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No se dio cuenta de hacia dónde había estado andando hasta llegar a la antesala que daba al jardín. El verano se acercaba y los jardineros ya habían empezado a poner telones para proteger las delicadas plantas del riguroso sol del desierto.

Sabrina se acercó a la ventana y puso los dedos sobre el cristal. Debía de tener más de tres siglos. No era tan suave como los modernos, pero tenía una belleza irreproducible. Pensó en los tesoros y la grandiosidad del castillo. Había tantas cosas bellas en la ciudad. Podría pasarse el resto de la vida trabajando en el inventario.

Y en el plazo de unas semanas se marcharía para no volver. Sabía que su estancia allí no duraría ilimitadamente. El tiempo se le acababa. ¿Cuánto tardaría su padre en obligarla a volver para que se casara con su prometido?, ¿Cuántos días más podría disfrutar en la Ciudad de los Ladrones?

Recorrió el marco con los dedos hasta que una pequeña astilla se le clavó en el pulgar.

Puso una mueca de dolor y retiró la mano. Un segundo después, vio una gota de sangre en la yema del dedo. Como una lágrima. Como si su cuerpo estuviese llorando.

Pero no por la ciudad, pensó cuando por fin aceptó la verdad. Por mucho que le gustara y estimulara su interés, no serían las calles, los tesoros ni el castillo lo que echaría de menos cuando se marchara. Echaría de menos al hombre que dirigía la ciudad. Al hombre que le había robado el corazón.

Se había enamorado del príncipe de los ladrones.

Sabrina se frotó la gota de sangre, como si borrándola del dedo pudiese borrar también la verdad. Pero la verdad era innegable. Estaba enamorada de un hombre al que no volvería a ver. Aunque le confesara a su padre lo que sentía, sabía que a este no le importaría. Hassan se había casado dos veces por su país y no esperaría menos de ella. Tal vez, si la quisiese, tendría alguna posibilidad, pero no la quería. Eso lo había dejado claro.

Kardal, pensó de pronto. Podía ir a verlo y decírselo. Quizá él también había llegado a apreciarla. Podrían huir juntos y…

¿Y qué?, ¿Adónde irían? Incluso en el hipotético caso de que estuviera dispuesto a abandonar la ciudad por ella… no podía pedirle que hiciera algo así.. Formaba parte de ese lugar tanto como el castillo o la arena del desierto. De modo que se quedaría allí y ella volvería a Bahania para casarse con otro hombre…, alguien que jamás podría conquistar su corazón porque ya se lo había robado otro.

Capítulo 13

EL DEPARTAMENTO de seguridad está al otro lado -dijo Kardal la tarde siguiente, tratando de sonar más animado de lo que estaba.

Después de más de un día evitando a su padre y, cuando esto no era posible, asegurándose de no quedarse a solas con él, se encontró atrapado frente a frente con Givon.

Después de la comida, tanto su madre como Sabrina se habían excusado pretextando que tenían compromisos inaplazables. Hasta Rafe lo había abandonado tras afirmar que tenía que asistir a una reunión con el personal del castillo. Lo habían dejado a solas con Givon y a Kardal no le cabía duda de que se trataba de una conspiración.

Pero no podía perseguir a los traidores y quejarse. Tenía que enseñarle el departamento de seguridad del castillo.

– Hemos hecho uso de la tecnología más avanzada -dijo Kardal después de traspasar unas puertas acristaladas que se abrían automáticamente. Cuando se cerraron, hicieron un pequeño clic que activaba un cerrojo-. Como ves, estamos atrapados. El cristal es a prueba de balas y explosiones. Si intentamos entrar sin la debida acreditación, los vigilantes nos detendrán en menos de medio minuto. Para impedir cualquier agresión en ese tiempo, activamos un gas sedante no tóxico -añadió al tiempo que apuntaba hacia unos pulverizadores situados en el techo.

– Impresionante -comentó Givon tras observar el departamento-. ¿Piensas sedarme? -añadió en broma.

– Las puertas solo se accionan con las huellas dactilares y un control de retina -continuó Kardal sin seguirle el juego a Givon.

Luego tocó con el pulgar una pantalla, miró y, segundos después, se abrió una segunda puerta que comunicaba con el núcleo del departamento.

Había televisores a lo largo de toda una pared. Gracias a un sistema de cámaras de vigilancia, controlaban cada estación petrolífera de El Bahar y Bahania, salvo las que se encontraban a menos de veinte kilómetros de sendas ciudades.

– Toda la información que se recibe queda registrada aquí -Kardal se dirigió hacia unos monitores situados frente a las televisiones-. Controlamos las explotaciones de petróleo, posibles problemas técnicos en las estaciones y nos ponemos en contacto con el personal correspondiente. Con esos infrarrojos identificamos la entrada de posibles intrusos -añadió apuntando a otros monitores.

Givon miró las pantallas y vio a un grupo de nómadas a camello.

– ¿Una patrulla de seguridad interna?

– Exacto. Recorren el desierto regularmente. También tenemos patrullas en helicóptero, pero no es suficiente. Hablamos de una zona muy grande y los que quieren buscar problemas también cuentan con los avances tecnológicos de los que nos beneficiamos nosotros.

Givon dio una vuelta por la sala, parándose a intercambiar un par de palabras con varios técnicos. Kardal permaneció quieto, mirando a su padre, deseoso de que la visita finalizara cuanto antes. Se sentía incómodo junto al Rey Givon. Si no estuvieran hablando de cuestiones políticas y económicas, no habría sabido qué decirle.

Su padre no era como había esperado. Kardal no se había dado cuenta de que tenía una imagen formada hasta haberlo conocido. Había supuesto que Givon sería más brusco y arrogante. Pero se había encontrado con un hombre considerado, humilde, que no pretendía imponer su opinión a toda costa.

Llevaba un traje occidental que lo hacía parecer un ejecutivo más que un monarca del desierto.

– Estás haciendo un trabajo extraordinario -afirmó sonriente Givon cuando volvió junto a Kardal-. Has desarrollado un sistema de seguridad único con tu combinación de métodos de vigilancia tradicionales y modernos.

Salieron de la sala de los monitores y Kardal lo condujo a una de las salas de reuniones. A diferencia de las que estaban junto al salón del trono, se trataba de una pieza tan moderna como impersonal.

– La Ciudad de los Ladrones recibe un porcentaje de los beneficios petroleros de tu país y de Bahania. A cambio, nosotros velamos por la seguridad de los campos petrolíferos. Somos los primeros interesados en que no haya ningún problema ni demora en la producción.

– Estoy de acuerdo, pero hay grados y grados de perfección.

Givon se sentó en un extremo de la mesa. Kardal tomó asiento en una silla frente a su padre. ¿Era orgullo lo que oía en su voz? Kardal sintió una mezcla de satisfacción y rabia.

– Tienes talento natural como gobernante -continuó Givon.

– No será gracias a tus enseñanzas – replicó Kardal antes de que pudiera contenerse.

– Tu abuelo te crió y ahora eres un hombre adulto. Creo que el mérito ha de repartirse entre él y tú -Givon hizo una pausa antes de continuar-. Sea lo que sea lo que hayas heredado de mí, podría haber quedado en nada si no se hubiese potenciado debidamente. Así que no, no creo que pueda colgarme ninguna medalla por tus logros. Pero, aunque no me corresponda, reconozco que siento cierto orgullo. Como padre, tengo derecho a sentirlo. Aunque haya sido un padre tan malo como yo.

Kardal no supo qué contestar. Quería salir corriendo de la sala y dar por terminada la conversación, pero no le parecía correcto. Desde que Cala había invitado a Givon, todo había ido encaminado a que se produjera aquel encuentro con su padre.

En la mesa había una jarra de agua y varios vasos boca abajo. Givon dio la vuelta a uno de ellos y se sirvió. Dio un sorbo.