Выбрать главу

– Kardal -susurró al tiempo que abría los brazos.

Una vocecilla de alarma sonó dentro de su cabeza. Una vocecilla que le recordó que si seguía adelante, no habría vuelta atrás. Las vidas de los dos cambiarían para siempre. Pero no pudo apartarse ni pedirle que parara. Lo deseaba. Lo necesitaba. Lo amaba y quería perder la virginidad en sus brazos.

No tuvo que insistirle. Kardal se deslizó entre sus muslos y empujó con cuidado. Al principio, el cuerpo de Sabrina estaba húmedo de la anterior explosión, pero luego empezó a tensarse. La presión creció, una presión distinta a la que había sentido antes.

Kardal hizo una pausa, metió la mano entre los dos y localizó su punto de placer. Lo frotó. No tardó en excitarla. Luego empujó otro poco. Y así avanzaron hasta llegar a la barrera que delimitaba su inocencia.

Tras disculparse con un beso, dio un último empujón Y, de pronto, estaba dentro de ella Apoyándose en los brazos, Kardal empezó a entrar y salir en un baile sin tiempo Sabrina se agarró a él atenta a la reacción de su cuerpo ante cada nueva acometida. Empezó a sentir cosquilleos, llamaradas de fuego imprevistas. Lo apretó con más fuerza. Quería más, quería a Kardal. Quería… De repente sintió unas contracciones profundas bajo el vientre. Como corrientes cálidas en un estanque. No lo esperaba y creyó que se hundiría en aquel mar de sensaciones.

– Sí -gruñó Kardal tras arremeter de nuevo.

Con cada movimiento aumentaba la intensidad de las corrientes. Hasta que, por fn, se puso rígido y gritó el nombre de Sabrina. Esta sintió el potente espasmo que estremeció su cuerpo.

Luego permanecieron entrelazados hasta que recuperaron la respiración. Kardal le acarició la cara. Sonrió.

– Eres mía -le dijo-. Te he hecho mía y nada del mundo va a cambiarlo.

Capítulo 14

SABRINA estaba acurrucada en brazos de Kardal y trataba de pensar únicamente en lo contenta que se sentía. En lo maravilloso que había sido todo desde que había empezado a tocarla.

Por fin lo había hecho: ya no era la virgen inocente de hacía una hora. Le sorprendió que tomar conciencia de ello no la asustara. Había tenido tanto miedo a convertirse en una mujer como su madre si se permitía acostarse con un hombre.

Siempre había luchado para que el sexo no gobernara su vida. Recordó una conversación que había oído de ida entre su madre y otra mujer Decían que estar con un hombre las hacía desearlos a todos Sabrina no las había entendido entonces y seguía sin entenderlas. Por su parte, sería más feliz si pasaba el resto de su vida con Kardal nada más.

Había peleado muchos años por no parecerse a su madre y por fin sabía que lo había conseguido. Tal vez siempre habían sido diferentes y no se había dado cuenta hasta entonces.

– ¿En qué piensas? -le preguntó Kardal mientras le acariciaba el pelo.

– En que no tengo que preocuparme por convertirme en una viciosa -respondió al tiempo que se apretaba contra el cuerpo de él.

– Te daba miedo hacer el amor con un hombre porque pensabas que seguirías la conducta de tu madre -comentó Kardal-. Y has visto que sois personas distintas -añadió sonriente.

– Sí – Sabrina le acarició un brazo con la barbilla-. No tengo interés en ningún otro hombre.

Kardal la volteó hasta tenerla boca arriba, con la cabeza sobre la almohada. Se agachó a besarla.

– Así es como debe ser -afirmó con arrogancia-. Ya te he dicho que eres mía. Nadie más te poseerá nunca. Ni siquiera el viejo de mal aliento.

Sus palabras rompieron el muro que Sabrina se había levantado. Mientras hacían el amor, había conseguido desentenderse del temor que la invadía, pero ya no podía seguir pasando por alto las consecuencias de lo que había hecho.

– Kardal, no bromees con eso -dijo nerviosa. Lo apartó, se incorporó y tiró de la sábana para cubrirse-. No lo entiendes.

– No te preocupes por nada -Kardal se sentó también sobre la cama-. Todo irá bien.

– ¿Sí?, ¿Qué crees que pasará cuando mi padre se entere de esto? ¿Qué dirá mi prometido?

No le va a gustar descubrir que no soy virgen contestó Sabrina. Estaba aterrada. Agarró la sábana entera, se tapó por completo y corrió hacia el armario-. ¿Por qué te comportas como si esto no importara? -añadió mientras alcanzaba su ropa.

Tenía que haber una solución. ¿Qué le haría su padre a Kardal?, ¿Se limitaría a amenazarlo o l legaría a agredirlo de verdad? ¿Y su prometido?, ¿Qué clase de hombre sería? Si tenía mal carácter…

Tienes que hacer algo. Vete. Una temporada, hasta que todo esto se pase – dijo mientras se ponía unas bragas, un sujetador y un vestido sin mangas.

Kardal no parecía advertir la gravedad de la situación En vez de levantarse y vestirse, se tumbó en la cama y dio un golpecito en el colchón invitándola a unirse a él.

– Te digo que no te preocupes -repitió

– . Todo saldrá bien

Era tan guapo. Tan fuerte, tan buen gobernante. Nunca había conocido a un hombre igual y jamás lo conocería.

– Kardal, tienes que escucharme -dijo mientras dejaba resbalar una lágrima por la mejilla.

– ¿Lloras por mí? -preguntó él antes de secársela.

– Por supuesto -respondió Sabrina. Le entraron ganas de sacudirlo por los hombros- ¿Es que no te das cuenta? Te amo. No quiero que te pase nada malo. Maldita sea, Kardal, levántate, vístete y vete.

No había pensado qué ocurriría si le confesaba lo que sentía, pero en ningún momento ha bría imaginado que Kardal fuera a sentarse y echarse a reír. Su reacción la sorprendió tanto que dejó de llorar y la miró boquiabierta.

– ¡Qué dulce eres! -exclamó sonriente después de darle un beso-. Y me alegra que me quieras. Siempre es importante que las mujeres amen a los hombres. El amor las hace felices. Y obedientes. Aunque no creo que tú llegues a tanto nunca. Aun así, tienes muchas virtudes y serás una excelente esposa para mí.

Ella oyó las palabras. Entraron por sus oídos y se colaron hasta el cerebro. Pero no tenían sentido.

– ¿Qué? -acertó a susurrar.

– ¿No lo adivinas? -Kardal sonrió-. Yo soy tu anciano de mal aliento. Yo soy el hombre con el que tu padre te prometió.

– ¿Tú?

Sabrina retrocedió un paso. Intentó recordar la conversación con su padre. El momento en el que le había anunciado que se casaría con un desconocido. No se había quedado lo suficiente para saber de quién se trataba. Pero ¿Kardal?

– Ya sé: eres feliz -dijo él encogiéndose de hombros-. Así es como debe ser -añadió mientras salía de la cama y recogía su ropa.

Un objeto contundente voló hacia él. Kardal. Apenas tuvo tiempo para agacharse antes de que un jarrón atravesara el espacio en el que había estado su cabeza un segundo antes. Miró a Sabrina. Su cara echaba chispas de furia.

– ¡Maldito seas! -exclamó colérica – ¿Cómo te atreves?

Kardal se puso los pantalones y levantó las manos en señal de protesta.

– ¿Qué pasa?, ¿Por qué estás enfadada? Deberías estar contenta de no tener que casarte con un anciano con tres mujeres.

– ¡Lo sabías! -Sabrina lo señaló con un dedo como si acabase de robar algo precioso-, Sabias que estábamos prometidos, pero no me lo querías decir. Por eso me hiciste tu esclava.

– Querías saber cómo era. Y por eso no ha venido a buscarme mi padre. No es porque le diera igual que me hubiesen secuestrado. En realidad, no estaba secuestrada.

– Sabrina, estás exagerando. Acabas de decir que me querías y ahora sabes que vamos a estar juntos. Te he dicho que todo se arreglaría y así es.

– ¡Ni hablar! -Sabrina agarró otro jarrón, lo miró y volvió a colocarlo en la mesa. Le lanzó la fuente de la fruta-. Has estado jugando conmigo. Te has reservado la información y has dejado que me sintiera fatal por todo.

– ¿Por qué te enfadas? -insistió Kardal-. Seré tu marido.