Выбрать главу

– Así que ya ves, no es todo culpa de Givon. Cala lo obligó a jurar que no se pondría en contacto contigo -finalizó Sabrina cuando terminaron de cenar. Kardal miró su taza de café, pero no respondió. Ella se movió sobre los cojines-. ¿No me crees?

– No dudo de que estés repitiendo lo que mi madre te ha contado. Pero no creo que sea la verdad -contestó mirándola con seriedad-. Givon tuvo oportunidades para conocerme. Podría haber ido a verme cuando estaba en el internado. Podría haberme invitado a verlo en El Bahar.

– ¡Pero dio su palabra!

– También le había jurado amor a su esposa y luego se acostó con otra mujer -replicó Kardal.

– No es lo mismo. Su relación con Cala fue una cuestión de Estado.

Intuía que Kardal no estaba impresionado por su argumento. Le entraron ganas de zarandearlo por los hombros. ¿Acaso no entendía lo importante que era aquello para ella?

– ¿En qué piensas? -preguntó él de pronto

– Nada -Sabrina miró la servilleta que tenía sobre el regazo. ¿Sabrina?

– No entiendo por qué pones las cosas tan difíciles -reconoció ella-. No digo que Givon no se equivocara, pero había circunstancias atenuantes. Creo que deberías hablar con tu madre de esto. Oír su versión de la historia.

No -Kardal se puso de pie-. No quiero hablar más de esto.

Quizá no dependa solo de ti -Sabrina se levantó también-. Me dijiste que querías que ayudara. No puedes pedirme que me implique y luego dejarme fuera.

Puedo pedir lo que quiera -respondió Kardal -. Soy Kardal, príncipe de los ladrones.

Tremenda noticia. Como si no lo supiera desde que nos conocimos. Y ya que sacas tu título relucir, resulta que yo soy princesa, lo que nos coloca a la misma altura. Y como se te ocurra decir que tú eres un hombre y yo no soy más que una mujer, no solo me pondré a gritar, sino que entraré en tu habitación cuando estés dormido y te rajaré el corazón.

Un silencio tenso envolvió la pieza. Kardal la miró con hostilidad, pero Sabrina no pestañeó siquiera. Por fin, él empezó a sonreír:

– ¿Con qué?

– Con una cuchara.

– Venga, no pelees conmigo -dijo mientras rodeaba la mesa.

Sabrina advirtió el peligro y dio un paso atrás.

– Yo no peleo. Eres tú el que pelea conmigo. Si no fueras tan cabezota, te parecería lógico lo que estoy… di…

Sus labios acallaron el final de la frase. En el medio segundo que la pasión tardó en apoderarse de su juicio, Sabrina comprendió que Kardal nunca atendería a razones en lo concerniente a su padre. Podía hablar con él años y años y daría igual.

Luego se abandonó al placer de sentir su cuerpo contra el de Kardal, de notar sus brazos alrededor de la cintura, la dulzura de su boca contra la de ella.

Estar con Kardal era como encontrar su verdadero hogar, pensó mientras separaba los labios. Como siempre, el calor inflamó sus pechos antes de instalarse entre las piernas. Estaba ansiosa por sentir sus manos por todo el cuerpo. La avergonzaba reconocer que quería que la tocase de nuevo como la otra vez. Quería sentir esa descarga increíble y, en esa ocasión, también ella lo tocaría a él.

Incapaz de resistir la fuerza del deseo, se puso de puntillas y se pegó a Kardal. Le habría gustado poder meterse dentro de él. Cuando notó su lengua, respondió con más intensidad, enlazando las de ambos, rogándole en silencio que no terminara nunca. Kardal recorrió su espalda con las manos y tuvo el descaro de plantar las palmas en su trasero. Echó las caderas hacia delante, apretando su erección contra la a de Sabrina.

Tal vez no había visto nunca a un hombre totalmente excitado, pero no le cupo duda de lo aquel bulto significaba.

– Te deseo-gruñó Kardal cuando apartó la boca. Y, de pronto, los ojos de Sabrina se arrasaron de lágrimas. Kardal frunció el ceño.

– ¿ Qué te pasa? No puedes estar sorprendida.

– No lo estoy.

Sabrina sintió una punzada en el pecho. No sabía qué significaba ni a qué se debía. Por alguna razón, sus palabras le habían dolido.

La deseaba. No la amaba.

El tiempo se detuvo. Sabrina no podía respirar, no podía pensar, no podía hacer nada más que seguir de pie mientras asumía la realidad.

Ella quería que Kardal la amase. Pero ¿por qué? Nunca podrían estar juntos. Estaba prometida a otra persona. Su padre nunca la perdonaría, jamás lo entendería. Y Kardal tenía responsabilidades. Debería alegrarse de que solo la deseara sexualmente.

Pero no se alegraba. Porque… porque… porque quería más. Quería que Kardal anhelase su amor tanto como su cuerpo.

– ¿Sabrina? -Kardal le secó las lágrimas que le corrían por las mejillas-. ¿Por qué lloras?

No podía decirle la verdad, así que buscó alguna respuesta con la que pudiera contestar.

– No podemos hacerlo -respondió-. Estar juntos. Si me quitas la virginidad, te matarán; te exiliarán como poco.

– No hace falta que te preocupes, pajarillo -Kardal sonrió-. Deja que yo me ocupe de eso.

– No puedo. No quiero que te pase nada.

Se sentía confusa. Era verdad: no quería que nadie le hiciera daño. Aunque no la quisiera como ella a él, quería lo mejor para Kardal. Así que no podían ser amantes.

Estaba complacida y aturdida por la temeridad de Kardal. ¿De veras arriesgaría su vida por acostarse con ella? Le pareció posible. Pero él nunca le abriría las puertas de su corazón.

Estaba indecisa, asustada.

Vete -Sabrina lo empujó-. No podemos seguir haciendo esto.

Por una serie de razones, algunas de las cuales jamás le explicaría.

Kardal miró a Sabrina mientras esta se apartaba de él. Seguía llorando. Estaba angustiada.

Las cosas estaban saliendo tal como había planeado.

Como quieras -contestó por fin-. Te veré por la mañana.

Salió de la habitación y se encaminó hacia el despacho. Era evidente que Sabrina se había encariñado con él. Como lo demostraba que la preocupase su integridad física. Aunque al principio se había mostrado reticente a ese matrimonio, de pronto le parecía que era la esposa perfecta. Era una mujer inteligente, de modo que sus hijos serían buenos gobernantes. Le gustaba el castillo y se interesaba por el pueblo.

Se había adaptado bien a vivir dentro de los muros de la ciudad. Evidentemente, el matrimonio fortalecería los lazos con Bahania Su cuerpo excitaba y no tenía duda de que se entenderían en la cama. Sí, sería una esposa estupenda. Esa misma noche llamaría al rey Hassan y le diría que accedía a casarse con su hija

Se detuvo en el pasillo. ¿Cuándo se lo haría saber a Sabrina? Todavía no. No hasta después de la visita de Givon. Mejor luego, cuando no tuviera ninguna preocupación. Organizarían la boda juntos. Era una mujer sensata y se sentiría honrada cuando supiera que la encontraba digna de ser su esposa.

Recordó el miedo que había visto en sus ojos. Su preocupación por su integridad. Quizá hasta se estuviera enamorando de él. Siguió andando con paso alegre. Estaría bien que Sabrina lo amara, pensó. Seguro que lo querría con la misma intensidad y determinación con que llevaba a cabo todas sus cosas. Sí, había elegido bien.

Capítulo 12

KARDAL llamó al rey de Bahania y enseguida le pusieron en contacto con él.

– La devuelves, ¿no? -dijo Hassan nada mas ponerse al aparato-. Supongo que es normal. Nunca ha sido muy…

Cuidado con lo que dices -atajó Kardal. Estás hablando de mi futura esposa. ¿Qué? -exclamó asombrado el padre de Sabrina-. ¡No irás a casarte con ella!

Eso pretendo. Todavía no se lo he comunicado, así que confío en que no le digas nada.

Pero…

Te equivocas con Sabrina -volvió a interrumpirlo Kardal -. De cabo a rabo. No sé cómo será su madre, pero te aseguro que tu hija es un tesoro. Es leal, valiente, decidida, cariñosa, y hasta inteligente.

Sí, bueno… Quizá -Hassan sonaba perplejo. Kardal, ¿eres consciente de que no puedo garantizar que sea virgen?