Выбрать главу

– No es ningún juego -contestó su padre. Hassan avanzó hacia Sabrina-. ¿Cómo estás, hija mía? -le preguntó tras tomar sus manos.

– Confundida -reconoció ella-. ¿Por qué estás aquí?

– Porque eres mi hija y me he portado mal contigo.

Sabrina miró a su padre. Lo miró a los ojos y trató de averiguar qué pasaba por su cabeza.

– No me crees -dijo apenado Hassan-. Supongo que me lo merezco. Por todos estos años en que te he tratado como si fueras un estorbo. Lo siento, me he dado cuenta de que no eres como tu madre. Me equivoqué al dar por sentado que lo eras.

– Una disculpa pésima -Sabrina apartó las manos-. Lo que deberías decirme es que da igual si soy como mi madre. Sigo siendo tu hija. El amor de los padres debería ser incondicional.

– Tienes razón -concedió Hassan sorprendentemente-. Me he equivocado mucho. Espero que con el tiempo podamos reconstruir nuestra relación.

Ella deseaba creerlo. Tal vez lo hiciera… algún día.

Hassan se puso a su lado y colocó un brazo sobre sus hombros.

– Por otra parte, Kardal, príncipe de los ladrones, ha confesado que te ha desflorado. En circunstancias normales ya estaría muerto, pero existen atenuantes. Estabais prometidos. Y yo mismo soy responsable de que hayas permanecido bajo su techo.

Cala empezó a llorar. Fueron sus lágrimas las que convencieron a Sabrina de que aquello estaba sucediendo de verdad. Miró a Givon.

– No me lo estoy imaginando, ¿verdad? El padre de Givon negó con la cabeza.

– Kardal ha sido un hombre recto toda su vida. Pero hasta los soberanos más poderosos deben someterse a la justicia. Kardal te quitó lo que estaba prohibido. Tiene suerte de seguir con vida.

Sabrina se giró hacia Kardal. Este la miró con firmeza.

– No es tan terrible -dijo-. Puedes casarte conmigo y me perdonarán o rechazarme y me desterrarán.

Sintió que el estómago se le revolvía.

– De modo que es otro juego. Los has convencido a todos para que estén de tu parte No pienso casarme contigo, Kardal, por muchos juegos que inventes.

– Perfecto -contestó él – Yo tampoco quiero que te cases conmigo.

Sabrina había creído que no podría sentir más dolor, pero se había equivocado. Un nuevo cuchillo le atravesó el corazón.

– Entiendo.

– No, no lo entiendes -Kardal fue a levantarse, pero los guardias que lo escoltaban lo pusieron de rodillas de nuevo. Frunció el ceño. Luego volvió a mirar a Sabrina-. Me equivoqué desde el principio. No debería haberte ocultado la verdad. He sido muy arrogante. Había leído cosas sobre ti, cosas que no me gustaban. Aunque había accedido a ser tu prometido, tenía mis dudas. Me preguntaba si merecía la pena casarme contigo a cambio de fortalecer los lazos con Bahania.

– Muchas gracias -murmuró ella.

– Pero luego empecé a conocerte. Me di cuenta de cómo eras en realidad. Entonces supe que estaría orgulloso de que fueras mi esposa. Quise enseñarte una lección: cómo ser una esposa obediente. Pero he sido yo quien ha cambiado.

Kardal hizo una pausa. Sabrina lo miró, pensó que los grilletes debían de dolerle mucho.

Luego se regañó por compadecerse. Kardal se merecía lo que le pasara.

– Te quiero -dijo él de pronto-. Yo, que siempre había creído que los hombres estábamos por encima de esos sentimientos, me he dado cuenta de que eres mi luna y mis estrellas. Mi padre ha querido a mi madre durante treinta y un años a pesar de estar separados. Me temo que correría la misma suerte si me apartas de tu lado.

Habían pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo, pensó Sabrina, confundida todavía. El corazón le rogaba que lo creyese, pero su cabeza seguía desconfiando.

– Kardal, ¿cómo sé que no se trata de una estrategia para conseguir lo que quieres? -le preguntó.

– No lo puedes saber -contestó él – Así que te pido que me rechaces. Luego me desterrarán.

– ¿Qué?, ¿Abandonarías la ciudad?, ¿El desierto?

– Sí. Y una vez desterrado, volvería a ti y me pasaría el resto de mi vida convenciéndote de que te amo -Kardal sonrió. Una sonrisa cálida y luminosa que empezó a sanar las heridas del corazón de Sabrina-. Puedo vivir sin la ciudad, pero no podría sobrevivir sin ti.

Sabrina dio un paso adelante, se paró. ¿Qué debía hacer? Quería creerlo, pero no sabía si debía.

– Obedece tu corazón -le dijo Cala mientras se abrazaba a Givon-. Sabrina, confía en lo que te diga el corazón.

– No te cases conmigo -repitió Kardal-. Por favor. Haz que me destierren. Te juro que volveré a tí. Te lo demostraré. Te adoraré como el sol adora la Ciudad de los Ladrones.

– Kardal…

– Sabrina, tenías razón. No quería reírme de ti, pero me porté mal. Te mereces estar segura de que te quiero. Destiérrame. Destiérrame y te amaré toda la vida -insistió él-. Sabes que estamos hechos el uno para el otro. Somos demasiado parecidos para ser felices con otra persona. Deja que te demuestre mi amor.

– ¡No!

Sabrina negó con la cabeza, se dio la vuelta y salió corriendo. Demasiada información. Demasiadas preguntas. ¿Desterrar a Kardal?, ¿obligarlo a perder todo para demostrarle su amor?

Alcanzó su habitación y se encerró dentro. Oyó pisadas afuera. Luego, su padre entró en el dormitorio.

– No es ningún farol -dijo Hassan-. Givon y yo lo desterraremos.

– Yo no quiero eso -contestó Sabrina-. Solo quiero estar segura.

– ¿Qué te convencería?, ¿Que renunciase a lo que más quiere?

Era lo que Kardal había hecho. Sabrina pensó en la bella Ciudad de los Ladrones y en lo feliz que Kardal era allí. Pensó en todas las veces que había ido a hablar con ella, a pedirle consejo, a compartir sus miedos. Un hombre que no la quisiera no haría algo así. Había sido arrogante y estúpido. Era un príncipe, un hombre. ¿Por qué se sorprendía tanto?

– Lo quiero -dijo de pronto y se abrazó a su padre. Por primera vez en su vida, este le devolvió el abrazo.

– Me alegro. Después de todo, podrías estar embarazada de su hijo.

– No se me había ocurrido -susurró Sabrina. ¿Embarazada?, ¿De Kardal?

Su corazón se colmó de alegría. De alegría y de una certeza que alivió todo el dolor que había sufrido. Lo quería. Cala tenía razón. Debía obedecer a su corazón.

Sabrina se acercó a los baúles que se había llevado del palacio. Abrió uno de ellos. Dentro había decenas de tesoros.

– Están por aquí -dijo mientras buceaba entre diamantes y otras piedras preciosas

Abrió un segundo baúl, luego otro. Por fin sacó dos brazaletes de esclavo. Eran de oro macizo, grandes, diseñados para las muñecas y los antebrazos de un hombre.

– Me asombra tu creatividad -dijo Hassan.

– Gracias.

Sin dejar de sonreír, regresó a la entrada de la villa. Todos seguían allí, incluido Kardal, todavía de rodillas. Se puso frente a él y ordenó a los guardias que lo dejaran libre.

– He tomado una decisión -anunció. Kardal esperó a que lo soltaran. Luego se puso de pie. Sabrina sacó los brazaletes. Kardal la miró. Sin decir una palabra, le ofreció las muñecas. Sabrina le colocó los brazaletes-. Que sirva como recordatorio de que podía haberte desterrado… aunque he decidido casarme contigo.

Los ojos de Kardal se iluminaron de amor. Le acarició una mejilla.

– La mayoría de las parejas prefieren intercambiarse anillos.

– No somos como la mayoría de las parejas -dijo ella.

– Me pasaré el resto de la vida demostrándote que te quiero -Kardal la abrazó y la besó-. Siento mucho haberte hecho daño. No pretendía hacerte sentir que no te quería.

– Lo sé.

– Entonces ¿me perdonas?

– Te quiero. No tengo otra opción.

– La has tenido -Kardal la miró a los ojos-. Habría vuelto por ti aunque me hubiesen desterrado.

– Lo sé, pero así puedes tenerme a mí y conservar la ciudad.