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Cala se sentó.

– ¿Por qué has de marcharte?

Exacto. ¿Por qué iba a tener que marcharse?, se preguntó Sabrina mientras se sentaba para hablar con Cala. Empezaba a sospechar que podía quedarse una temporada larga. Pero, ¿para qué?

– Mi padre y yo no tenemos mucha relación -arrancó con cautela-. Pero tiene ciertas expectativas. Ha concertado mi matrimonio.

– ¿Con quién? -preguntó sorprendida Cala.

– No lo sé. Me enfadé tanto cuando me lo anunció que no me paré a oír los detalles. Pero seguro que es un viejo con mal aliento.

– Quizá no sea tan terrible -dijo la madre de Kardal.

Sabrina prefería no pensar al respecto. No quería pensar en cuando no estuviera con Kardal. Sabía que en algún momento tendría que separarse de él. ¿Y entonces qué?, ¿Lo echaría de menos?, ¿La echaría él en falta cuando no estuviesen? Sabrina no entendía su relación con el príncipe de los ladrones. Podía ser apasionado y atento, divertido y dictatorial. Seguía sin saber por qué la había llevado a su castillo ni por qué la retenía. No era su esclava, pero no le permitía marcharse.

– Supongo que si fuese otra clase de persona, querría marcharme -comentó por fin-. Debería odiar estar aquí encerrada.

– Como cárcel no está tan mal -bromeó Cala-. Tiene unos tesoros bastante bonitos.

Sabrina sonrió. Supuso que el problema era que le gustaba Kardal. Quizá demasiado. No se parecía a ningún otro hombre. Tal vez sus hermanastros tuvieran una personalidad similar, pero no había pasado suficiente tiempo con ellos para saberlo.

– Y luego está Kardal -continuó Cala-, no me equivoco, algo te gusta.

– Sí.

Sabrina estaba dispuesta a reconocerlo. Claro que le gustaba. La hacía pensar en cosas en las que nunca había pensado. Cuando recordaba sus besos y sus caricias, el cuerpo se le incendiaba. Pero no tenían futuro. No podían hacer el amor. Por muy enfadada que estuviese con su padre, no desafiaría la tradición ni a la monarquía. Tenía que permanecer virgen. De lo contrario, si dejaba que Kardal la poseyera, su padre lo mataría. Y no quería imaginar un mundo sin su príncipe de los ladrones.

– La vida es complicada -dijo Cala con tranquilidad-. Después de treinta y dos años, el rey Givon vuelve a la ciudad y no sé qué se supone que tengo que decirle.

– Pero lo has invitado tú -contestó Sabrina -. ¿Has cambiado de idea?

Cala la miró y se echó a reír.

– Mil veces. Cada mañana me despierto decidida a retirar la invitación.. Luego lo reconsidero mientras desayuno. A las diez vuelvo a decidir que tengo que llamarlo para suspender la visita. Y más tarde vuelvo a cambiar -Cala se encogió de hombros-. Me pasó así día y noche

Sabrina trató de ponerse en su pellejo. ¿Qué podía sentir al reencontrarse con el padre de su único hijo después de treinta y años de ausencia?

– ¿No quieres decirle nada en concreto? – le preguntó-.¿No hay ningún asunto pendiente entre los dos?

– Demasiados. O ninguno. No sé. Era demasiado joven. No tenía más qué dieciocho años. Conocía lo que marcaba la tradición, lo que se esperaba de mí. Sabía que tenía que darle un heredero a la ciudad, pero, en el fondo, jamás pensé que mi padre me haría acostarme con un desconocido con el único objeto de que me dejara embarazada. Y que estuviera dispuesto a repetir la operación tantas veces como hiciese falta si en vez de hijos, tenía hijas… Lo amenacé con fugarme. Creo que hasta amenacé con suicidarme. Pero mi padre se mantuvo firme y me dijo que era la princesa de la ciudad, que tenía que hacerme cargo y que el pueblo dependía de mí. Sus argumentos no me convencían mucho. Pero nunca desafié a mi padre. De modo que no huí ni me quité la vida. Me limité a esperar. Y un día llegó.

Cala se levantó y se acercó a la chimenea. Lo conocí en una habitación muy parecida a esta. Era mayor al menos, a mí así me lo parecía. Tenía treinta años y estaba casado con dos hijos y un tercero en camino. Me trató bien. Creo que la situación fue tan embarazosa para él como para mí. Quizá más, porque tenía una familia. Pero el deber nos obligaba a tener un hijo… La primera noche solo hablamos Dijo que teníamos tiempo y que no me metería prisa. Pensaba que me violaría nada más verme. De modo que me pareció muy considerado por su parte. Durante las siguientes dos semanas nos hicimos amigos, Cuando nos acostamos…,al final fui yo quien tomó la iniciativa… Era demasiado joven. Una niña tonta. No pensé en su esposa posa ni en sus hijos. Solo pensé en mí, en como me sentía cuando Givon me tocaba. En las risas, los bailes juntos. Cómo hacíamos el amor cada mañana. Me enamoré de él.

Sabrina sintió una presión extraña en el pecho.

Cala acababa de trazar el esbozo de una unión sin futuro en la que una joven inocente perdía el corazón por un hombre al que no podía tener. Sabrina se estremeció. Hasta ese preciso momento no se había molestado en dar nombre a lo que sentía por Kardal. Le había resultado irritante y encantador, dictatorial, un gran compañero. Sabía que le gustaba cuando no la sacaba de quicio. Pero no había ido más allá. No había considerado que podían correr peligro.

– Lo que iba a ser un mes fueron dos. Sabía que estaba embarazada, pero no quise decírselo porque no quería que se fuera… Al final resultó que lo sabía, pero no quería decir nada porque él también se había enamorado- continuó- Cala casi con lágrimas en los ojos.

Suspiró y volvió a sentarse- Cuando nos confesamos lo que sentíamos, me sentí la mujer más feliz mundo. Givon me quería, no me dejaría nunca. Era tan joven que me convencí de que podría funcionar. No pensé en su reino, en su esposa ni en sus hijos. Solo pensaba en el hombre que iluminaba mi vida.

– Pero se marchó -dijo Sabrina-. ¿Qué pasó?

– Llegó su mujer. Vino con su hijo recién nacido y lo puso en sus brazos. Le preguntó si iba a abandonarlos a todos. Noté la indecisión en los ojos de Givon. Vi el momento en que se decidió…

No se quedó. Me puse hecha una furia. Lo acusé de jugar conmigo, de engañarme, le dije que nunca me había querido. No estoy orgullosa de mi comportamiento, pero era la primera vez que me enamoraba. Le dije que si se marchaba, no volvería a verlo nunca. Givon terminó de romperme el corazón cuando convino en que sería lo mejor. Ninguno de los dos se sentiría cómodo con una aventura clandestina

Cala cerró los ojos – En un último intento de castigarlo, le dije que le impediría ver a su hijo. Que criaríamos al heredero entre mi padre y yo. Lo obligué a jurar que nunca se acercaría al niño… Así que, ya ves, tengo que hacer mucha penitencia. Por mi culpa, Givon y Kardal no se han conocido. Estuve a punto de arruinar un reino y perjudiqué gravemente su matrimonio ¿Qué se supone que debo decir después de tanto tiempo?

– No podías controlar las circunstancias -.Dijo Sabrina-. No lo sedujiste tú. No te inmiscuiste en su matrimonio. Fue tu padre quien lo organizó todo y Givon accedió. ¿No eres la parte inocente?

– Puede que entonces lo fuera, pero ya no. ¿ Y Kardal? Odia a su padre. ¿Cómo voy a explicarle la verdad?

Sabrina se mordió el labio inferior. Siempre había creído que su situación era dura, pero la de Cala había sido mucho peor.

¿Quieres que hable yo con él e intente explicárselo? -le ofreció.

– Sí -Cala asintió con la cabeza-. Reconozco que es de cobardes, pero no quiero ver odio en los ojos de mi hijo cuando se entere de que tengo la culpa de que no haya conocido a su padre.

Sabrina no creía que Kardal fuera a odiar a su madre cuando supiera la verdad, pero tampoco se iba a sentir feliz precisamente. Se preguntó si aquella información cambiaría su actitud hacia Givon. Se preguntó si su relación con Kardal tendría un final igual de desgraciado.