La técnica de Vachell con el doctor Butter consistió en otorgar pleno respeto tanto a su competencia como a sus conocimientos, para de inmediato tratar de explotarlos en beneficio de la defensa. Llamó la atención sobre las manchas blanquecinas en la chaqueta, que la policía había asegurado que eran de saliva y espuma del animal herido. ¿Confirmó este punto el análisis científico del doctor Butter?
– No.
– En su opinión, ¿de qué eran las manchas?
– De almidón.
– Y, según su experiencia, ¿cómo habrían llegado esos residuos a una prenda de vestir?
– Yo diría que lo más probable es que fueran residuos de pan y leche del desayuno.
En este momento, George oyó un ruido de cuya existencia casi se había olvidado: risa. La idea del pan y la leche suscitó la risa en la sala. A él le pareció el sonido de la cordura. Miró al jurado mientras persistía la hilaridad del público. Uno o dos de los jurados estaban sonriendo, pero la mayoría conservaba un semblante grave. George lo consideró un signo alentador.
Vachell pasó a las manchas de sangre en la manga del abrigo de su defendido.
– ¿Dice que estas manchas son de sangre de un mamífero?
– Sí.
– ¿No cabe ninguna duda al respecto, doctor Butter?
– Ninguna.
– Ya. Dígame, doctor Butter, ¿un caballo es un mamífero?
– En efecto.
– ¿Y también un cerdo, una oveja, un perro, una vaca?
– Desde luego.
– En realidad, en el reino animal, ¿puede clasificarse de mamífero todo lo que no sean pájaros, peces o reptiles?
– Sí.
– ¿Usted y yo somos mamíferos, así como los miembros del jurado?
– Desde luego.
– Entonces, doctor Butter, cuando dice que la sangre pertenece a un mamífero, ¿simplemente está diciendo que podría pertenecer a cualquiera de las especies que acabo de mencionar?
– Así es.
– ¿No afirma en ningún momento que está demostrando, o que sería capaz de demostrar, que los puntitos de sangre en el abrigo del acusado procedían de un caballo o un pony?
– No, no sería posible afirmar tal cosa.
– ¿Y es posible averiguar mediante examen de cuándo datan las manchas de sangre? ¿Podría asegurar, por ejemplo, que esta mancha data de hoy, esta otra de ayer, aquélla de hace una semana y ésta de hace varios meses?
– Bueno, si todavía está húmeda…
– Cuando las examinó, ¿estaba húmeda alguna de las manchas de sangre que había en el abrigo de George Edalji?
– No.
– ¿Estaban secas?
– Sí.
– Entonces, según su propio testimonio, ¿podrían llevar en el abrigo días, semanas, incluso meses?
– Así es.
– ¿Y es posible decir si una mancha de sangre ha sido causada por sangre de un animal vivo o un animal muerto?
– No.
– ¿Ni tampoco por un pedazo de carne?
– Tampoco.
– Es decir, doctor Butter, ¿no puede usted, al examinar manchas de sangre, distinguir entre las causadas por un hombre que mutila a un caballo y las que habrían podido caerle en la ropa varios meses antes cuando, pongamos, estaba trinchando el asado del domingo… o, de hecho, comiéndolo?
– Debo reconocer que no.
– ¿Y puede recordar al tribunal cuántas manchas de sangre encontró en los puños del abrigo del señor Edalji?
– Dos.
– ¿Y tío dijo usted que cada una era del tamaño de una moneda de tres peniques?
– Eso dije.
– Doctor Butter, si usted fuera a destripar a un caballo con tanta violencia que el animal muriera desangrado y tuviese que ser sacrificado, ¿piensa que podría hacerlo sin dejar apenas más sangre en su ropa que la que pudiera encontrarse si estuviera comiendo con descuido?
– No quisiera especular…
– Y yo no le instaré a que lo haga. No le instaré en absoluto.
Ufano por este diálogo, Vachell inició la defensa con una declaración breve y después llamó a George Ernest Thompson Edalji.
«Rodeó el banquillo con paso brioso y se enfrentó a la sala atestada con una compostura perfecta.» Esto fue lo que leyó George al día siguiente en el Daily Post de Birmingham, y fue una frase que siempre le haría sentirse orgulloso. Por muchas mentiras que se hubiesen dicho, y a pesar de la campaña de susurros, de las calumnias sobre su ascendencia, de las tergiversaciones intencionadas de la policía y de otros testigos, iba a afrontar y había afrontado a sus acusadores con una perfecta compostura.
Vachell empezó pidiendo a su cliente que repasara sus movimientos precisos durante la noche del 17. Los dos sabían que era un repaso estrictamente superfluo, en vista del efecto causado por el testimonio de Lewis sobre el horario conocido de los sucesos. Pero Vachell quería acostumbrar al jurado al sonido de la voz de George y a la fiabilidad de su declaración. Apenas hacía seis años que se autorizaba a testificar a los acusados, y sacar al estrado a un reo se consideraba aún una novedad peligrosa.
Así pues, fue referida de nuevo la visita a Hands, el botero, y trazado para el jurado el itinerario nocturno, aunque atendiendo a una señal previa de Vachell George no mencionó que había llegado hasta la granja de Green. Después habló de la cena en familia, las disposiciones para la hora de acostarse, la puerta del dormitorio cerrada con llave, el despertar, el desayuno y la partida hacia la estación.
– Una vez en la estación, dígame, ¿recuerda haber hablado con el señor Joseph Markew?
– Sí, en efecto. Me abordó cuando yo estaba esperando en el andén a mi tren de costumbre, el de las siete y treinta y nueve.
– ¿Recuerda lo que él le dijo?
– Sí, dijo que tenía un mensaje del inspector Campbell. Tenía que perder el tren y esperar en la estación hasta que pudiera venir a hablar conmigo. Pero recuerdo mejor el tono de voz de Markew.
– ¿Cómo lo describiría?
– Pues un tono muy grosero. Como si me estuviera dando o transmitiendo una orden con la mínima educación posible. Le pregunté por qué quería verme el inspector Campbell y dijo que no lo sabía y que si lo supiera no me lo diría.
– ¿Se identificó como un agente especial?
– No.
– ¿Entonces usted no vio razón para no ir al trabajo?
– La verdad es que tenía un asunto urgente en mi bufete, y se lo dije a Markew. Entonces cambió de actitud. Se mostró conciliador y me sugirió que por una vez en mi vida me tomase un día libre.
– ¿Y cómo reaccionó usted?
– Pensé que no tenía la menor idea de en qué consistía el trabajo de un abogado y de las responsabilidades de su profesión. No es como un tabernero que se toma un día libre y busca a alguien que se encargue de servir la cerveza.
– No, en efecto. ¿Y en aquel momento se le acercó un hombre con la noticia de que habían destripado a otro caballo en la comarca?
– ¿Qué hombre?
– Me refiero a la declaración del señor Markew, en la que dijo que se les acercó un hombre y les informó de que habían destripado a un caballo.