con el hombre que más tarde la mataría, ¿era posible que lo hubiese seguido voluntariamente al piso ilegal oculto bajo tierra, al cual se accedía a través de una entrada estrecha e incluso peligrosa? Por si fuera poco, allí dentro debía de estar muy oscuro. ¿Acaso el asesino llevaba una linterna? Pero ¿es que no había otro sitio mejor? ¿No podían hacerlo dentro del coche? Pizzo era un lugar solitario y no habrían tenido ningún problema.
No; seguramente Rina Morreale había sido obligada por el asesino a entrar en lo que sería su tumba.
Catarella se había puesto a su lado para contemplar la fotografía de la chica. Quizá antes no le había prestado demasiada atención.
– ¡Qué guapa era! -murmuró emocionado.
La foto correspondía a las señas particulares y mostraba a una muchacha de insólita belleza, incluso tenía un cuello que parecía pintado por Botticelli.
O sea, que ya no era necesario realizar más investigaciones, sólo quedaba avisar a la familia para que alguien se trasladara a Montelusa y efectuara el reconocimiento.
Montalbano sintió que se le encogía el corazón.
– ¡Qué guapa era! -repitió en voz baja Catarella.
El comisario levantó la vista y lo sorprendió girado ciento ochenta grados, enjugándose los ojos con la manga del uniforme.
Mejor cambiar inmediatamente de tema.
– ¿Ha vuelto Fazio?
– Sí, siñor.
– ¿Me lo mandas aquí?
Cuando entró, Fazio también sujetaba una hoja de papel.
– Catarella me ha dicho que la chica ha sido identificada. ¿Puedo verla?
Montalbano le entregó la ficha, Fazio la miró y se la devolvió.
– Pobrecita.
– Cuando lo pillemos, porque vamos a pillarlo, eso seguro, le parto la cara -dijo el comisario sin la menor inflexión en la voz. Luego se le ocurrió una idea-. ¿Cómo es posible que los padres de la chica denunciaran la desaparición en la comisaría de Fiacca?
– No lo entiendo, dottore, a pesar de que en aquel período se había planteado la cuestión de la interacción entre las distintas comisarías sin claras jurisdicciones territoriales. ¿Recuerda el follón que se armó?
– Vaya si lo recuerdo. Teniendo que encargarnos de todo, no nos encargábamos de nada. En cualquier caso, no olvidemos preguntárselo a los familiares.
– Por cierto, ¿quién los avisa?
– Tú. Pero primero comunícaselo a Tommaseo. Es más, hazlo ahora mismo desde aquí, así nos quitamos este problema de en medio.
Fazio habló con el fiscal, el cual pidió que le enviaran la ficha por correo electrónico. Porque, antes de avisar a la familia, quería hablar con el doctor Pasquano y confirmar la identificación.