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– ¿Sabrina? -la llamó Kardal con impaciencia, como si hiciera tiempo que intentara captar su atención.

– ¿Qué? Perdón -Sabrina se centró en la reunión.

– Kardal y yo hemos crecido en este palacio y estamos acostumbrados a su esplendor -dijo Cala, dedicándole una sonrisa indulgente-. Pero es normal que la primera vez te distraigas.

– No es solo eso -contestó Sabrina-. Hay muchos tesoros en peligro. Esos tapices no deberían estar expuestos a la luz del sol. Se están estropeando.

– Ya te ocuparás de eso en otro momento – Kardal le recriminó con la mirada-. Ahora tenemos que planear la visita.

Sabrina se limitó a asentir con la cabeza. Kardal no paraba de rezongar desde que había accedido a recibir al rey Givon. Lo cual no era de extrañar. Era lógico que estuviese nervioso y que a veces hasta se arrepintiera de haber dado luz verde a la invitación. Encontrarse con su padre después de tanto tiempo tenía que ser muy difícil.

– ¿Cuántas personas asistirán a la fiesta? – preguntó tras alcanzar su libreta-. ¿Y cuántas van a venir en total?, ¿Habrá espacio suficiente en los establos para todos los animales?

– Te aseguro que el rey de El Bahar no vendrá en camello -contestó Kardal.

– Ni que tuviera que saberlo por ciencia infusa -Sabrina pensó en sacarle la lengua, pero se contuvo-. El palacio está en pleno desierto. Que yo sepa, no hay grandes carreteras. Y con una caravana se corre el riesgo de llamar la atención y desvelar la ubicación de la ciudad.

Kardal se acercó a ella. Estaba sentada entre Rafe y él, con Cala de frente. Aunque se sentía a gusto con la madre de Kardal, Rafe seguía dándole mala espina.

– Entiendo lo que dices de la caravana – dijo Kardal-. Pero el rey no vendrá en camello ni en caballo.

– De acuerdo. ¿Cómo vendrá entonces?

– En helicóptero -contestó Cala tras mirar su cuaderno.

– Vendrá con el piloto y un agente de seguridad -añadió Rafe tras consultar una agenda electrónica-. Seremos responsables de su seguridad una vez estén en la ciudad.

– ¿Solo tres personas? -preguntó Sabrina-. Mi padre siempre viaja con un mínimo de diez acompañantes. Hasta en vacaciones hay gente del servicio. ¿Viene tan solo porque considera esta visita como una toma de contacto para ir conociéndote? -añadió mirando hacia Kardal.

– Justo -se adelantó Cala-. No quiere que haya gente alrededor que lo moleste. Estuvimos hablándolo y nos pareció que sería lo mejor.

– ¿Has hablado con él? -le preguntó Kardal, como si le hubiese filtrado algún informe secreto a un enemigo mortal.

– Sí, he hablado con él -respondió su madre sin perder la calma-. Varias veces. ¿Cómo crees que surgió la idea de la visita?

Kardal no respondió. Sabrina intentó encontrar algo que decir para aliviar la tensión del momento.

– La seguridad del rey no será problema – intervino Rafe, como si no hubiese notado la tensión entre madre e hijo-. Tengo entendido que Sabrina se está encargando de organizar la visita guiada por la ciudad, así que me coordinaré con ella. Supongo que sería buena idea aprovechar para enseñarle el aeródromo militar.

– ¿Dónde está? -preguntó Sabrina – ¿Está lejos de la ciudad?

– Me temo que no puedo informarla de la situación exacta, señorita.

– Claro, como soy un riesgo tan grande para la seguridad de la ciudad… -Sabrina miró a Kardal-. Deja que adivine: si me lo dice, tendríais que matarme para que no revelara el secreto.

– Exacto. Y no me apetece nada -contestó Kardal.

– A mí tampoco me entusiasma -dijo Sabrina-. Bueno, ¿cuánto tiempo tardaréis en enseñarle el aeródromo?

– Digamos una tarde -contestó Rafe tras consultar su agenda-. El departamento de seguridad en cualquier momento. ¿Cuándo te viene bien, Sabrina?

Esta notó que Kardal estaba incómodo. De pronto tuvo una corazonada.

– Está aquí, ¿verdad?, ¿El departamento de seguridad está en el castillo?

– Claro -Rafe se encogió de hombros-. ¿Dónde si no?

– Y tendrá corriente eléctrica y ordenadores, faxes, teléfonos, Internet -comentó Sabrina mirando a Kardal.

– Te lo iba a decir -se defendió este.

– ¿Cuándo?, ¿Dos semanas después de liberarme?

– No. Al principio no quería que lo supieses. Luego se me olvidó -reconoció él-. Eres mi esclava. No tienes derecho a criticarme. Soy el príncipe de los ladrones y aquí se hace lo que yo diga.

– ¡Qué rastrero! -protestó Sabrina-. Me tratas como a una esclava sexual y me metes en una habitación sin agua corriente cuando…

De pronto, se dio cuenta de que los tres la estaban mirando. Repasó mentalmente sus palabras y se puso roja al llegar a la parte de «esclava sexual»

Había hecho todo lo posible por olvidar lo que había pasado entre Kardal y ella tres días atrás. Y creía que no le había ido mal del todo. Salvo por algún sueño en el que él la tocaba y un par de momentos de distracción mientras hacía inventario de los tesoros, había conseguido sacárselo de la cabeza. Bueno, quizá no cuando cenaban juntos o cuando se bañaba. Estar desnuda la recordaba inevitablemente la sensación de estar entre los brazos de Kardal. Pero, en general, era como si aquel episodio no hubiese tenido lugar.

– Entiendo -Cala miró a su hijo-. ¿Hay algo que quieras contarme?

– No -Kardal no parecía incómodo en absoluto cuando se giró hacia Sabrina-. Tenía intención de hablarte de la parte moderna del castillo. Pero con todos los líos de estos últimos días se me pasó. ¿Quieres trasladarte a otra habitación?

Sabrina pensó en lo bonito que era su dormitorio, en los libros antiguos de la biblioteca, la enorme cama en la que… Se aclaró la garganta.

– No, me gusta la mía. Pero sí agradecería poder usar un cuarto de baño en condiciones.

– Por supuesto. Le diré a Adiva que te indique cuál es el más cercano -dijo y dio el tema por zanjado-. Volviendo a la visita del rey…

– ¿Cuánto tiempo se va a quedar? -lo ayudó Sabrina. Miró hacia Rafe y Cala, dado que parecían ser ellos quienes estaban al corriente de los detalles.

– No estoy segura -murmuró Cala. Fue su turno de ponerse colorada- Algunas noches. No creo que haga falta celebrar una cena oficial. Valdría con una entre unos pocos amigos.

A Kardal no pareció agradarle la propuesta. Sabrina adivinaba lo que estaba pasando. ¿De qué hablarían?, ¿d Sabrina pensó en lo bonito que era su dormi-lorio, en los libros antiguos de la biblioteca, la enorme cama en la que… Se aclaró la garganta.

– No, me gusta la mía. Pero sí agradecería poder usar un cuarto de baño en condiciones.

– Por supuesto. Le diré a Adiva que te indique cuál es el más cercano -dijo y dio el tema por zanjado-. Volviendo a la visita del rey…

– ¿Cuánto tiempo se va a quedar? -lo ayudó Sabrina. Miró hacia Rafe y Cala, dado que parecían ser ellos quienes estaban al corriente de los detalles.

– No estoy segura -murmuró Cala. Fue su turno de ponerse colorada-. Algunas noches. No creo que haga falta celebrar una cena oficial. Valdría con una entre unos pocos amigos.

A Kardal no pareció agradarle la propuesta. Sabrina adivinaba lo que estaba pasando. ¿De qué hablarían?, ¿De los motivos por los que había abandonado a su familia?, ¿De por qué no había reconocido nunca a su hijo bastardo? Suspiró. Aunque el tiempo que había pasado en Bahania no le había dado para desenvolverse a menudo en los círculos de la realeza, ella había coincidido con el rey Givon en varias ocasiones. Siempre le había parecido una persona decente. Severa, pero no cruel. ¿Por qué habría tratado a Cala y a Kardal tan mal?

¿Qué os parece si organizamos una cena íntima la primera noche? -dijo Sabrina-. Solo tú, el rey y Kardal -añadió dirigiéndose a Cala.

– Por mí, bien -contestó esta-. Si quieres venir, estás invitado, Rafe. Y tú también, por supuesto.

Sabrina no estaba segura de si quería participar en aquella tensa cena, pero tenía la sensación de que debía estar presente, aunque solo fuera para apoyar a Kardal.