– Puede que me diese un poco de pisto.
– Y mira…, aquí está la pequeña Mary, de pie en esta misma silla.
Arthur se inclinó.
– Un grabado de una fotografía mía…, mira. Me aseguré de que pusieran mi nombre debajo.
Arthur ya era una cara conocida en los círculos literarios. Entre sus amigos figuraban Jerome y Barrie; le habían presentado a Meredith y a Wells. Había cenado con Oscar Wilde, que le pareció muy civilizado y agradable, y no sólo porque el hombre había leído y admirado Micah Clarke. Arthur confesó que continuaría la serie de Holmes durante no más de dos años, tres a lo sumo, antes de matarlo. Después se concentraría en sus novelas históricas, que siempre había sabido que eran las mejores.
Estaba orgulloso de sus logros hasta entonces. Se preguntaba si lo estaría aún más de haberse cumplido la profecía de Partridge de que acabaría capitaneando el equipo inglés de criquet. Estaba muy claro que tal cosa jamás ocurriría. Era un bateador diestro decente, y lanzaba golpes lentos con un efecto que desconcertaba a algunos. Podría ser un jugador muy bueno y completo del Marylebone Cricket Club [2], pero su ambición última era ya más modesta: que inscribieran su nombre en las páginas del Wisden.
Touie le dio un hijo, Alleyne Kingsley. Arthur siempre había soñado con que su familia llenase una casa entera. Pero la pobre Annette había muerto en Portugal; su madre, por su parte, seguía tan testaruda como siempre y prefería apegarse a su casa campestre dentro de la finca de aquel individuo. No obstante, a Arthur le quedaban hermanas, hijos, esposa, y su hermano Innes no estaba lejos, en Woolwich, preparándose para la vida castrense. Arthur era el que ganaba el sustento y un cabeza de familia al que le gustaba ejercer liberalidad y extender cheques en blanco. Una vez al año lo hacía formalmente, disfrazado de Papá Noel.
Sabía que el orden correcto debería haber sido: esposa, hijos, hermanas. ¿Cuánto tiempo llevaban casados: siete, ocho años? Touie encarnaba todo lo que se podía desear en una esposa. Era, en efecto, un encanto de mujer, como había señalado el Strand Magazine. Era tranquila y había aprendido a desenvolverse; le había dado un hijo y una hija. Ella creía en sus escritos hasta el último adjetivo y apoyaba todas sus iniciativas. A él le atraía Noruega; visitaron el país. Le gustaban las cenas; ella se las organizaba a su gusto. Se había casado con ella en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza. Hasta entonces no había habido males ni pobreza.
Aun así, algo había cambiado, si era sincero consigo mismo. Cuando se conocieron él era joven, patoso y desconocido; ella lo amaba y nunca se quejaba. Ahora él seguía siendo joven, pero triunfador y famoso; podía entretener durante horas a una mesa de ingeniosos en el Savile Club. Era dueño de su vida y -en parte gracias a su matrimonio- de su cerebro. Su éxito era el fruto merecido de un arduo trabajo, pero los no familiarizados con el triunfo se imaginaban que ahí terminaba la historia. Arthur no estaba todavía preparado para el final de la suya. Si la vida era una empresa de caballerías, él había rescatado a la bella Touie, conquistado la ciudad y recibido oro como recompensa. Pero faltaban años para que estuviese dispuesto a aceptar el papel de anciano sabio de la tribu. ¿Qué hacía un caballero andante cuando volvía al lado de su mujer y sus dos hijos en South Norwood?
Bueno, quizá la pregunta no fuese tan difícil. Los protegía, observaba una conducta honorable y enseñaba a sus hijos el estilo de vida correcto. Podría partir en busca de otras aventuras, aunque desde luego no las que entrañasen el rescate de nuevas doncellas. Habría cantidad de desafíos en sus textos, en la sociedad, los viajes, la política. ¿Quién sabe hacia qué rumbos le llevarían sus energías repentinas? Siempre daría a Touie toda la atención y las comodidades que necesitara; nunca le causaría un momento de desdicha.
Aun así…
George
Greenway y Stentson suelen andar juntos, lo cual a George no le molesta. A la hora del almuerzo no tiene ganas de ir a la taberna y prefiere sentarse debajo de un árbol en St. Philip's Place y comer los bocadillos que le ha preparado su madre. Le gusta que le consulten sobre los trámites para el traspaso de bienes inmuebles, pero a menudo le desorienta la forma en que ellos lanzan andanadas cómplices sobre caballos y casas de apuestas, chicas y salones de baile. Actualmente también les obsesiona Bechuanaland [3], cuyos jefes están de visita oficial en Birmingham.
Además, cuando está con ellos, les gusta interrogar a un tipo y tomarle el pelo.
– ¿De dónde eres, George?
– De Great Wyrley.
– No, ¿de dónde eres de verdad?
George reflexiona.
– De la vicaría -contesta, y los tíos se ríen.
– ¿Tienes una chica, George?
– ¿Cómo dices?
– ¿Hay en la pregunta alguna definición jurídica que no entiendas?
– Bueno, sólo creo que uno no debe meterse en lo que no le llaman.
– Qué engreído, George.
Es un tema que suscita un interés tenaz e hilarante en Greenway y Stentson.
– ¿Es despampanante, George?
– ¿Se parece a Marie Lloyd [4]?
Como George no contesta, ellos juntan las cabezas, ladean el ala del sombrero y le cantan: «El chico a quien amo está sentado en el gallinero».
– Vamos, George, dinos cómo se llama.
– Vamos, George, dinos cómo se llama.
Al cabo de unas semanas, George no aguanta más. Si es lo que quieren, es lo que tendrán.
– Se llama Dora Charlesworth -dice de pronto.
– Dora Charlesworth -repiten ellos-. Dora Charlesworth. ¿Dora Charlesworth?
Hacen que el nombre suene cada vez más inverosímil.
– Es la hermana de Harry Charlesworth. Es amigo mío.
Cree que esto les tapará la boca, pero sólo parece animarlos.
– ¿De qué color tiene el pelo?
– ¿La has besado, George?
– ¿De dónde es?
– No, ¿de dónde es de verdad?
– ¿Le vas a mandar una tarjeta de San Valentín?
Parece que nunca se cansan del tema.
– Oye, George, tenemos una pregunta que hacerte sobre Dora. ¿Es morenita?
– Es inglesa, igual que yo.
– ¿Igual que tú, George? ¿Exactamente igual que tú?
– ¿Cuándo Vas a presentárnosla?
– Seguro que es de Bechuana.
– ¿Mandaremos a investigar a un detective privado? ¿Qué tal aquel tipo que contratan algunos bufetes de divorcios? ¿Que entra en una habitación de hotel y sorprende al marido con la criada? No te gustaría que te pillaran así, ¿eh, George?
Decide que lo que ha hecho, o lo que ha permitido que suceda, no es en realidad mentir; es sólo dejar que crean lo que ellos quieren creer, que es distinto. Por suerte, como viven en el otro extremo de Birmingham, cada vez que el tren parte de New Street, George deja atrás esa historia particular.
La mañana del 13 de febrero, Greenway y Stentson están de un humor voluble, aunque George nunca descubrirá por qué. Acaban de echar al correo una postal de San Valentín dirigida a la señorita Charlesworth, de Great Wyrley, Staffordshire. La iniciativa causa una perplejidad notable en el cartero y otra mayor en Harry Charlesworth, que siempre ha anhelado tener una hermana.
George viaja sentado en el tren, con el periódico desplegado sobre las rodillas. Su maletín descansa en la más alta y ancha de las dos rejillas de cuerda encima de su cabeza; su bombín en la más baja y estrecha, reservada para sombreros, paraguas, bastones y paquetes pequeños. Piensa en el viaje que todo el mundo tiene que hacer en la vida. El de su padre empezó en el lejano Bombay, en el extremo más remoto de uno de los linajes burbujeantes del Imperio. Allí fue educado y se convirtió al cristianismo. Allí escribió una gramática de la lengua gujarati que le financió el traslado a Inglaterra. Estudió en el St. Augustine's College de Canterbury, fue ordenado sacerdote por el obispo Macarness y luego fue coadjutor en Liverpool antes de encontrar la parroquia de Wyrley. Todo el mundo admitiría que ha sido un gran viaje, y George piensa que el suyo propio sin duda no será tan largo. Quizá se asemeje más al de su madre: de Escocia, donde nació, a Shropshire, donde su padre fue vicario de Ketley durante treinta y nueve años, y después al cercano Staffordshire, donde su marido, que Dios se lo conserve, quizá logre servir igual número de años. ¿Birmingham será el destino final de George, o sólo una escala? Todavía no lo sabe.