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Tenemos recursos muy valiosos que proteger. No solo petróleo. Se está haciendo una explotación indebida de los minerales. Mi abuelo era un hombre sabio en muchos sentidos pero no apostaba por la tecnología. Yo tengo otro punto de vista. -Ya veo. Pensándolo bien, la idea de proteger el país tenía su lógica, pensó Sabrina. Tanto Bahania como El Bahar habían permanecido neutrales en la medida de lo posible durante siglos, pero había situaciones conflictivas en las que hacía falta recurrir a la fuerza. O protegerse al menos.

– ¿Y El Bahar?, ¿Piensan participar en este plan de defensa?

– Hassan quiere invitar a Givon, pero yo me he opuesto -Kardal arrugó la nariz-. Ahora que mi padre va a venir, me temo que tendré que ceder.

– Mejor así. En caso de guerra, los tres reinos estarán más seguros si forman un frente unido.

– Quizá -rezongó Kardal-. Sí, claro que sí. Pero de momento preferiría seguir siendo terco.

– Al menos lo reconoces.

Estaban sentados más cerca de lo que Sabrina había pensado en un primer momento. Miró la boca de Kardal y recordó la presión de sus labios sobre los de ella. No había vuelto a intentar besarla. ¿Se habría quedado insatisfecho?, ¿Estaría enfadado por haber puesto fin al beso dándole un empujón?

Pero no iba a conseguir respuesta a sus dudas. No estaba dispuesta a formularlas y Kardal no parecía que fuese a aclarárselas por su cuenta. De modo que lo mejor sería volver a concentrarse en la cuestión que tenían entre manos.

– ¿Crees que Cala ha invitado a Givon por el tema de las fuerzas aéreas?, ¿Para obligarte a incluirlo en el plan de defensa?

– Puede. Mi madre no suele interferir en los asuntos de Estado, pero es una mujer de recursos. A menudo consulto su opinión.

– Pero no así esta vez.

– Exacto. En cualquier caso, tienes razón en lo de ofrecerle una buena cena al rey Givon -

Kardal tamborileó los dedos sobre la mesa-.Tengo que actuar como si se tratara de una visita diplomática más. ¿Te encargas de organizar la cena?

La sorprendió que delegara en ella. Su padre no solía encargarle que le organizara nada.

Sí, claro.

Le ordenaré al servicio que consulte contigo cualquier detalle.

– Prepararé un menú y te pediré que le des tu aprobación -dijo Sabrina. De pronto, se le ocurrió una idea-. Si te parece, podíamos rescatar algún tesoro de El Bahar para decorar el comedor y las dependencias del rey.

– ¿Para ponerle los dientes largos a Givon? -Kardal sonrió.

– Solo un poco.

– Empiezo a pensar que es agradable tenerte en mi bando, pero que no lo sería tanto tenerte como enemiga.

Sabrina hizo un par de comentarios más, anotó las conclusiones en el papel y dejó el bolígrafo.

– Kardal, tienes que estar preparado para este encuentro. Ver a tu padre va a ser mas dura que lo puedas imaginarte. Si no estás listo, solo podrás reaccionar a lo que sientas cuando lo veas.

– Lo sé. ¿Pero cómo se prepara uno para algo así? Me he imaginado este encuentro miles de veces, aunque en realidad no tenemos nada que decimos después de tanto tiempo.

– ¿Estás seguro? -lo presionó Sabrina-. ¿Seguro que no te gustaría decirle algo en concreto

– No sé – Kardal se recostó contra la silla-. Me rondan muchas preguntas, pero no sé si me importan las respuestas.

– ¿El rey Givon vendrá solo o con sus hijos? -preguntó entonces Sabrina.

– Mi madre no ha dicho nada de sus hijos -respondió inquieto-. Pero hablaré con ella para asegurarme y te haré saber la respuesta para lo que sea necesario.

– Gracias. Me aseguraré de habilitar tantas habitaciones como haga falta.

– Sus hijos -repitió Kardal-. Mis hermanastros. No los he visto nunca. Sé que están casados, tienen hijos. Mis sobrinos…

– Es una sensación extraña. Yo tengo cuatro hermanastros. Claro que los cuatro son hermanastros entre sí -comentó ella antes de echar un último vistazo a lo que había apuntado en el papel-. ¿Estás seguro de esto?, ¿No hay nadie mejor calificado que yo para encargarse de los preparativos?

– ¿No quieres ocuparte tú?

– Sí, claro que quiero. Pero no deseo cometer ningún error.

Kardal le rozó un brazo y fue como si una llamarada recorriese todo su cuerpo hasta el interior de sus muslos.

– Te quiero a ti.

Sabía a qué se refería. Quería que fuese ella la que se encargara de organizar la visita del rey Givon. Pero, por un instante, había interpretado su afirmación con un cariz distinto. Como si fuese algo personal. Sabrina se preguntó qué sentiría si Kardal le dijera algo así con intención romántica.

Pero no lo sabría nunca. Estaba prometida a un anciano de mal aliento. Tenía que preservar su virginidad como regalo para su futuro marido en la noche de bodas. Lo raro era no haber pensando nunca al respecto. No haber sentido la tentación de estar con un hombre. ¿Qué tenía Kardal de especial?

Llamaron a la puerta.

– Adelante -dijo Kardal.

Rafe entró en la habitación. Saludó a Sabrina con la cabeza y luego se dirigió hacia su superior:

– Ya casi es la hora de la conferencia.

– Organizar una flota de aviones no es cosa fácil -le dijo a Sabrina mientras se ponía de pie

– . Gracias por tu ayuda.

Entonces, en un gesto inesperado, se agachó y le rozó los labios con la boca. Desapareció antes de que Sabrina tuviera tiempo de abrir los ojos y preguntarse si la había besado de verdad. ¿Por qué lo había hecho?, se preguntó cuando consiguió levantarse de la silla. ¿Significaba algo? Sabía que podía tratarse de un movimiento reflejo, pero, por alguna razón, deseaba que el beso tuviese algún significado personal.

Con una mezcla de felicidad y confusión inexplicables, guardó el texto que había estado leyendo antes de que Kardal llegara. Pasaría la tarde preparando la visita del rey. Necesitaría recorrer las habitaciones de invitados y elegir una para el rey Givon. Para lo cual tendría que hablar con la princesa Cala.

Sabrina se preguntó por qué habría invitado al rey Givon a la Ciudad de los Ladrones después de tanto tiempo. ¿Qué pensaría del hombre que la había seducido cuando apenas tenía dieciocho años? El rey habría actuado de acuerdo con la tradición, pero Cala se había quedado embarazada muy joven y no creía que, en su momento, le hubiese hecho mucha ilusión acostarse con un desconocido.

¿Y el rey Givon? Había cumplido con su deber cuando ya estaba casado y tenía dos hijos. Frunció el ceño mientras intentaba recordar la edad del hijo más pequeño. ¿Podía ser que su esposa estuviera embarazada justo mientras él estaba en la Ciudad de los Ladrones?, ¿Cómo podía haber accedido a algo así?

Sin dejar de dar vueltas a todas esas dudas, recogió de la cama el manto de Kardal y se acercó al armario. Lo guardaría allí hasta la siguiente vez que se vieran y pudiese devolvérselo.

Mientras andaba, notó que algo le golpeaba la pierna. Algo pequeño y rectangular. Llevada por la curiosidad, introdujo la mano en el bolsillo y sacó un teléfono móvil. ¿Qué demonios…?, ¿Qué haría Kardal con un aparato de esos en medio del desierto? No debía de tener ni cobertura, ¿no?

Colgó el manto y devolvió la atención al teléfono. Con mano temblorosa, apretó el botón de encendido. La pantalla se iluminó y mostró varios mensajes. En la esquina superior vio una pila con tres barritas que indicaban que el teléfono estaba cargado. ¿Cómo era posible?

Entonces recordó lo que Kardal había dicho de utilizar la tecnología. Tal vez su dormitorio fuera del siglo XIV, pero era evidente que el resto del palacio disponía de los servicios y comodidades de la era moderna.

Sin pensarlo dos veces, pulsó el número de teléfono de la oficina de su padre. Segundos después, el ayudante del rey Hassan respondió:

– Soy la princesa Sabrá -se presentó insegura- ¿Puedo hablar con mi padre?