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– ¿Qué te hace pensar que quiero que lo seas?

Kardal seguía sin entender porqué estaba tan disgustada.

– Sabrina…

– ¡No! -atajó esta-. Todo este tiempo he estado preocupándome por ti. Tenía miedo de estar contigo y hacer el amor porque pensaba que te matarían por mi culpa, y me has usado y me has ocultado la verdad… Creía que éramos amigos, que te importaba – añadió justo antes de cruzarse de brazos y darse la vuelta.

– Somos amigos… y amantes. Y pronto estaremos casados.

– ¡Ni lo sueñes! -exclamó Sabrina-. Jamás te lo perdonaré, Kardal. Me has maltratado.

– Pero, ¿cómo?, ¿Qué he hecho mal? – preguntó, sinceramente desconcertado.

– No me quieres.

– Tú eres mujer -contestó Kardal. ¿Amar él? Imposible-. Yo soy el príncipe de los ladrones.

– Eres un hombre, lamento decírtelo. Y es una pena que no haya ningún anciano de mal aliento, porque sería mejor que tener que casarme contigo. No puedo creer cómo he sido tan estúpida de llegar a tomarte cariño. Pero puedes estar seguro de que no volveré a cometer el mismo error. En cuanto encuentre la forma de dejar de quererte, te aseguro que voy a hacerlo.

Echó a andar hacia la puerta y, antes de que él pudiera detenerla, se había marchado.

Sabrina corrió por los pasillos del palacio. Adiva la vio y trató de averiguar qué le pasaba, pero Sabrina no podía pensar Solo podía moverse. Como si intentara huir del dolor tan grande que sentía. Era como si le hubieran desgarrado el corazón. Y tal vez lo habían hecho. A Kardal le parecía una gran broma. Se había estado riendo a su costa. De pronto encajaban las piezas. Tendría que haberse dado cuenta antes. En algún momento, debería haber adivinado la verdad.

Sin advertir en qué dirección corría, acabó frente a los aposentos de Cala. Atravesó el arco que comunicaba con el antiguo harén y llamó a la puerta de la habitación de la madre de Kardal

– Cala -la llamó mientras volvía a golpear la puerta-. ¿Estás ahí?

– Un momento

Oyó un ruido procedente del interior y, al cabo de unos segundos, la puerta se abrió unos centímetros. Cala, normalmente elegante y bien peinada, apareció en bata y con el pelo revuelto.

– Sabrina… -arrancó distraída Luego agudizó la vista-. ¿Qué te pasa, cariño? ¿ Has llorado?

Sabrina advirtió un movimiento al fondo de la habitación. Vio al rey Givon medio vestido, terminando de ponerse la camisa. Se ruborizó

– Perdón -se disculpó enseguida-. No pretendía interrumpiros mientras… O sea, no quería molestarte.

Al parecer, Givon y Cala habían retomado su relación. Aunque la noticia debería haberla alegrado, a Sabrina le costó no romper a llorar de nuevo

– Perdón -repitió y se giró para marcharse.

– Espera -Cala miró a Givon, el cual asintió con la cabeza. Luego metió a Sabrina en la habitación-. Cuéntanos qué pasa.

A Sabrina la incomodaba hablar de su vida privada delante del rey Givon. Intentó retirarse, pero Cala la sujetó con fuerza y la obligó a sentarse en el sofá. Luego le agarró las manos y le dio un pellizquito cariñoso.

– ¿Qué ha pasado? -le preguntó.

Givon se sentó en un sillón a la derecha del sofá. Su rostro de preocupación y la amabilidad de Cala la desarmaron. Sabrina se encontró relatando toda su historia, desde el momento en que su padre le había dicho que estaba prometida a un hombre al que no conocía hasta la confesión de Kardal de que él era su prometido.

– Se ha reído de mí -terminó, luchando por contener las lágrimas – Todo este tiempo he estado preocupándome por él, enamorándome, y él se estaba riendo de mí. Además, no me quiere. Cree que seré una esposa decente, pero no es lo mismo. Dice que seré feliz por el mero hecho de amarlo. Se supone que esa debe ser mi recompensa por ser su esposa… ¿Qué he hecho mal?, ¿Cómo ha podido pasar esto? -le preguntó a Cala y esta suspiró.

– Me temo que yo también me sigo equivocando igual que hace treinta años. Lo siento, Sabrina. Sabía quién eras, pero tampoco te dije nada. No quería interferir en la vida de mi hijo, pero me doy cuenta de que ha sido un error.

Sabrina intentó no sentirse más estúpida de lo que ya se sentía, pero no podía. Intentó ponerse de pie.

– Entiendo. Siento haberte molestado.

– No -le rogó Cala-. Por favor, no te vayas. Me siento fatal por lo que ha pasado. Siento que mi hijo sea idiota. Me gustaría hacer todo lo que pueda por ayudarte. Sé que Kardal y tú tenéis muchas cosas en común. Os llevaríais bien.

Genial. Cala le estaba ofreciendo a un compañero para el resto de la vida. Pero ella quería amor.

– Quizá pueda ayudar -dijo Givon, interviniendo por primera vez en la conversación.

– No creo que nadie pueda. Me da igual si Kardal está dispuesto a casarse conmigo -Sabrina se sorbió la nariz-. Yo no me casaré con él. Me ha utilizado. Si no me quiere, yo tampoco quiero nada con él.

– Entiendo lo que dices -Givon asintió con la cabeza-. Sin embargo, hace poco que he visto a mis tres hijos enamorarse de unas mujeres maravillosas. Ninguno supo manejar la situación. De hecho, estuvieron a punto de perder al amor de su vida. Yo perdí el mío hace treinta y un años. Así que tengo algo de experiencia en este asunto. Kardal tiene que aprender qué es lo que importa.

– ¿Y tú sabes cómo enseñárselo? -Sabrina tragó saliva-. Porque yo no sé.

– Tengo una idea -Givon sonrió-. Los hombres no suelen darse cuenta de lo que tienen hasta que lo han perdido. Teniendo eso en cuenta, estaría encantado de que fueras mi invitada en El Bahar, alejada de tu padre y de Kardal.

– ¿Puedes? -Sabrina pestañeó.

– Jovencita, soy Givon, rey de El Bahar. Puedo hacer lo que quiera.

Al cabo de media hora, Sabrina, Cala y varios criados se dirigieron hacia el helicóptero que esperaba a Givon. Además de las maletas con la ropa, llevaron varios baúles pequeños. Dentro estaban los tesoros que Sabrina había decidido devolver a sus legítimos dueños.

Las aspas del helicóptero giraban despacio bajo la luz del crepúsculo, levantando polvo y ¡ironías del desierto.

– Princesa, ¿está segura de que quiere hacer esto? -le preguntó preocupada Adiva, gritando por encima del motor-, el príncipe te echará mucho de menos.

– Eso espero -dijo Sabrina mientras Cala le daba un beso de despedida a Givon antes de montarse en el helicóptero.

– ¿Qué pasa aquí?

Sabrina se giró hacia atrás y vio a Kardal avanzar hacia ella. Parecía furioso, daba miedo. Sabrina pensó en escabullirse en el interior del helicóptero, pero decidió enderezar la espalda y hacer frente a Kardal. No podía hacerle más daño del que ya le había hecho.

– ¿Qué haces? – preguntó él cuando estuvo a su altura.

– Me voy -dijo Sabrina. Una mota de polvo le hizo cerrar los ojos, pero antes pudo ver el ceño fruncido de Kardal

– ¿Porqué?

Quiso gritar. Resultaba tan frustrante.

¿Cómo podía no darse cuenta?, ¿En qué momento se había vuelto tonto?

– Porque me había enamorado de ti y te has estado riendo a mi costa. Tenía miedo de que pudieran matarte y tú me estabas gastando una broma. Me voy, no pienso volver.

– Pero me quieres. Tienes que casarte conmigo. Accederé al matrimonio. Quiero que nos casemos.

Givon se acercó y puso una mano sobre el hombro de su hijo.

– Dile que la quieres.

– No necesito consejo paterno a estas alturas -replicó Kardal, fulminándolo con la mirada. Luego agarró un brazo de Sabrina-. Ya está bien de tonterías. Se acabó. Vuelve a tus aposentos de inmediato.

– Ni lo sueñes.

Sabrina se soltó y se metió corriendo en el helicóptero. Mientras se sentaba junto a Cala, un hombre apareció. ¡Rafe!

Pero no la agarró ni la sacó. Se limitó a mirarla unos segundos antes de decir:

– Es un hombre testarudo.