El vicario no corrige la fuente de Brookes. Además, intuye en su actitud cierta pereza.
– Pero ¿no ha hecho más que guardar las cartas en un cajón?
– He preguntado por ahí. Le pregunté a Fred qué sabía.
– ¿Quién es ese Wynn?
Al parecer, Wynn es un pañero que vive varios pueblos más allá, en Bloxwich. Tiene un hijo que va a la escuela de Walsall con el chico de Brookes. Se encuentran en el tren todas las mañanas y suelen regresar juntos. Hace algún tiempo -el ferretero no especifica cuánto-, acusaron al hijo de Wynn y al joven Fred de romper la ventanilla de un vagón. Ambos juraron que había sido un chico llamado Speck, y al final los responsables del ferrocarril decidieron no presentar cargos. Quizá este hecho tuviese algo que ver. Quizá no.
El vicario no entiende la desidia de Brookes en este asunto. No, Wynn padre no ha recibido ninguna carta. No, Wynn hijo y el hijo de Brookes no son amigos de George. Esto último no es ninguna sorpresa.
Shapurji refiere este diálogo a George antes de la cena y se declara animado.
– ¿Por qué está animado, padre?
– Cuanta más gente haya afectada, más probable es que descubran al granuja. Cuanta más gente persiga, más probable es que cometa un error. ¿Conoces a ese chico, el tal Speck?
– ¿Speck? No -dice George, moviendo la cabeza.
– Y también me alienta en un sentido que persigan a la familia Brookes. Eso demuestra que no se trata de un mero prejuicio racial.
– ¿Eso es bueno, padre? ¿Que te odien por más de un motivo?
Shapurji sonríe para sus adentros. Siempre le deleitan estos fogonazos de inteligencia en un chico que con frecuencia está muy ensimismado.
– Te repito que serás un excelente abogado, George.
Pero en el momento en que pronuncia estas palabras se acuerda de una frase de una de las cartas que no ha enseñado a su hijo. «Antes de que acabe el año su hijo estará en el cementerio o deshonrado para toda la vida.»
– George -dice-. Hay una fecha que quiero recordarte. El 6 de julio de 1892. Hace dos años justos. Fue el día en que Dadabhoy Naoroji fue elegido diputado por el distrito Finsbury Central de Londres.
– Sí, padre.
– Naoroji fue durante muchos años profesor de gujarati en la Universidad de Londres. Me carteé con él durante una breve temporada y me enorgullece decir que tuvo palabras de elogio para mi Gramática de la lengua gujarati.
– Sí, padre.
George ha visto más de una vez sacar a colación la carta del profesor.
– Su elección fue el honroso desenlace de una época sumamente deshonrosa. El primer ministro, lord Salisbury, dijo que los negros no debían ser elegidos para el Parlamento, y que no lo serían. Hasta la reina le reprendió por decir esto. Y sólo cuatro años después, los votantes de Finsbury Central decidieron que estaban de acuerdo con la reina y no con lord Salisbury.
– Pero yo no soy un parsi, padre.
A la cabeza de George retornan las palabras: el centro de Inglaterra, el corazón palpitante del Imperio Británico, la fluida línea de sangre de la Iglesia anglicana. El es inglés, es estudiante de Derecho en Inglaterra y un día, Dios mediante, se casará de acuerdo con los ritos y ceremonias de la Iglesia de Inglaterra. Es lo que sus padres le han enseñado desde el principio.
– Eso es bien cierto, George. Eres inglés. Pero puede que otros no estén totalmente de acuerdo. Y donde vivimos…
– El centro de Inglaterra -responde George, como en el catecismo de dormitorio.
– El centro de Inglaterra, sí, donde nos encontramos y donde he ejercido durante casi veinte años, el centro de Inglaterra…, a pesar de que todas las criaturas son iguales ante Dios, es todavía un poco primitivo, George. Y además tropezarás con gente primitiva donde menos lo esperes. Existe en capas de la sociedad de las que cabría esperar algo mejor. Pero si Naoroji ha llegado a ser profesor universitario y diputado, entonces tú, George, puedes llegar y llegarás a ser abogado y miembro respetable de la sociedad. Y si ocurren injusticias, incluso si ocurren maldades, tendrás que acordarte de la fecha del 6 de julio de 1892.
George reflexiona un rato y repite, en voz baja pero firme:
– Pero yo no soy un parsi, padre. Es lo que usted y madre me enseñaron.
– Recuerda la fecha, George, recuerda la fecha. Arthur
Arthur
Arthur empezó a escribir de un modo más profesional. A medida que adquiría nervio literario, sus relatos se transformaban en novelas, las mejores situadas, casi de una forma natural, en el heroico siglo XIV. Después de cenar leía en voz alta a Touie cada página acabada, y el texto completo se lo enviaba a su madre para que lo comentara. Arthur contrató también a un secretario y amanuense: Alfred Wood, un maestro de la escuela de Portsmouth, un individuo discreto y eficiente con el aspecto honrado de un farmacéutico, y además un deportista completo, con un brazo muy decente para el criquet.
Pero la medicina seguía siendo el oficio con que Arthur se ganaba el sustento. Y para prosperar en su profesión sabía que había llegado la hora de especializarse. En todos los aspectos de la vida, siempre se había preciado de mirar con detenimiento, así que no le hizo falta la voz de un espíritu ni una mesa brincando en el aire para deletrear la especialidad que elegía: oftalmólogo. Y como no le gustaba andarse con evasivas y rodeos, supo al instante el mejor lugar para formarse.
– ¿Viena? -repitió Touie, extrañada, porque nunca había salido de Inglaterra. Era noviembre, se acercaba el invierno; la pequeña Mary empezaba a andar, siempre que la sujetasen de la faja-. ¿Cuándo nos vamos?
– Inmediatamente -dijo Arthur.
Y Touie -la bendita- se limitó a recoger sus labores de costura y murmuró:
– Entonces tengo que apurarme.
Lo vendieron todo, dejaron a Mary con su abuela Hawkins y viajaron a Viena para una estancia de seis meses. Arthur se matriculó en un curso de oftalmología en el Krankenhaus, pero enseguida comprendió que el alemán aprendido paseando en compañía de dos colegiales austríacos cuya fraseología no era muchas veces muy selecta no preparaba plenamente a un alumno para una instrucción rápida sembrada de vocablos técnicos. Aun así, el invierno austriaco ofrecía el patinaje sobre hielo y la ciudad, pasteles excelentes; Arthur incluso completó una novela breve, Las actividades de Raffles Haw, que sufragó todos los gastos del matrimonio en Viena. Sin embargo, al cabo de un par de meses admitió que habría sido mejor cursar la especialidad en Londres. Touie reaccionó al cambio de planes con su habitual ecuanimidad y rapidez. Volvieron vía París, donde Arthur se las arregló para inscribirse en un curso de varios días con Landolt.
Pudiendo así afirmar que había estudiado en dos países, alquiló un alojamiento en Devonshire Place, fue elegido miembro de la Sociedad Oftalmológica y abrió una consulta. También confiaba en que le pasaran trabajo sus colegas de renombre, que con frecuencia estaban demasiado ocupados para calcular las refracciones. Algunos las consideraban un trabajo pesado, pero Arthur se sentía competente en este campo y contaba con que le llegaran gran número de encargos.
Devonshire Place constaba de una sala de espera y otra de consulta. Pero al cabo de unas semanas Arthur empezó a bromear diciendo que las dos eran salas de espera y que él era el único que aguardaba en ellas. Como aborrecía la ociosidad, se sentaba a escribir en el escritorio. Ya estaba muy ejercitado en el juego literario y concentró la mente en uno de los aspectos más espinosos: la narrativa en revistas. A Arthur le encantaban los problemas, y el problema consistía en que las revistas publicaban dos tipos de historias: o extensas entregas que atrapaban al lector semana tras semana y mes tras mes, o narraciones únicas e independientes. Lo malo de estas últimas era que a menudo te quedabas con hambre. Lo malo de las entregas era que si te perdías una perdías la trama. Arthur aplicó su cerebro práctico al problema y planeó combinar las virtudes de las dos modalidades: una serie de relatos, cada una completa, pero llena de personajes permanentes que reactivaran la simpatía o la desaprobación del lector.