Выбрать главу

– Debes hacerlo -lo apremió Sabrina-. Por favor, escúchame. Tienes que verlo. Si te niegas, todos sabrán que te sigue doliendo que le rechazara. Tu pueblo lo tomará como una venganza. Un buen gobernante no debe dar esa imagen. No tienes más remedio que verlo. No permitas que vea que todavía te afecta.

– No me afecta. Nunca me ha afectado – aseguró Kardal.

– Te afecta y mucho. Por eso estás tan enfadado -insistió Sabrina-. Digas lo que digas, sigue siendo tu padre.

Kardal la miró con hostilidad. Poco a poco, sin embargo, su expresión se dulcificó.

– No eres como creía -comentó.

– Sé lo que pensabas de mí antes de conocerme, así que tampoco es un gran halago – bromeó Sabrina para relajar la tensión.

– Tómalo como tal -Kardal le acarició una mejilla-. Tengo que pensar en lo que dices. Es un consejo acertado y no voy a descartarlo porque proceda de una mujer.

– Gracias -murmuró Sabrina con ironía.

Sabía que Kardal estaba hablando en serio. Podía ser que hubiese estudiado en Occidente, pero estaba claro que la arena del desierto corría por sus venas. La sacaba de quicio.

Lo peor de todo era que no estaba segura de si quería que Kardal cambiara.

Capitulo 8

LA MAÑANA siguiente, el ayudante de Kardal, Bilal, llamó a su puerta y entró para anunciarle que la princesa Cala quería verlo. Kardal dudó. Por primera vez en su vida, no quería ver a su madre. Se había pasado casi toda la noche intentando olvidar lo que esta le había dicho. Había invitado al rey Givon.

Asintió con la cabeza y le indicó al joven ayudante que la hiciera pasar.

Cala entró en el despacho. Llevaba unos vaqueros y una camiseta, de modo que parecía más una adolescente occidental que una madre de casi cincuenta años.

– Creía que te negarías a verme -dijo ella mientras se sentaba frente a Kardal-. Anoche estabas de muy disgustado

¿Disgustado?

Está claro que estabas disgustado conmigo y con la situación -Cala se encogió de hombros.

– ¿Con la situación?

– ¿Vas a repetir todo lo que diga?

– No – Kardal apoyó las manos sobre la mesa. ¿Cómo explicar lo que sentía? ¿Por qué tenía que hacerlo?, ¿Acaso no debía entenderlo su madre?

– Me cayó bien Sabrina -comentó Cala, cambiando de conversación-. Es muy agradable.

– Sí, a mí también me tiene sorprendido – respondió Kardal-. Aunque no sé sí la llamaría agradable.

– ¿Cómo la llamarías entonces?

– Valiente, inteligente.

Kardal pensó en el consejo que Sabrina le había dado la noche anterior. Que no podía negarse a ver a Givon porque sería una señal de que le importaba. Lo cual no era verdad. Porque hacía tiempo que su padre le daba igual.

– Sospechaba que tendríais bastantes cosas en común. Me alegra comprobar que es cierto -comentó Cala-. ¿Has decidido ya si casarte con ella?

– No -respondió Kardal. Aunque debía reconocer que la idea de tener a Sabrina por esposa le resultaba menos perturbadora que antes-. Es testaruda y todavía tiene mucho que aprender.

– Igual que tú -replicó Cala-. De verdad, a veces eres un estúpido. Mira que intenté inculcarte que las mujeres eran iguales a los hombres.

– No recuerdo esa lección -Kardal enarcó las cejas.

– Claro que no -Cala suspiró – Oye, siento que estés enfadado por la visita de Givon. Confiaba en que estarías dispuesto a hablar ahora que eres mayor.

– No tengo nada que decir sobre este tema.

– ¿Y si resulta que yo sí tengo algo que decir?

– No puede ser importante.

– Me sacas de quicio cuando te pones así – Cala se levantó-. Dices que Sabrina es testaruda, pero tú eres mucho peor. Ni siquiera me has preguntado por qué.

– ¿Por qué qué?

– Por qué nos visita después de tanto tiempo.

Kardal no quería saberlo, pero tampoco quería decirle tal cosa a su madre. Así que se limitó a quedarse callado.

– Se lo pedí yo -dijo Cala-. Se alejó de nosotros porque le dije que no era bienvenido en la ciudad. El mes pasado le envié un mensaje para que nos visitara

– ¿Para qué? -preguntó Kardal-. ¿Después de lo que te hizo?

– Te he dicho mil veces que hay cosas que desconoces. Lo he invitado porque ya es hora de que nos olvidemos de lo que ocurrió.

– Jamás. Jamás lo perdonaré -aseguró Kardal.

– Tienes que hacerlo. No fue todo por su culpa. Si hicieras el favor de escucharme…

– Lo siento, madre, tengo mucho trabajo – dijo él y encendió el ordenador.

Cala se quedó indecisa un minuto o dos antes de salir del despacho. Kardal siguió con la vista clavada en la pantalla del ordenador. Luego maldijo, se levantó y salió también.

Sabrina consultó el diccionario y devolvió la atención al texto que tenía sobre la mesita. El bahano antiguo era una lengua complicada de por sí. Si la caligrafía era enrevesada, la misión se hacía casi imposible.

Agarró una lupa, apartó un poco de polvo del papel y trató de distinguir si aquella letra era una t o una r. Tal vez…

La puerta se abrió de golpe y Kardal irrumpió en su habitación. Se quitó el manto, lo lanzó sobre la cama y se acercó a Sabrina.

¿Qué haces? -le preguntó en tono inquisitivo

Intentando leer este texto -contestó ella tras soltar la lupa y quitarse los guantes que se había puesto para proteger el papel-. Sin mucho éxito. Sé que va de camellos, pero no acierto a averiguar si es una factura o una lista de recomendaciones sobre cómo cuidarlos.

– ¿Y qué importancia tiene?

– Importa porque es un documento antiguo que ayuda a explicarnos cómo era la vida en el pasado. Pero no creo que hayas venido a verme por eso. ¿Qué te pasa?

Kardal hizo un aspaviento y caminó hasta la ventana. Una vez allí, miró hacia el desierto.

– ¿En qué estaba pensando mi madre?, ¿Cómo se le ha ocurrido invitarlo?

Sabrina deseó poder hacer algo para aliviar la angustia de Kardal. Por los rumores que le habían llegado, era un gobernante sabio y respetado. Pero en lo concerniente a su padre, estaba tan confundido como cualquier persona.

– ¿Qué te molesta más? -preguntó Sabrina tras dejar el diccionario sobre la mesita-. ¿Que venga o que tu madre lo haya invitado?

– No lo sé. Hace treinta y un años. No lo he visto nunca. ¿Qué se supone que tengo que hacer?

– Fingir que se trata de una visita diplomática como otra cualquiera. Ofrecerle una cena fabulosa, charlar sobre la actualidad y no dejar le ver que te importa.

– No me importa -contestó de inmediato Kardal.

A ella le entraron ganas de abrazarlo, pero ignoraba cómo reaccionaría Kardal si intentaba consolarlo. Además, estar en contacto con él la ponía nerviosa. Así que fue hacia su pupitre y sacó un bolígrafo y un folio de un cajón.

– Necesitamos un plan -afirmó Sabrina-. Lo de la cena fantástica lo digo en serio. ¿Qué más podéis hacer mientras esté aquí?, ¿enseñarle el castillo? Hace treinta y un años, ¿no? Seguro que ha habido cambios.

– Lo hemos modernizado -reconoció Kardal mientras se acercaba al pupitre.

– Muy bien: punto uno de la agenda, cenar. Punto dos, visita guiada por el castillo. Rafe se encargará de la vigilancia.

Kardal se sentó frente a Sabrina.

– Las fuerzas aéreas -dijo de pronto.

– ¿Perdón? -preguntó desconcertada ella.

– Las fuerzas aéreas -repitió Kardal-. Esa es la misión principal de Rafe. Colabora con otro estadounidense residente en Bahania. En los últimos años se ha hecho patente la necesidad de una vigilancia mayor que la que pueden ofrecer los nómadas. Necesitarnos aviones que sobrevuelen la zona. Rafe y Jason Templeton tienen experiencia militar. Tu padre y yo los contratamos para crear una fuerza aéreo conjunta.

¿De veras? -preguntó anonadada Sabrina ¿Vais a introducir presencia militar en la Ciudad de los Ladrones? ¿Mi padre también?