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La autopsia ha revelado que los restos pertenecen sin ninguna duda a un joven y que su muerte se remonta a no menos de cinco años.

– Esa caída del tren no me convence -dijo Fazio.

– A mí tampoco. Según la policía, Ralf se levantó para ir a hacer sus necesidades. ¿Y va desnudo? ¿Y si hubiera encontrado a alguien por el pasillo?

– ¿Usía qué piensa?

– Pues no sé, todo son cosas muy confusas; jamás tendremos una prueba, una confirmación. Quizá Ralf había visto a alguna pasajera jovencita y decidió, tal como nos ha contado Dipasquale que solía hacer, ir a abrazarla en pelotas. Y quizá un marido, un padre o un novio lo arrojó por la ventanilla.

– Me parece muy descabellado.

– Puede haber otra explicación. Un suicidio.

– Pero ¿por qué?

– Hagamos una hipótesis partiendo del hecho de que la tarde del doce de octubre, según Dipasquale, Angelo Speciale y su hijastro se quedaron solos en Pizzo. Supongamos que Angelo decide disfrutar de la puesta de sol en la terraza mientras que Ralf se va a dar un paseo hacia la casa de los Morreale. Recuerda que Dipasquale nos ha contado que una vez Ralf intentó atrapar a Rina. La encuentra por casualidad y esa vez no quiere dejarla escapar. La amenaza con una navaja y la obliga a seguirlo al apartamento subterráneo. Y allí ocurre la tragedia. Ralf empaqueta a la chica, la introduce en el baúl, recoge su ropa, la esconde en el chalet y después sale a la terraza para hacerle compañía a Angelo. Pero éste, tal vez el último día, descubre la ropa de la chica. Puede que se hubiera manchado de sangre mientras su hijastro la mataba.

– Pero ¿no la había obligado a desnudarse?

– No lo sabemos, igual la desnudó después. Para hacer lo que quería hacer, no era necesario que la chica estuviese completamente desnuda.

– ¿Y cómo termina la cosa?

– Termina con que Angelo, durante el viaje en tren, obliga a Ralf a confesar el crimen. Y tras haber confesado, el chico se mata arrojándose del tren. Si quieres, puedo ofrecer una variante.

– ¿Cuál?

– La de que Angelo lo arroja del tren para matar al monstruo.

– ¡Qué exageraciones, dottore!

– Sea como sea, recuerda que la señora Gudrun escribe que, cuando el marido regresó a Colonia, ya no parecía el mismo hombre de antes. Por consiguiente, algo debió de sucederle.

– ¿Cómo que algo? ¡Al pobre le sucedió que al despertar por la mañana en el coche cama ya no encontró a su hijastro!

– En resumen, tú a Speciale no lo ves como un asesino.

– Francamente no.

– Pero mira que en las tragedias griegas…

– Dottore, aquí estamos en Vigàta y no en Grecia.

– Dime la verdad: ¿te gusta o no como historia?

– Me parece buena para la televisión.

12

El día había sido muy largo y lo habían alargado todavía más los ardores de agosto. Montalbano se sentía un poco cansado, pero no había perdido el apetito.

Cuando abrió el horno, se decepcionó porque no había nada, pero en la nevera encontró una especie de ensalada de calamares, apio, tomate y zanahoria que sólo había que aliñar con aceite y limón. Adelina le había preparado precisamente un plato para comer frío.

En la galería soplaba un airecillo recién nacido que carecía de fuerza para desplazar la masa compacta del bochorno, que al principio de la noche todavía perduraba, pero mejor aquello que nada.

Se quitó la ropa, se puso el bañador y corrió a lanzarse al mar. Se dio un buen chapuzón con amplias y lentas brazadas. Después regresó a la orilla, entró en casa, dispuso la mesa en la galería, comió, y como todavía le quedaba apetito, se preparó un platito con diversas clases de aceitunas, y un queso caciocavallo que pedía, mejor dicho, exigía vino del bueno.

En la galería el aire había pasado de la infancia a la adolescencia, y se notaba.

Decidió aprovechar el momento favorable en que los pensamientos no se le atascaban por culpa del calor para reflexionar acerca de la investigación que tenía entre manos. Retiró platos, cubiertos y vasos y cogió unas hojas.

Como no le gustaba tomar apuntes, decidió escribirse una carta a sí mismo, tal como hacía algunas veces.

Querido Montalbano:

Me veo obligado a constatar que, ya sea por un principio de chochera senil ya sea por el tremendo bochorno de estos días, tus pensamientos han perdido brillo, se han vuelto bastante opacos y se mueven a cámara lenta. Tú mismo has podido advertirlo en el transcurso de tu diálogo con el doctor Pasquano, que él ha ganado ampliamente por puntos.

Pasquano ha planteado dos hipótesis a propósito del hecho de que el asesino se llevara la ropa de la chica. Uno, fue un gesto irracional; dos, el asesino se la llevó porque es un fetichista. Son hipótesis posibles.

Pero puede haber una tercera. Se te ha ocurrido hoy mientras hablabas con Fazio, y es la de que el asesino se llevó la ropa porque estaba manchada de sangre. Manchada con la sangre que brotó de la garganta de la chica mientras la mataba.

Pero las cosas pueden haber seguido un curso distinto. Hay que dar un paso atrás.

Tanto cuando tú descubriste el cadáver como cuando se lo hiciste descubrir oficialmente a Callara, no viste la enorme mancha de sangre cerca de la puerta cristalera, y no la viste por la simple razón de que no resultaba visible a simple vista. Los de la Científica, en cambio, se dieron cuenta porque utilizaron luminol.

Si el asesino hubiera dejado la enorme mancha tal como se había formado en el suelo, algún resto de sangre seca habría quedado en las baldosas, incluso después de seis años. Pero, en cambio, no se veía nada.

¿Eso qué significa?

Significa que el hombre, tras matar a la chica, tras empaquetarla e introducirla en el baúl, utilizó su ropa para limpiar, aunque fuese de manera superficial, la mancha de sangre. Utilizó la ropa humedeciéndola con agua porque los grifos funcionaban. Y después la colocó en una bolsa de plástico que encontró en el lugar o que él ya llevaba.

Ahora la pregunta es la siguiente: ¿por qué no se deshizo de la ropa arrojando la bolsa sobre el cadáver?

Respuesta: porque para hacerlo habría tenido que volver a abrir el baúl.

Y ese gesto le resultaba imposible porque habría significado echarse de nuevo a la cara un hecho, una realidad que ya había empezado a apartar de su mente. Tiene razón Pasquano: ocultó el cadáver para no verlo él, no para que no lo viéramos nosotros.

Hay otra pregunta importante. Ya se ha formulado, pero es bueno repetirla: ¿era necesario matar a la chica? ¿Y por qué?

En cuanto al porqué, Pasquano ha apuntado la posibilidad de un chantaje o un arrebato provocado por un violento estallido de rabia debido a la impotencia.

Mi respuesta es que sí era necesario, pero por una sola razón y completamente distinta. Y es ésta: la muchacha conocía muy bien a su agresor.

El asesino debió de obligarla a seguirlo al apartamento subterráneo, pero una vez allí, su destino ya estaba marcado. Porque si el hombre hubiera respetado su vida, ella seguramente lo habría denunciado por violación o intento de violación. Por consiguiente, cuando el asesino la llevó al apartamento ilegal, ya sabía que, aparte de violarla, también tendría que matarla. A este respecto ya no cabe ninguna duda a estas alturas. Homicidio premeditado.

A continuación viene la madre de todas las preguntas: ¿quién es el asesino? Hay que actuar por eliminación.

Spitaleri seguro que no puede ser. Aunque te resulte antipático, aunque trates de joderlo por otro asunto, hay un dato incontrovertible: la tarde del 12 de octubre no estaba en Pizzo, sino en el aire, rumbo a Bangkok. Además, para los gustos de Spitaleri una chica de la edad de Rina ya era demasiado mayor.

Miccichè tiene una coartada: pasó la tarde en el hospital de Montelusa. Puedes comprobarlo si quieres, pero es perder el tiempo.