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– Ya tenía esposa y tres hijos- Kardal se encogió de hombros-. Tampoco tendría tanto interés en mí.

– Lo habría tenido. Aunque le habría costado reconocerte como hijo oficialmente, os habríais encontrado en secreto. Necesitabas un padre.

No le gustó que aquellas palabras hurgaran en la herida de la añoranza y le recordaran lo que nunca había tenido.

– No he conocido a ningún hombre como el abuelo. Con él tenía suficiente.

– Me alegra que pienses así y espero que sea verdad, porque no puedo cambiar el pasado. Solo puedo decirte que lo siento.

Kardal se giró hacia su madre y le dio un beso en la coronilla.

– No tienes por qué disculparte. Lo hecho hecho está. El pasado queda atrás.

– No lo creo.

Kardal la miró. Cala se puso colorada y bajó la vista, sin atreverse a levantarla por encima del pecho de su hijo.

– ¿ A qué te refieres?

Me temo que mi peor temor se ha hecho realidad -Cala tragó saliva-. A pesar del tiempo que ha pasado y de que somos personas distintas a las que éramos, sigo enamorada de él.

Sabrina abrió la puerta de los aposentos que había dispuesto para el rey. Mientras Givon la seguía, hizo un repaso general de un elegante salón con tres ventanas que miraban al desierto. Había varios sofás, algunas mesas, un par de pedestales pequeños decoraban la habitación, cada uno con algún tesoro pequeño encima. Los había elegido ella misma.

Givon llegó al centro de la habitación. Miró a su alrededor, vio una estatua de oro pequeña de un caballo y se acercó a estudiarla. La agarró y se dirigió a Sabrina:

– ¿Las has puesto en mi honor o para burlarte? -le preguntó Givon.

– Me preguntaba si reconocerías los tesoros de tu país.

– Tengo otro en bronce tamaño natural en mi jardín.

– Eso facilita las cosas -Sabrina se aclaró la garganta. Lo que en un principio le había parecido una buena idea, quizá no lo era tanto después de todo. ¿Se enojaría Givon con ella?-. No pretendía burlarme… exactamente.

– ¿Qué pretendías… exactamente? -preguntó el rey con una sonrisa en los labios.

– Quizá solo quería llamar tu atención.

– ¿Porque es lo que mi hijo ha querido hacer toda su vida? -contestó mientras devolvía la estatua al pedestal.

– Lo siento -se disculpó Sabrina-. No quería complicar esta situación más de lo que ya lo es.

Givon miró hacia la ventana y perdió la vista en el desierto.

– Esta ciudad siempre me ha parecido un lugar hermoso -comentó-. ¿Conoces la historia?

– Parte. Cala me contó lo que pasó, pero solo vosotros sabéis los detalles. No creo que nadie mas sepa la verdad.

– Supongo que tienes razón -Givon asintió con la cabeza.

Su cabello era gris y tenía algunas arrugas en los ojos, pero no parecía un hombre mayor. Seguía teniendo un aire vital. ¿Lo encontraría Cala atractivo? Sabrina sospechó que sí. Givon se alejó de la ventana y caminó hasta el extremo de la habitación en el que había un tapiz de varias mujeres entregadas en ofrenda al rey de El Bahar.

– Ha pasado mucho tiempo -dijo él.

Por un instante, Sabrina pensó que se refería al tapiz.

– Sí.

– Había que tomar decisiones -añadió Givon sin dejar de mirar el tapiz-. Decisiones difíciles. Que ningún hombre debería verse obligado a tomar. ¿Está muy enfadado conmigo?

– Tendrás que hablar con él -murmuró Sabrina, conmovida por el dolor evidente del padre de Kardal.

– Lo haré – Givon la miró a los ojos – Pero tu respuesta es significativa: Kardal está enfadado. No puedo culparlo. Desde su punto de vista, lo abandoné. Nunca lo reconocí como hijo mío. No me ocupé de él. Había razones, ¿pero importan realmente?

– No -contestó ella sin pensarlo dos veces-. A los niños les dan igual esas razones. Solo ven las consecuencias de los actos. Si un padre no está presente o no hace caso a su hijo, el chico se siente dolido y traicionado.

Givon se acercó a Sabrina, la cual alzó la barbilla en un gesto de orgullo que no podía borrar el hecho de que Givon estuviese al tanto de su propia historia. El rey sabía que no estaba hablando solo de Kardal.

– Fui tonto. En parte porque me dolió que Cala me hiciera jurar no volver a verla ni ponerme en contacto con el niño, en parte porque era más fácil. Podía sufrir en silencio cuando estaba solo sin que nadie lo supiera. Si hubiera reconocido a Kardal, me habrían hecho preguntas. Preguntas que no quería responder -Givon tomó una de las manos de Sabrina-. Pero no debería haberme desentendido. No debería haberle hecho esa promesa a Cala. O debería haber faltado a mi palabra. Kardal era más importante que cualquiera de los dos.

Sabrina lo siguió al sofá y se sentó a su lado.

– No es demasiado tarde. Ver la verdad es el primer paso para solucionar las cosas.

– Esto nunca se podrá solucionar.

– Quizá, pero la relación podría mejorar – contestó ella-. ¿Para qué has venido sino para reconciliarte con tu pasado?

– He venido porque no podía seguir más tiempo lejos -respondió tras permanecer unos segundos en silencio-. Me dolía demasiado. Quería saber si tendría una segunda oportunidad… Quizá con los dos.

– ¿Con Cala también?

¿Sería posible que, después de todos esos unos, se reavivaran las llamas de su romance? A Sabrina le gustó la idea.

– ¿Te parezco demasiado mayor? -Givon sonrió

– No. Lo que me parece es que va a ser una visita muy interesante.

– Kardal se opondrá.

– Puede que al principio -reconoció Sabrina-. Pero no será decisión de él. Su madre tiene tanto carácter como él.

– Háblame de Kardal. ¿Cómo es?

– Está claro que lo mejor sería que lo conocieses por tu cuenta -dijo ella tras suspirar-. Pero, entre tanto, te digo que es un hombre maravilloso. Estarás orgulloso de él.

– No tengo derecho a enorgullecerme -Givon negó con la cabeza-. No he contribuido a que se convierta en el hombre que es. ¿Es buen gobernante?, ¿El pueblo lo respeta?

– Sí, las dos cosas. No rehuye las decisiones difíciles. Es firme, pero justo. ¿Estás al corriente del proyecto de seguridad de formar una fuerza aérea conjunta con Bahania con el fin de proteger los campos petrolíferos?

– Sí. El Bañar participará en el proyecto. Contribuiremos económicamente y disponiendo pistas para los aviones en el desierto -Givon tocó los brazaletes de esclava de Sabrina-. Entiendo que os conocisteis en circunstancias extrañas.

Sabrina rió. Luego le contó cómo se había perdido en el desierto.

– Me trajo aquí, así que al final descubrí la Ciudad de los Ladrones.

– Lo conoces hace poco, pero pareces comprenderlo bien.

– Lo intento. En algunas cosas nos sacamos de quicio, pero en otras encajamos a la perfección -dijo y se incomodó por la mirada del rey Givon-. No es lo que crees. Somos amigos. No hay tantos miembros de la realeza por aquí, así que nos entendemos.

– ¿Él es consciente de lo que ha encontrado en ti?, ¿Sabe lo que sientes?

– No hay nada que saber -respondió ella con las mejillas encendidas.

– Ah, o sea que ni siquiera te has permitido todavía reconocerte la verdad a ti misma.

– No hay nada que reconocer.

Y aunque lo hubiese, pensó Sabrina, que no lo había, daría lo mismo. Por mucho que soñara, la realidad se impondría. Su destino estaba en otra parte, no junto al príncipe de los ladrones.

Sabrina no regresó a sus aposentos tras dejar al rey Givon en los suyos. Tenía demasiadas cosas en las que pensar. Demasiadas cosas que considerar.

El rey se equivocaba, se repitió por enésima vez. No era verdad lo que decía sobre sus sentimientos hacia Kardal. Solo podía pensar en él como en un amigo, porque eso era todo lo que era. Un buen amigo. Alguien con quien tenía mucho en común. Alguien…