Выбрать главу

Conserva la costumbre, que se ha convertido en una necesidad, de recorrer los caminos durante una hora o más al volver del despacho. Es un detalle de su vida en el que es soberano. Guarda un par de botas viejas en la puerta de atrás y, llueva o brille el sol, granice o nieve, George da su paseo. No presta la menor atención al paisaje, que no le interesa, ni a los animales voluminosos y retumbantes que alberga. En cuanto a los seres humanos, alguna que otra vez cree reconocer a alguien de la escuela del pueblo en la época del señor Bostock, el maestro, pero nunca está seguro del todo. Sin duda los hijos de granjeros son ahora peones de granja y los de mineros bajan ya a la mina. Hay días en que hace una especie de saludo a medias, un desplazamiento de la cabeza hacia un lado, a toda la gente con la que topa; otros días no saluda a nadie, aunque se acuerde de haberla reconocido el día anterior.

Una noche, retrasa su paseo un paquetito que ve encima de la mesa de la cocina. Por su tamaño y su peso y el matasellos de Londres, sabe de inmediato lo que contiene. Quiere posponer el momento todo lo posible. Desata el nudo de la cuerda y la enrolla con cuidado alrededor de los dedos. Retira el papel marrón encerado y lo alisa para volver a utilizarlo. Maud está ya aguadísima y hasta la madre da muestras de ligera impaciencia. Abre el libro por la página del título:

LEGISLACIÓN

FERROVIARIA

PARA

«EL VIAJERO DE TREN»

CONCEBIDA SOBRE TODO COMO UNA GUÍA

PARA EL PÚBLICO VIAJERO EN TODAS LAS DUDAS

QUE SUELEN SURGIR SOBRE LOS FERROCARRILES

DE

GEORGE E. T. EDALJI

ABOGADO

Licenciado con honores de segunda clase en los exámenes finales de noviembre

de 1898;

medalla de bronce del Colegio de Abogados de Birmingham, 1898

LONDRES

EFFINGHAM WILSON

ROYAL EXHANGE

1901

(Inscrito en la Casa de Editores)

Abre la página del índice: Reglamentos y su validez. Abonos de temporada. Impuntualidad de los trenes, etc. Equipajes. Transporte de bicicletas. Accidentes. Algunos puntos misceláneos. Muestra a Maud los casos que ponderaron en el aula con Horace. Aquí está el del gordo monsieur Payelle, y aquí el de los belgas y sus perros.

Se percata de que es el día más glorioso de su vida; y en la cena es evidente que sus padres acceden a que un determinado grado de orgullo sea justificable y cristiano. George ha estudiado y aprobado los exámenes. Ha abierto bufete propio y ahora ha demostrado que es una autoridad sobre un aspecto de la legislación que constituye una ayuda práctica para mucha gente. Ya se ha puesto en marcha: el viaje de la vida empieza de veras.

Va a Horniman y Compañía para que le impriman unos folletos. Discute en pie de igualdad, como un profesional con otro, la composición, el tipo de letra y la tirada con el propio Horniman. Una semana más tarde es el propietario de cuatrocientos anuncios de su libro. Deja trescientos en su despacho, porque no quiere parecer jactancioso, y se lleva cien a casa. El impreso de pedidos invita a los compradores interesados a enviar un giro postal de dos chelines y tres peniques -los tres peniques para gastos de correo- al 54 de Newhall Street de Birmingham. Da puñados de folletos a sus padres, con instrucciones de que los distribuyan entre personas con aspecto de «viajeros de tren». A la mañana siguiente entrega tres al jefe de estación de Great Wyrley y reparte los demás entre pasajeros respetables.

Arthur

Guardan los muebles en un almacén y dejan a los niños con la señora Hawkins. De la niebla y la humedad de Londres al frío seco y limpio de Davos, donde Touie fue instalada bajo una pila de mantas en el Kurhaus Hotel. Como el doctor Powell había previsto, la enfermedad deparó un extraño optimismo que, combinado con el carácter plácido de Touie, no sólo la volvió estoica sino activamente alegre. Estaba muy claro que en el lapso de unas pocas semanas había pasado de esposa y compañera a ser una inválida y una persona dependiente, pero su estado no la inquietaba ni mucho menos la enfurecía, como le habría ocurrido a Arthur. El se enfurecía por los dos, en silencio, para sus adentros. También ocultó sus sentimientos más aciagos. Cada tos sin queja producía un dolor no en ella, sino en él; si ella expulsaba un poco de sangre, él derramaba gotas de culpa.

Fuera o no culpa suya, fuera la que fuese su negligencia, ya no tenía remedio y sólo quedaba una línea de acción: un virulento ataque contra el maldito microbio que se proponía consumir los órganos vitales de la enferma. Y cuando no era necesaria su presencia, Arthur se entregaba a la única distracción: el ejercicio violento. Se había llevado a Davos sus esquís noruegos y dos hermanos apellidados Branger le enseñaron el modo de usarlos. Cuando la habilidad del alumno empezó a igualar su determinación brutal, le llevaron a la ascensión del Jacobshorn; en la cumbre, Arthur se volvió y vio a sus pies, a lo lejos, que arriaban las banderas de la ciudad aclamándole. Más tarde, aquel invierno, los Branger le llevaron al paso de Furka, situado a 2.700 metros. Partieron a las cuatro de la mañana y llegaron a Arosa hacia el mediodía, con lo que Arthur fue el primer inglés que cruzó con esquís un paso alpino. En el hotel de Arosa, Tobías Branger escribió el nombre de los tres. Junto al de Arthur, en la casilla para profesión, escribió: Sportesman [6].

Gracias al aire alpino, los mejores médicos y el dinero, a la ayuda de Lottie como enfermera y a la tenacidad de Arthur en su empeño de derrotar al demonio, el estado de Touie se estabilizó y luego empezó a mejorar. A finales de la primavera juzgaron que estaba en condiciones de volver a Inglaterra y Arthur pudo emprender una gira de promoción literaria por Estados Unidos. El invierno siguiente volvieron a Davos. Touie había rebasado la sentencia inicial de tres meses; todos los médicos coincidían en que la salud de la paciente era un poco más estable. El invierno siguiente lo pasaron en el desierto, en el hotel Mena House, a las afueras de El Cairo, un edificio blanco y bajo a cuya espalda se erguían las pirámides. El aire destemplado irritaba a Arthur; se relajaba jugando al billar, al tenis y al golf. Preveía una vida de exilio invernal todos los años, cada vez un poco más largo que el anterior, hasta que… No, no debía permitirse pensar más allá de la primavera, más allá del verano. Al menos conseguía escribir durante la ajetreada existencia en hoteles, vapores y trenes. Y cuando no podía escribir se iba al desierto y golpeaba con toda su alma una pelota de golf. El campo de golf era, en realidad, un vasto hoyo de arena; cayera donde cayese, la pelota entraba. En esto, al parecer, se había convertido la vida de Arthur.

De nuevo en Inglaterra, se topó con Grant Alien: novelista como Arthur y tísico como Touie. Alien le aseguró que la enfermedad podía combatirse sin recurrir al exilio, y se ofreció como prueba viviente. El remedio estaba en su dirección postaclass="underline" Hindhead, en Surrey. Era un pueblo a la orilla de la carretera de Portsmouth, casi a mitad de camino, por casualidad, entre Southsea y Londres. Más concretamente, el pueblo disfrutaba de un clima particular. Situado en una altura, a resguardo de los vientos, era un paraje seco, lleno de abetos y con un suelo arenoso. Lo llamaban la pequeña Suiza de Surrey.

вернуться

[6] «Deportista», en alemán. (N. del T.)