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Notó que la voz le temblaba pero no quiso dejarse llevar:

– De algún modo les llegó la noticia de que iba a caer por Playa Bonita alguien con una cámara y un pretexto cualquiera con la misión de perjudicarlos, sabotear el negocio. Inclusive supongo que sabían que lo mandaba Romero. Eran datos tal vez difusos pero alcanzaban: llega tan poca gente con esas características a Playa Bonita… Y usted debe haber dado la alarma a su gente desde Mar del Plata el viernes pasado: hay alguien que va para allá.

– ¿Qué quiere demostrar?

– Lo peor, Hutton. Usted me lo confirma cuando aparece el mismo sábado a la noche, apurado, desde Mar del Plata y con los otros monos. Vienen a jugar al pato pero también están esperando a alguien. Usted habló de un “amigo que venía de Buenos Aires”. El único que había allí era yo pero no podía ser… No daba el tipo. La confirmación de que ya estaba el espía o lo que fuera en Playa Bonita la dio el imbécil del Baba, que lo había visto a Sergio merodear por el Atlantic el sábado a la mañana y lo intimidó. Usted no tuvo dudas de que era ése. Entonces decidieron sondearlo por las buenas. El domingo lo fueron a buscar al motel, lo pasearon, le tiraron la lengua y no quedaron convencidos de qué buscaba. Entonces casi lo arrastraron a la tarde a la estancia, pero antes, con un llamado anterior, lo sacaron de la habitación y aprovecharon para revisarle todo… Para eso estaban arreglados con los tipos de Los Pinos, amigos del Baba, de Brunetti y suyos también.

Willy lo había estado escuchando con suma atención, sin que se le moviera un músculo. Todo parecía atravesar su semblante sin dejar huellas. Pero ahora saltó:

– No mezclemos… ¡No mezclemos! -gritó dando un golpe en el volante-. Yo nada tengo que ver con esa gente, lo que hace o lo que trama… Es cierta la sospecha. Inclusive es cierto lo que sigue: le sacamos la cámara al pendejo y le quitamos todos sus rollos también; el que llevaba y los que tenía en la pieza. Pero nada más. Yo lo puse en pedo, le tiré la lengua y cuando vi que no pasaba nada con él lo mandé de vuelta a Playa Bonita con una estampilla en el culo. No había problemas con él, no volví a verlo hasta que me lo metieron en la congeladora del hotel… Se ahogó. Listo.

– No se ahogó: lo mataron.

– No tengo nada que ver.

– Creo que sí; sus cómplices, sus ayudantes se asustaron cuando el pibe tocó algo, descubrió algo sin querer… ¿No se le ocurre nada?

– No.

– La droga, Willy. Saltó la droga.

– No sé de qué me habla.

Y parecía sincero el hijo de puta. Usaba el repertorio más convencional del asombro para salir del asunto, salvar la ropa, decir hasta ahí nomás.

– Sabe. Y con eso basta para ensuciarlo, por lo menos… Claro que se cree seguro: los directamente implicados, Brunetti y el Baba, están muertos. Uno, por una cuestión de minas; el otro, en un presunto accidente después de que precisamente usted, el asesino, apareció como su salvador. Se cree cubierto, Willy, pero hay muchas puntas sueltas todavía, y algunas alcanzan para atarlo a usted.

– Me extraña esa teoría de la droga… ¿Dónde está? ¿Quién la vio? ¿Me vio pinta de drogón a mí?

Etchenike asintió pero no se detuvo en eso. Le interesaba seguir adelante en su razonamiento, en la reconstrucción hasta llegar a un punto que estaba todavía lejano.

– Estas cadenas de complicidades siempre tienen eslabones más débiles, flacos: la gorda Beba fue el eslabón flaco. Ella fue la que hizo saltar todo, armó un despelote, mezcló lo que venía separado. Con la llegada del oficial Brunetti había cocaína en Playa Bonita y la gorda fue a buscar. Supongo que bancaba una mini distribución. Pero como siempre, no tenía un mango. Beba toma mucho y no hay guita que le alcance… De ese modo Brunetti, que se la cogía, la tenía agarrada; los vi en la playa el domingo y me impresionó ella: estaba totalmente dada vuelta, y cuando estaba así era capaz de cualquier cosa. Eso la perdió y los perdió a todos.

– Esto es mucho para mí. Ni siquiera conozco a esa mujer.

– Yo creo que tampoco. Al menos, no del todo… -Etchenike tuvo la imagen del Mojarrita disparándose apresuradamente en la sien-. Porque fue ella la que desencadenó el desastre el domingo a la noche. Llovía, se había suspendido la inauguración de Mojarrita. Algañaraz, que iba a ser el escribano, estaba ahí, porque lo había traído de vuelta María Eva desde la estancia y ni siquiera había pasado por el motel y estaba bastante en pedo… Entonces a Beba se le ocurrió, como otras veces, ir a coger al Atlantic. Seguramente pensó que Brunetti estaba en el Flamingo o en otro lado, si no, no se hubiera animado a meterlo allí sin avisar. Y al pibe le encantó la idea. Por algo Mojarrita la anduvo buscando. Sabía. Pero ya no estaban. Llegaron a eso de las diez… Después Beba diría que fueron al cine… No es cierto: el Polaco puede atestiguar que no entraron al cine: fueron al hotel, como solía ir Beba a veces, con la complicidad de su hermana, la mujer del Baba. Había piezas y droga de sobra ahí… Y al pibe, borracho, la idea le gustó: podía salvar la nota cuando creía que todo estaba perdido, inclusive su cámara…

– Espere.

– ¿Qué pasa?

Hutton puso en marcha el Mercedes parsimoniosamente. Pero no lo movió. Miró su reloj. Era casi un árbitro de fútbol en el momento de indicar los minutos de descuento, el alargue, el plazo último y definitivo que podía conceder:

– Ya es una novela, Etchenike… Nadie puede creer eso. No hay pruebas, todos los protagonistas están muertos y usted puede inventar lo que quiera. Pero ¿qué validez tiene? -resopló, en el límite de su paciencia-. Yo fui claro y breve con usted: quiero esas fotos. No me importa esta historia.

– Y precisamente esta parte que viene es la más floja -dijo el veterano, obstinado-. No sé exactamente cómo sigue -prosiguió-. Pero va a ver que es importante: quién sabe qué pasó esa noche en el Hotel Atlantic durante la proyección de Piso de soltero y la primera parte de Veracruz. Pero estoy seguro de que el pibe murió ahí. Tal vez abrió una puerta y vio algo, tal vez escuchó lo que no debía… Probablemente fue el Baba, tan animal. Un golpe en la cabeza y listo. Después tuvieron que deshacerse del cadáver. Le sacaron todas las cosas, lo llevaron en la noche mar adentro en el bote y lo tiraron por la borda. Tal vez esperaban que no apareciera, tal vez querían que apareciera como apareció… Recién entonces inventaron la versión que recitó la Beba y que me demostraron que es imposible.

Lo que vino después fue una locura mayor, propia de débiles mentales: a Cacho lo balea Brunetti, que andaba con el trabuco del Baba y se decía en Mar del Plata, cuando supo que había estado conmigo. Ellos sabían que Cacho había estado con Beba después del crimen y que su testimonio podía echar a perder todo. De paso, distraía la atención hacia algo que aparentemente no tenía nada que ver. Y el final es tragicómico: el Baba intenta silenciar al Mojarrita para que no deschave lo que sospecha que le quieren endilgar a la Beba. Pero ahí se nota la mano de Brunetti, el más capaz, que los manda al frente, primero a una y después al otro… Inclusive, con su complicidad, Hutton, consiguió un testigo que dijera que era Beba la que había disparado contra Cacho… Muerto el Mojarrita, sólo le quedaba entregar a la Beba. Era su palabra y su investidura contra el testimonio espontáneo y la casi autoconfesión de una mina que era puta y adicta, una piltrafa… Pero salió mal. Apareció un loco enamorado y como el león sordo del cuento del misionero y el violín, se acabó la diversión.

Había terminado.

Willy Hutton parecía tan aturdido como el que encara una lectura por un rato y el relato aventurero lo atrapa y no puede dejar de leer por horas hasta el final que lo encuentra cansado, dolorido, agotado y feliz como después de hacer el amor. Menos feliz, todos los adjetivos le cabían a Willy Hutton.