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Etchenike se puso de pie y caminó hacia la ventana, aunque lejos de ella. Él también miraba la noche.

– En los casos de extorsión -dijo hablando bajo, como dirigiéndose a la ciudad que se extendía, no a sus pies sino agazapada, ahí abajo-, todas las variantes son posibles entre víctimas y victimarios. Pero este episodio me ha mostrado aspectos que desconocía; es necesaria una lealtad muy firme para poder afrontar una extorsión exitosa. No hay éxito sin lealtad… Por eso, cuando descubrí el plan de extorsionar a alguien con las fotos de Forlán y usted, vi que era tan burdo que no se me ocurría quién podía “comprar” una idea tan descabellada, riesgosa y estúpida. Enseguida desdeñé a Romero, Silguero y Toledo; después llegué a Forlán y me quedé un instante con él… Ahora, ya no estoy tan seguro.

Etchenike se acercó a María Eva y la tomó sorpresivamente del brazo:

– Sólo estaba claro el medio de extorsión, Evita… -dijo burlón-; las fotos. ¿Quién iba a ser extorsionado? ¿Quiénes iban a ser los extorsionadores? Había varios superpuestos en cada rubro. Sólo una persona parecía libre de toda sospecha: el objeto de extorsión, usted, señorita…

La condujo serena y firmemente al sillón, la sentó, apartó el bastón de su brazo y se lo llevó él, de paseo por la habitación.

– Hasta que me di cuenta que usted podía tener buenos motivos, Evita.

– Hijo de puta -dijo ella desde el sillón, masticando el insulto en voz baja.

– Es largo pero simple: usted le dio la idea a Forlán, con quien ya intimaba, y Forlán se la vendió a Romero y compañía como propia… Pero para eso necesitaban que el que hiciera el trabajo sucio fuera alguien ajeno a ese guiso de intereses mezclados, y ahí aparezco yo, elegido de la guía telefónica por el subalterno Silguero. Pero era muy ingenuo pensar que el negocio se lo iban a regalar, usted y Forlán, a Romero y compañía a través de Silguero, sin decirles que usted misma estaba en el asunto…

Etchenike levantó el bastón y le apuntó mientras hablaba:

– Estaba prevista una clara operación: Forlán sabía quién era el alcahuete, es decir, yo; por Silguero. Y Forlán se lo dijo a usted. Es decir que tenían plena conciencia de lo que estaba pasando detrás de la ventana mientras cogían. Fue una verdadera y lenta puesta en escena para que yo entrara.

– Todavía está a tiempo de callarse -casi murmuró ella, rabiosa.

El veterano se acercó hasta sentarse en el otro extremo del sillón. Seguía jugando con el bastón.

– Está bien: no saldrá de aquí lo que diga. No me importa, además… Pero a lo que iba es a una variante imprevisible para mí y tal vez para usted: Willy llegó a saber algo del plan. Lo elementaclass="underline" un fotógrafo iba a aparecer por Playa Bonita para fisgonear. Sólo usted le podría haber dado esa información. En un primer momento pensé en una infidencia de Toledo, pero es demasiado boludo para eso… Entonces quedaba usted. No sé cómo fue: tal vez él conocía la relación con Forlán y sospechó algo; tal vez oyó una conversación… No lo sé. Lo que sí sé es con qué frialdad manejó ese providencial equívoco con Sergio Algañaraz. Con tal de no quedar en evidencia y seguir su plan dejó que los Hutton creyeran que era Sergio el hombre… Y Sergio murió. Lo asesinaron, Evita.

– No me llame así… Así me nombra él.

– Sí, su padre la nombraba así. No se lo merece -dijo Etchenike con odio repentino-. Lo que sí se merecía es que se les complicara todo el plan que habían pensado tan bien con Forlán: dejarse fotografiar y después ustedes mismos apoderarse del rollo sin darse a conocer. Con las fotos en su poder, podrían presionar en los dos sentidos: a Willy y -falsamente- a usted misma a través de la vieja Julia, que no querría bancar a Willy si se enteraba que era así como “cuidaba” a su sobrinita… Y apretar también al Lobo, que había dejado pruebas evidentes de estar involucrado en el intento de extorsión… Pero algo anduvo mal.

Ella había quedado rígida, anonadada, aparentemente sin respuesta. Pero de pronto reaccionó:

– ¿Qué va a decir? ¿Qué va a inventar?

– Nada. Sólo lo que vi: las manchas de café en las botamangas de Forlán, caído junto al auto en el camino de tierra…

Creyó que iba a saltar sobre él pero no podía:

– ¡Basta! -gritó.

– Eso fue lo que me permitió descubrir el plan de ustedes y al mismo tiempo tener la evidencia de que algo había andado mal -prosiguió Etchenike-. Cuando usted me llevó a Playa Bonita nos cruzamos con Forlán que acababa de robar la cámara y los rollos y se iba. ¿Acá, a Mar del Plata? No lo sé. Pero no era lo convenido, porque usted me dejó y salió tras él. A partir de acá son hipótesis, todas desagradables. Me imagino que Forlán quiso esquivarla y en lugar de seguir por la ruta, ya que su Renault era más rápido, se metió en un camino lateral. Pero calculó mal. El polvo levantado y algún detalle como que el auto prácticamente se veía desde la ruta hicieron que lo encontrara enseguida. O tal vez habían acordado una cita allí, pero lo dudo…

Etchenike volvió a ponerse de pie y a enarbolar el bastón, golpear el piso con énfasis:

– Y ahí discutieron, Evita… Tal vez él quiso hacer el negocio solo. Tal vez usted no quiso tener más cómplices y asegurarse… La cuestión es que con un revólver de los míos, que Willy le dio para que los trajera a El Naufragio, lo baleó por la espalda…

– ¡No es cierto eso! ¡Hijo de puta, no puede probar eso!

– Después fue al auto, le arrebató mi cámara Konica y mis rollos y se los trajo…

– ¡No! ¡Yo no los tengo! ¡Los rollos no estaban ahí!

– Bien, lo acaba de decir… Eso es todo lo que quiero, Evita -concluyó Etchenike que no la oía pese a los gritos, pensaba no oírla-. Ya me han pagado por ellos y tengo un compromiso con su tío Willy… Yo sé que usted lo odia, pero en estas circunstancias…

– ¡No! ¡Willy, no!

– Sí, lamentablemente sí.

Otra voz. Una voz de hombre.

El mismísimo estanciero estaba allí. Había aparecido en el marco de la puerta abierta de repente, la misma que María Eva había mirado reiteradamente con desesperación. Y sin duda que hacía rato que estaba allí. Tal vez desde antes de la llegada de Etchenike; seguro que desde antes, cuando había hecho llorar a María Eva…

– ¡No lo creas, Willy! -se deshizo ella.

– No lo creo. Lo sé; ahora lo sé.

Willy Hutton avanzó con un arma liviana, el mismo revólver que había pedido al capataz para sacrificar al pony, pensó Etchenike, y se enfrentó con éclass="underline"

– Lo felicito. Lo he estado escuchando… Supuse que iba a ser interesante desde el momento que ella me dijo que vendría por acá… Y es usted muy hábiclass="underline" consiguió sacarla de sus casillas. Y consiguió esta tarde sacarle el cuerpo a las balas de la gente de Romero -sonrió, meneó la cabeza con admiración excesiva-. Si todo anda bien y aparecen esas fotos, nos vemos mañana, tal cual lo convenido.

– ¡No hay fotos, Willy! ¡No hay!

– Con permiso…

El estanciero se dio vuelta y dirigió su atención y su revólver hacia María Eva.

– Querida sobrina, te has revelado como una verdadera Hutton: cojones, sagacidad y sangre fría… Claro que hay otras cosas que te vienen también por sangre: mostraste la hilacha. Sos una hija de puta resentida como los Ludueña.

– ¡No toques a mi padre! -y ella se arrastraba por el sillón hasta el bastón, se incorporaba-. ¡Basta de usar a mi padre!

En ese momento sonó el timbre. Etchenike miró el reloj:

– Es Forlán -dijo fuerte y seguro.

Hutton no entendió enseguida. María Eva reaccionó lentamente:

– Forlán está muerto -dijo con un resto de voz.

– No. Usted se asustó después de haberlo baleado y lo creyó muerto. Pero no se acercó a verificarlo. No había huellas del bastón junto al cuerpo caído. Estaba malherido, inconsciente, cuando lo llevé a la policía.