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Fue el agravio definitivo. Kardal se levantó y estranguló el cuello del auricular

– Yo sí la garantizo. Sé que no la ha tocado ningún hombre -contestó. Y, para provocar a Hassan, añadió-: Hasta ahora.

– ¡Kardal! -exclamó indignado el padre de Sabrina-. Si has desflorado a mi hija, juro que te cortaré la cabeza.

– ¿No te parece que es un poco tarde para fingir que te interesas por Sabrina? -lo desafió Kardal-. Ya no es asunto tuyo. A pesar de tu irresponsabilidad en su formación, reúne todo lo que quiero en una esposa. Acepto el matrimonio. Ocúpate de preparar una boda acorde a tu hija y al príncipe de los ladrones.

Luego, sin despedirse, colgó el teléfono. Contento por haber captado la atención de Hassan, se concentró en el trabajo que tenía por delante.

El helicóptero apareció en el cielo, primero como un pájaro pequeño, después más y más grande contra el azul del cielo del desierto. Kardal estaba de pie, mirando a los hombres del equipo de seguridad que Rafe había reunido más que la llegada de su propio padre.

Sabrina estaba detrás de él, junto a Cala, que estaba casi sin aliento de puro nerviosismo.

– No puedo hacer esto -murmuró y se giró como si fuera a marcharse.

– Todo irá bien -Sabrina le puso una mano en un hombro para tranquilizarla-. Estás radiante. Givon se quedará sin palabras.

Era verdad, pensó Sabrina. Cala llevaba un elegante vestido morado. Se había recogido el pelo en un moño. En sus orejas relucían dos pendientes de diamante, un único adorno que no distraía la atención de sus bellas facciones.

Rafe estaba a la izquierda. Parecía calmado, claro que Sabrina tenía la impresión de que el encargado de la seguridad no perdería los nervios ni en un terremoto. En cuanto a ella, estaba para hacer lo que fuese necesario para que la visita fuese un éxito para Kardal. Era su principal inquietud. A pesar de las veces que habían hablado al respecto, sabía que no estaba preparado para el impacto de conocer a su padre. Decía que le daba igual, que Givon lo dejaba indiferente, pero no era cierto.

El viento soplaba. Sabrina trató de imaginar como sería encontrarse con un hombre que se había desentendido de su hijo toda la vida. ¿ Qué estaría sintiendo Kardal? Aunque ella era la primera que tenía problemas con su padre, o al menos sí la había reconocido como su hija desde el principio.

Pero cuando dos de los hombres de Rafe abrieron las puertas del helicóptero y Givon apareció, la sorprendió advertir que no parecía la encarnación del diablo. Llevaba un traje a medida que le daba un aire de empresario europeo. Era unos cinco centímetros más bajo que Kardal, de complexión fuerte, con unos ojos oscuros heredados por su hijo. Intuyó una mezcla de sabiduría y tristeza en su rostro. Algo en la curva de su boca la hizo preguntarse, por primera vez, si no habría sufrido él también todo aquel tiempo.

¿Lamentaba no haber podido conocer a su hijo? Kardal no creía que Givon se hubiera mantenido distante porque se lo había jurado a Cala, pero quizá fuese verdad.

Sabrina suspiró. No era una situación con una solución sencilla. Aunque tampoco había esperado que lo fuese.

Givon bajó del helicóptero. Un agente de seguridad lo siguió. El piloto apagó el motor. Cuando el ruido cesó, Sabrina esperó a que Kardal dijera algo. Como gobernante de la ciudad, era su deber ser el primero en saludar. Pero no dijo nada, ni se movió.

Cala solucionó el problema dando un paso al frente y situándose junto a su hijo. Luego avanzó despacio y con majestuosidad hacia un hombre al que no veía desde hacía más de treinta años. Sabrina observó las emociones que iba reflejando el rostro del rey: alegría, dolor, anhelo. En ese momento, tuvo la certeza de que Givon había querido a Cala con todo su corazón.

– Bienvenido a la Ciudad de los Ladrones – dijo en tono afectuoso-. Ha pasado mucho tiempo, Givon.

– Sí. Empezaba a preguntarme si volvería a esta ciudad.

No pronunció las palabras volvería a ver a ella., pero no hizo falta Sabrina las oyó y, a juzgar por la indecisión de Cala, esta también. El corazón se le encogió al ver a la pareja frente a frente. Hubo un monto incómodo cuando Cala estiró una mano para estrechar la suya y luego la retiró. Givon un paso adelante, Cala dio un grito suave y abrió los brazos. El rey la abrazó.

Fue un momento tan íntimo que Sabrina desvió la mirada. Se fijó en Kardal.¿Qué esta-pensando?, ¿Empezaba a entender que nadie tenía la culpa de la situación?

Es hora de que os conozcáis -dijo Cala.

El rey se acercó a su hijo y le ofreció la mano.

– Kardal.

– Majestad, bienvenido a la Ciudad de los Ladrones -dijo el príncipe mientras le estrechaba la mano.

Aunque Givon no dejó de sonreír, Sabrina advirtió el dolor que asomaba a su mirada. Había esperado un recibimiento más cordial.

Tenía que darle tiempo, pensó en silencio. Kardal necesitaba más tiempo.

– Te presento a Sabrina. Quizá la conozcas por su título oficiaclass="underline" la princesa Sabrá de Bahania.

– Sabrina, un placer. No sabía que estuvieras aquí -comentó sorprendido Givon tras hacer una reverencia-. Hablé ayer mismo con tu padre y no me comentó nada.

– Es mi invitada -dijo Kardal – Está… estudiando nuestros tesoros.

– Sí, claro, eso lo dices ahora -dijo Sabrina con alegría para distender la tensión. Luego levantó los brazos para que las mangas bajaran y pudieran verse los brazaletes que llevaba en las muñecas-. Cuando me capturaste en el desierto y me hiciste tu esclava no decías lo mismo.

– ¿Has tomado a una princesa de Bahania como esclava? -preguntó perplejo Givon.

Kardal le lanzó una mirada con la que le dijo que ya arreglaría cuentas con ella luego. Sabrina se limitó a sonreír. Le daba igual si se enfadaba o no. Lo único que importaba era que se acercara a su padre.

– La cosa no es tan fácil -contestó.

– Sí que lo es -insistió Sabrina-. Le daré lodos los detalles mientras lo acompaño a su habitación. Por aquí, Majestad.

Givon vaciló. Miró a su hijo, a Cala. Por fin intió con la cabeza y se dirigió a Sabrina.

– Llámame Givon, por favor -le dijo mientras se encaminaban hacia el palacio.

– Me siento honrada. Teniendo en cuenta soy una esclava.

– Veo que te has hecho un hueco en la vida de Kardal -dijo Givon sonriente-. Al margen de cómo llegaras a la ciudad.

Mi misión consiste en sacarlo de sus casillas-bromeó Sabrina al tiempo que tomaba brazo a Givon.

Kardal los miró alejarse. Le daba rabia que Sabrina se hubiera dejado engañar por el falso encanto de su padre. Había esperado más de ella.

– ¿Qué te parece? -preguntó Cala con voz temblorosa.

No sé qué pensar. Siempre es agotador recibir visitas de Estado. La seguridad, romper con la rutina…

No me tomes por tonta, Kardal- atajó Cala- Soy tu madre. No estoy hablando de la visita oficial. Te estoy preguntando qué te parece tu padre. No lo habías visto nunca, ¿no?,

Sabía de sobra a qué se había referido su madre con la pregunta, pero no había querido contestar.

No, no lo había visto.

En las reuniones internacionales. Kardal siempre se las había arreglado para evitar al rey Givon y este nunca lo había buscado. Y en las conversaciones directas entre la ciudad y El Bahar, ambos habían enviados representantes.

– Bueno ¿ qué piensas?

– No lo sé – contestó él.

Y era verdad. Givon no era el demonio, ni siquiera un mal hombre. Kardal se sentía confundido, furioso y dolido. No podía explicar por qué se sentía así, ni sabía cómo librarse de tales emociones.

– Lo siento, no debería haberos mantenido apartado todos estos años- Cala acarició el brazo de su hijo.

– No fue culpa suya

– Sí lo fue. No quieres cargarme con ninguna responsabilidad en todo esto, pero tengo mucha. Era joven y tonta. Cuando Givon regresó junto a su familia, estaba destrozada. Lo expulsé de mi vida, a lo que tenía derecho, pero también lo expulsé de la tuya, y en eso me equivoqué.