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Kardal recorrió su espalda con las manos. Detuvo una en el trasero y la apretó contra su cuerpo. Sabrina elevó las caderas hasta sentir el calibre de su erección. Al notar su masculinidad, se estremeció de excitación, curiosidad y aprensión.

– Sabrina -murmuró después de separar los labios y posar la boca contra su cuello. Le dio un mordisquito justo debajo de la oreja y luego le lamió el lóbulo.

Sabrina gimió. De pronto, quería verlo desnudo. Quería tocarlo y entender en qué consistían las relaciones entre un hombre y una mujer. Aunque no le faltaban conocimientos teóricos, su experiencia era casi inexistente.

Le bastó imaginarse desnuda junto a Kardal para que la respiración se le entrecortase. Los pechos se le hincharon, los pezones empujaban contra el sujetador, la presión entre las piernas crecía por segundos. Sabrina deseó que la tocara en el mismo sitio que la vez anterior.

Lo deseaba. Quería hacerle el amor. Sus necesidades físicas se unían a las emocionales. Juntas alcanzaban una fuerza irreprimible.

– Te deseo -dijo él mientras le besaba el cuello-. Te necesito.

«Te quiero», pensó ella.

Pero no lo dijo. Porque amar a Kardal no le acarrearía más que problemas

– No podemos -susurró Sabrina justo mientras Kardal le bajaba la cremallera del vestido-. Kardal, soy virgen.

El vestido se le caía de los hombros. Sabrina se lo sujetó contra los pechos. Kardal le envolvió la cara con las manos y la miró a los ojos.

– Te deseo -repitió – Merece la pena arriesgarse a lo que sea con tal de tocarte, de enseñarte, de hacerte el amor. Por favor, no me niegues la gloria de poseerte.

Si se lo hubiera exigido, quizá hubiese encontrado fuerzas para decir que no. Si la hubiera provocado con alguna broma, habría encontrado algún recurso. Pero aquella súplica desesperada la dejó sin reacción. No podía negarle nada. Aunque sabía que los dos pagarían caro lo que iban a hacer.

Kardal agarró las manos de Sabrina y esta soltó el vestido, que cayó al suelo. Debajo llevaba un sujetador y bragas de seda. Sin tiempo para reaccionar, se encontró medio desnuda frente a Kardal, que contuvo la respiración maravillado, como si su cuerpo fuese tan hermoso como los tesoros que llenaban el castillo. De repente, se le pasó cualquier posible vergüenza. Se sintió orgullosa de ser la mujer a la que Kardal deseaba.

– Moriría por ti -susurró y la sorprendió hincándose de rodillas

Sabrina no sabía qué pensar. ¿Kardal arrodillado ante ella?, ¿Qué significaba? Pero, antes de dar con una respuesta, notó que la besaba en el ombligo. Sintió una descarga eléctrica por todo el cuerpo. La piel se le puso de gallina, los pechos se le hincharon todavía más.

Kardal paseó la lengua por su tripa antes de bajar. Sabrina notó un temblor entre los muslos, hacia arriba, hacia abajo, casi no podía mantenerse en pie. Sin pensarlo, puso una mano sobre un hombro de Kardal y la otra en la cabeza. Le mesó el cabello y gimió cuando Kardal le besó justo encima del elástico de las bragas. Luego descendió a lo largo de sus muslos.

Era un cosquilleo. Era perfecto. Temblaba tanto que solo podía seguir de pie aferrándose a Kardal. Este le rodeó la cintura con un brazo y siguió besándola, mordisqueándola, lamiéndole las piernas. Finalmente, le bajó las bragas de un tirón.

Estaba desconcertada por lo que ocurría. ¿No deberían estar en la cama?, ¿No debería estar la habitación a oscuras? ¿O, al menos, con una luz más tenue? El sol entraba por las ventanas. Estaban lo suficientemente altos en el castillo como para que nadie los viera, pero se sintió violenta cuando Kardal le pidió que sacara los pies de las bragas. Violenta y vulnerable.

– Kardal, no creo que…

La besó. No en el estómago ni en la pierna, sino en su parte más íntima. Un beso con lengua que la dejó sin respiración. Sabrina sintió una explosión de placer arrasadora. Sin querer, separó las piernas para que pudiera besarla de nuevo. Kardal le apartó los rizos del vello púbico y le lamió con fuerza su punto más sensible. Sabrina gimió, las piernas se le doblaron, Kardal la sujetó y la apretó contra su cuerpo.

– Mi pajarillo -murmuró mientras se quitaba la chaqueta. Luego la levantó en brazos y la llevó a la cama-. Voy a hacerte volar.

Ella no tenía objeciones. Ni voluntad. Habría hecho cualquier cosa que le pidiese, le había prometido el mundo. Lo que fuera con tal de que volviese a tocarla de ese modo.

La posó sobre el colchón. Luego se inclinó sobre ella y le desabrochó el sujetador. Cuando estuvo totalmente desnuda, se recostó a su lado y se apoderó de uno de sus pezones.

Sabrina nunca había sentido el calor y la humedad de la boca de un hombre sobre sus pechos. Nunca había sentido la tensión que recorría su parte más femenina. Una y otra vez, Kardal pasaba la lengua por sus senos, descubriendo sus formas, los puntos más sensibles. Mientras tanto, le acariciaba el otro pezón.

No habría podido decir cuánto tiempo la estuvo tocando así. Por fin, cuando tenía el cuerpo entero tenso y dispuesto a aliviarse, a cualquier tipo de alivio, empezó a bajar.

Esa vez sí supo qué esperar. Esa vez casi lloró ante la expectativa de sentir su lengua sobre su cuerpo. Se movió entre sus muslos y ella los separó para acogerlo. Cuando Kardal bajó la cabeza, contuvo la respiración.

Luego gimió su nombre. Él la lamió desde la entrada de su lugar más íntimo hasta ese punto de placer oculto. Una y otra vez. Al principio despacio, luego más rápido. Sabrina se agarró a la colcha, incapaz de pensar ni hacer nada más que sobrevivir a ese placer indescriptible que jamás había experimentado.

Nadie más podría hacerle sentir algo así, se dijo mientras notaba el cuerpo todavía más tenso. Nadie podría tocar su cuerpo y su corazón como Kardal. Quiso decírselo. Quiso gritar que lo amaba, que siempre lo amaría; pero necesitaba aire para pronunciar las palabras y no podía respirar. Solo pudo aguantar la súbita oleada que la arrasó.

Fue perfecto. Mejor que en sus fantasías más salvajes. Era imposible y, sin embargo, el placer continuó hasta acabar desfallecida, más contenta que en toda su vida.

Abrió los ojos y vio a Kardal encima de ella.

– Todavía hay más -dijo este antes de darle un beso en el cuello.

Luego se incorporó y se quitó la corbata. A continuación se despojó de la camisa. Y de los zapatos y los calcetines. Por fin se libró de los pantalones y los calzoncillos.

En cuestión de segundos, se había quedado tan desnudo como ella. ¡Dios, estaban desnudos! Intentó fijarse en el color bronceado de su torso, pero sus ojos se vieron arrastrados hacia el vello que bajaba por sus abdominales. Y siguieron descendiendo hasta clavarse en la prueba más palpable de su excitación.

Era bonito, en la medida en que puede ser bonito un hombre erecto. Kardal le sonrió mientras se arrodillaba sobre el colchón y se inclinaba a besarle los pezones.

– Te pediría que me tocaras, pero las consecuencias podrían ser desastrosas. Me encuentro en la embarazosa situación de tener que reconocer que no estoy seguro de que pueda controlarme – Kardal le acarició la cara-. Me gustaría poder decir que es porque hace mucho que no estoy con una mujer, pero es por otra cosa… Es… por… ti… Solo tú despiertas un deseo tan ardiente dentro de mí, Sabrina -añadió tras acomodarse entre las piernas de ella y empezar a frotarla de nuevo.

Jamás pensó que podría necesitarlo otra vez tan rápido, pero nada más terminar de pronunciar la frase, comprendió que estaba preparada para que Kardal la llevase de vuelta al paraíso.