– ¡Aja! -dice Arthur, apenas a mitad de párrafo-. Escucha esto. «El presidente adjunto de los Quarter Sessions, que presidió el juicio, consultado sobre la sentencia, informó de que él y sus colegas eran de la firme opinión de que fue justa.» Aficionados. Aficionados hediondos. Ni un solo abogado entre ellos. A veces tengo la impresión, querida Jean, de que el país entero lo gobiernan aficionados. Escúchalos. «Esta circunstancia nos suscita serias dudas a la hora de discrepar de una sentencia que fue dictada y aprobada de este modo.»
A George le preocupa menos este exordio; sabe suficientes leyes para conocer que hay un «sin embargo» a la vuelta de la esquina. Aquí viene… no uno, sino tres. Sin embargo, causó una conmoción considerable en el vecindario de Wyrley en la época; sin embargo, la policía, hasta entonces tan desorientada, «estaba sumamente ansiosa» de detener a alguien; sin embargo, la policía había iniciado y realizado una investigación «con el fin de encontrar pruebas contra Edalji». Aquí se decía de una forma abierta y ahora plenamente oficial. La policía tuvo prejuicios contra él desde el principio.
Tanto Arthur como George leyeron: «El caso es asimismo de una gran dificultad inherente, ya que no es posible adoptar criterio alguno que no implique enormes improbabilidades.» «Sandeces -piensa Arthur-. ¿Qué demonios es la enorme improbabilidad de que George sea inocente?» George piensa: «Esto es sólo una expresión artificiosa; están diciendo que no hay término medio, lo cual es verdad, pues o soy completamente inocente o completamente culpable, y puesto que hay «enormes improbabilidades» en los cargos, el caso debe ser y será sobreseído.
Los «defectos» del juicio…, la acusación cambió en dos aspectos trascendentes a lo largo del proceso. En efecto. Primero en la cuestión de cuándo se suponía que se había cometido el delito. El testimonio de la policía era «incoherente y en realidad contradictorio». Discrepancias similares respecto a la navaja… Las huellas. «Creemos que el valor de las huellas como prueba es prácticamente nulo.» La navaja como arma. «No es muy fácil de conciliar con el testimonio del veterinario.» La sangre que no estaba fresca. Los pelos. «El doctor Butter, que es un testigo por encima de toda sospecha.»
«El doctor Butter era siempre el escollo», piensa George. Pero hasta aquí el informe es bastante imparcial. A continuación, las cartas. Las cartas de Greatorex son la clave, y el jurado las examinó a fondo. «Reflexionaron sobre el veredicto un tiempo considerable y creemos que debe suponerse que estimaron que Edalji era el autor de aquellas cartas. Las hemos examinado con detenimiento y comparado con la letra reconocida de Edalji y no estamos dispuestos a disentir de la conclusión a la que llegó el jurado.»
George siente que va a desmayarse. Lo único que le alivia es que sus padres no estén con él. Relee las palabras. «No estamos dispuestos a disentir.» ¡Creen que él escribió las cartas! ¡El comité le está diciendo al mundo que él escribió las cartas de Greatorex! Da un sorbo de agua. Deja el informe en la rodilla hasta reponerse.
Arthur, entretanto, sigue leyendo, cada vez más furioso. Sin embargo, el hecho de que Edalji escribiera las cartas no significa que también cometiera las atrocidades. «Oh, qué probidad la suya», exclama. No son las cartas de un culpable que intenta culpar a otros. «¿Cómo demonios iban a serlo -Arthur gruñe para su coleto-, en nombre de todos los poderes terrenales y sobrenaturales, si al hombre a quien más culpaban era el propio George?» «Creemos muy probable que sean las cartas de un hombre inocente, pero obcecado y malévolo, que se permite la picardía de simular que sabe lo que en realidad ignora para confundir a la policía y aumentar los obstáculos de una investigación muy dificultosa.»
– ¡Patrañas! -grita Arthur-. Pa-tra-ñas.
– Arthur.
– Patrañas, patrañas -repite él-. No he conocido en toda mi vida a una persona más sobria y sin recovecos que George Edalji. «Picardía…», ¿no leyeron esos insensatos todos los testimonios sobre el carácter de George reunidos por Yelverton? «Obcecado y malévolo.» ¿Está este… esta… novela corta -la golpea contra la repisa de la chimenea- protegida por inmunidad parlamentaria? Si no, voy a querellarme por difamación. Voy a ajustarles las cuentas. Lo pagaré de mi bolsillo.
George cree que está alucinando. Que el mundo se ha vuelto loco. Está de nuevo en Portland, sometido a un baño seco. Le han ordenado que se desvista hasta la camisa, le han hecho levantar las piernas y abrir la boca. Le han levantado la lengua y… ¿qué es esto, D462? ¿Qué tienes escondido debajo de la lengua? Creo que es una palanca. ¿No cree, oficial, que es una palanca lo que tiene escondido debajo de la lengua? Más vale que informemos al director. Te has metido en un buen lío, D462, más vale que te avise. Y con todo lo que hablabas de que eras el último preso que intentaría fugarse de la cárcel. Tú, con tus aires de santurrón y tus libros de la biblioteca. Tenemos tu número, George Edalji, y es el D462.
Vuelve a detenerse. Arthur continúa. El segundo defecto de la acusación radicaba en el supuesto de que Edalji había o no había actuado solo; cambiaban de opinión según les convenía. Bueno, a los majaderos del comité al menos no se les había escapado esto. La cuestión clave de la visión ocular. «Mucho hincapié» se había hecho sobre este punto «en algunas de las comunicaciones presentadas al Ministerio del Interior». Sí, en efecto: el hincapié que habían hecho destacados oculistas de Harley Street y Manchester Square. «Hemos estudiado con atención el informe de los expertos eminentes que examinaron a Edalji en prisión y el dictamen que nos han presentado algunos oftalmólogos; y los materiales reunidos hasta ahora nos parecen absolutamente insuficientes para establecer la imposibilidad alegada.»
– ¡Imbéciles! «Absolutamente insuficientes.» ¡Majaderos e imbéciles!
Jean mantiene la cabeza gacha. Se acuerda de que la campaña de Arthur había arrancado de este punto de partida: era la razón de que no sólo pensara que George Edalji era inocente, sino que lo sabía. ¡Qué falta de respeto esa ligereza con que tratan la labor y el criterio de Arthur!
Pero sigue leyendo, sigue adelante como si quisiera olvidar este punto. «En nuestra opinión, la sentencia fue insatisfactoria y… no podemos concordar con el veredicto del jurado.» ¡Ja!
– Eso significa que has ganado, Arthur. Han rehabilitado su nombre.
– ¡Ja! -Arthur ni siquiera se da cuenta de la interjección-. Ahora escucha esto. «Nuestro informe sobre el caso significa que no habría estado justificado que el Ministerio del Interior interviniera previamente.» Hipócritas. Mentirosos. Mayoristas de cal.
– ¿Qué quiere decir eso, Arthur?
– Quiere decir, mi queridísima, que nadie se ha equivocado. Que se ha aplicado la gran solución británica a todo. Ha sucedido algo terrible, pero nadie ha cometido un error. Tendrían que incluirlo retroactivamente en la declaración de derechos. Nadie tendrá la culpa de nada, y en especial no la tendremos nosotros.
– Pero admiten que el veredicto fue un error.
– Dicen que George era inocente, pero nadie tiene la culpa de que haya disfrutado de tres años de trabajos forzados. Una y otra vez se le señalaron los defectos al ministerio y una y otra vez el ministerio se negó a revisar el caso. Nadie se equivocó. ¡Hurra, hurra!
– Arthur, cálmate un poco, por favor. Tómate un brandy con soda o alguna otra cosa. Hasta puedes fumar la pipa si quieres.
– Nunca, delante de una dama.
– Bueno, de buena gana haría una excepción. Pero cálmate un poco. Y luego veremos cómo justifican una declaración semejante.
Pero George llega antes a ella. «Sugerencias… derecho de gracia… concesión de un indulto… Por un lado, creemos que no debería haberse dictado esta sentencia por los motivos que hemos expuesto… pérdida total de su posición y perspectivas profesionales… supervisiones de la policía… difícil, si no imposible, recuperar la posición que ha perdido.» George hace un alto y bebe un vaso de agua. Sabe que a «por un lado» sigue siempre «por otro» y no está seguro de poder afrontar lo que represente ese otro.