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– No espero que cambie. Pero me niego a seguirle el juego.

– Tienes agallas -dijo él al tiempo que le dedicaba una sorprendente sonrisa-. Siempre he pensado que eras justo la mujer que necesita.

Sabía que solo intentaba ser amable, pero sus palabras fueron como una puñalada. ¿Por qué todos veían que Kardal y ella estaban hechos el uno para el otro, todos menos Kardal?

– No puedo esperar a que se dé cuenta – contestó Sabrina.

Rafe asintió con la cabeza. Cuando Kardal se aproximó, Rafe cerró la puerta, dio un paso atrás e instó al piloto a que despegara. Segundos después estaban en el aire, alejándose de la Ciudad de los Ladrones.

Sabrina miró el castillo por la ventana. Había sido feliz entre sus muros. Se había enamorado en aquel palacio. Pero había llegado el momento de marcharse y probablemente no volvería nunca. No recordaba haberse sentido tan triste jamás.

– Todo se arreglará -le dijo Cala-. Ya lo verás.

Sabrina guardó silencio. El consuelo de una mujer que había perdido al amor de su vida durante treinta y un años no la hacía sentirse mejor.

– No pienso tolerarlo -bramó Kardal.

No había dejado de dar vueltas al despacho desde que había entrado. No podía creerse lo que estaba pasando. Tan pronto estaba todo perfecto con Sabrina y un segundo después estaba llorando y amenazándolo con marcharse. Peor todavía: se había marchado.

– ¿Por qué la has ayudado? -le recriminó a Rafe-. Trabajas para mí. Deberías haber impedido que se fuera.

– Bueno, despídeme -Rafe se encogió de hombros.

Pasó por alto la impertinencia. No quería prescindir de su amigo. Así que dirigió su enfado hacia su padre.

– ¿Dónde están?

Givon se apoyó contra el escritorio.

– No eres el único que tiene un castillo secreto – dijo el rey con cierto tono burlón-. Sabrina y tu madre están a salvo. Cuando descubras cuál es el problema y como solucionarlo, te llevaré hasta ellas. Hasta entonces, tendrás que arreglártelas por tu cuenta.

– ¿Problema? -Kardal estaba colérico. Comprendió que a Sabrina le entraran ganas de arrojar objetos contra las personas. En esos momentos les habría tirado cualquier cosa a los dos hombres que lo acompañaban-. El único problema es que Sabrina se ha ido. Quiero que vuelva ahora mismo. Estamos prometidos. No tienes derecho a apartarla de mí -añadió, fulminando a su padre con la mirada.

– Ella no quiere casarse contigo -contestó sereno Givon.

– No la culpo -terció Rafe-. Estás siendo un idiota, Kardal.

Este los miró perplejo. ¿Se había vuelto loco todo el mundo?

– Soy Kardal, príncipe de los ladrones. No he cometido ningún error.

– ¿Y por qué te ha dejado Sabrina? -preguntó Givon.

– Porque es una mujer y las mujeres tienen ataques de histeria.

– En ese caso, mejor que se haya marchado, ¿no?

Tenía su lógica, pensó disgustado Kardal. Pero ya no podía imaginarse el castillo sin ella. En las últimas semanas, se había convertido en parte de su vida. Necesitaba oír su voz y su risa. Sabrina lo entendía, con ella podía hablar de muchas cosas.

– La encontraré -afirmó Kardal.

– Buena suerte -se burló Rafe-. Tengo entendido que el palacio secreto de Givon está en el Océano índico. ¿Alguna vez has intentado encontrar una isla en un océano?

Antes de que pudiera responder, llamaron a la puerta.

– ¡Fuera! -gritó Kardal. Pero, en vez de obedecerlo, su ayudante entró en el despacho.

– Siento molestarlo, señor -dijo Bilal-. Pero me informan de que el rey Hassan acaba de llegar. Ha venido a comprobar que su hija se encuentra bien.

Capítulo 15

ESTALLÓ el caos. El rey Hassan irrumpió en el despacho. No era tan alto como Givon y Kardal, pero tenía el aire autoritario de quien llevaba años siendo gobernante de un país.

– He oído que ni siquiera está aquí -dijo Hassan a modo de saludo. Saludó con la cabeza a Givon y luego clavó la mirada en Kardal – Te confié a mi hija y la has extraviado.

– Está a salvo -aseguró Givon antes de dirigirse a Hassan y estrecharle la mano-. Ella y la madre de Kardal han salido hace unos minutos en mi helicóptero.

– ¿Por qué? -Hassan frunció el ceño-. ¿Adonde?

– Eso quiero yo saber -gruñó Kardal, que habría preferido no tener que vérselas con el padre de Sabrina en ese momento.

– A una isla secreta que tengo -Givon se encogió de hombros.

– ¿Qué está pasando aquí? -preguntó Hassan

– . Givon, ¿qué haces tú en la Ciudad de los Ladrones?

– He venido a visitar a mi hijo.

Hassan enarcó las cejas.

Kardal trató de encontrar algún parecido entre Sabrina y su padre, pero no vio más similitud que el color marrón de sus ojos.

– No sabía que hubieses reconocido a tu hijo.

– Lo reconozco ahora -contestó Givon.

– Ya era hora -dijo Hassan.

Los tres se quedaron en silencio. De pie. Rafe había optado por tomar asiento en el sofá. Kardal pensó en hacer de anfitrión educado, pero en esos momentos le daban igual los buenos modales y lo que los demás hombres pensaran de él. Se dirigió a Hassan.

– No tienes derecho a dar lecciones a nadie sobre cómo tratar a un hijo. ¿Qué me dices de tus responsabilidades como padre? Tu hija es una mujer bonita e inteligente. Das por sentado que es como su madre porque no te has molestado en conocerla. Podría haber sido la flor más bonita del jardín que forman tus hijos, pero solo has cuidado de tus varones. Te desentendiste de ella porque era lo más fácil -dijo y se giró hacia Givon-. Como tú te desentendiste de mí.

– No lo niego -aceptó este-. Pero te recuerdo que te has convertido en un gobernante valioso y respetado por tu pueblo.

– Eso no te excusa.

– Puede que no, pero explica mi elección. Tenías a tu madre para que te criara y amara. Si me hubiera marchado de El Bañar, habría tenido que abandonar a mis hijos. Y ellos no tenían madre.

Kardal no quería aceptar los argumentos de su padre.

– ¿Y qué pasa con Cala?, ¿Alguna vez pensaste en ella?

– Todos los días de mi vida. Igual que en ti. Quería estar con los dos. Puedes creértelo o no, pero es verdad.

Givon había hablado con una tristeza tan honda que a Kardal casi se le olvidó que estaba enfadado.

– Todo esto está muy bien -terció Hassan-. Reconciliaos si queréis, pero no me habéis respondido. ¿Dónde está mi hija?

– Ha huido -contestó Kardal-. Givon se niega a decir adonde.

– Te dejas la parte más interesante de la historia -contestó Givon sonriente.

– ¿Qué parte? -preguntó incómodo Kardal.

– Cuéntale lo de que se ha enamorado de ti -propuso Rafe desde el sofá-. Y lo de esta tarde. Ya sabes, cuando…

Kardal asesinó a Rafe con la mirada, pero su amigo se encogió de hombros.

– Ya ajustaremos cuentas -le dijo antes de dirigir su atención a Hassan.

El rey de Bahania parecía a punto de estallar. Aunque llevaba un traje occidental, era evidente que había nacido en el desierto y su sangre exigía venganza.

– ¿Lo de esta tarde! -repitió crispado.

– Estamos prometidos -le recordó Kardal-. Y eres tú el que me dijo que no garantizabas que fuese virgen.

– Y tú el que me dijo que seguía intacta. Hasta que te aprovechaste de ella. Creía que estabas lanzándome un farol, poniendo a prueba mi paciencia para llamar mi atención.-Es importante que Sabrina y yo nos casemos cuanto antes -Kardal respiró profundo-. Me he acostado con ella esta tarde.

Hassan se lanzó por él. Givon se interpuso entre los dos, Rafe saltó del sofá; pero Kardal los apartó a los dos y se acercó a Hassan.

– ¿Qué vas a hacerme?

– Decapitarte -escupió Hassan- Si tienes suerte. Porque quizá me asegure de que no vuelvas a estar con una mujer en tu vida.

– ¿Por qué? -lo desafió Kardal-. Sabrina nunca te ha importado.