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Con su fingido te quiero, con su fingida pasión, con su fingido temor, había ido conduciéndolo paso a paso hasta donde ella quería llegar. Había sido un títere en sus manos.

Todo una comedia, todo una ficción.

Y él, viejo, deslumbrado por la belleza, perdido detrás de aquella juventud que lo embriagaba, había caído como un chiquillo a sus cincuenta y cinco años cumplidos.

Nadaba y lloraba.

Andrea Camilleri

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